VIII

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—Nara.

La mencionada dejó el crayón a un lado levantándose del suelo a toda prisa. Los niños vieron como se marchaba, pero como era Nanami quién la llamaba siguieron con los dibujos. Luego Satoru le preguntaría de qué hablaron para decirle a todos como el buen chismoso que era.

La castaña caminó hacia la puerta de entrada encontrándose con Nanami quitándose el saco y dejándolo en el perchero junto a la puerta. Seguido aflojó la corbata en su cuello dándole la oportunidad de respirar mejor y subió las mangas de su camisa hasta que llegaron a sus codos. Nara rió suavemente notando que Nanami era muy diferente a Satoru en muchos aspectos.

Recordó cómo Satoru llegaba a la casa; siempre dejaba los zapatos tirados cerca de la puerta, se bajaba la venda de los ojos hasta que colgaba de su cuello y luego ingresaba a la casa deslizándose con las medias. Solía sacar a Nara de sus casillas, pero luego se acostumbró tanto al desastre que incluso ella adoptó esas malas costumbres. Por supuesto, cuando Nara decía que era hora de limpiar, Satoru tomaba ese trapeador como si su vida dependiera de ello... Porque lo hacía. Ver a Nara enojada no era nada bueno ni bonito; sus cejas se fruncían mucho y sus ojos lo observaban con tanto coraje que podrían atravesarle el pecho con un rayo láser. Afortunadamente, Satoru ya sabía cómo manejarla pues bastaba con hacer bien la limpieza, comprarle vino y luego sentarse en el sofá a jugar las 20 preguntas. No sabían porqué lo jugaban si ya sabían todo del otro, pero era entretenido fingir que descubrían algo por primera vez o actuar como bobos con preguntas ridículas cómo: Si fueras a Marte ¿A quién llevarías contigo?.

Dejando de lado los recuerdos con el Satoru adulto, Nara se encaminó hacia Nanami. Este la llevó a la sala viendo hacia todos lados, estaban solos. Por primera vez su llegada del trabajo era pacífica.

—Están coloreando en mi habitación.

El rubio asintió entendiendo el porqué de tanto silencio. Se permitió relajarse en el sofá con la cabeza recargada en el respaldo y las piernas estiradas, todo estaba tranquilo menos Nara a su lado esperando ansiosa. Casi podía sentir como la insistente mirada de la castaña le perforaba el cráneo y lo desesperaba.

—¿Qué ocurre? No me mantengas en suspenso —se quejó.

—¿Te han dicho que eres una versión de Gojō y Kugisaki juntas? —Preguntó Nanami con la girando la cabeza hacia ella.

—De Satoru sí, pero de Kugisaki no. De acuerdo con Satoru soy una copia suya y de un amigo suyo —sonrió riendo por la nariz.

—¿De Getō? Pero es un demente.

Nara inclinó su cabeza hacia un lado y levantó las cejas.

El recuerdo de aquella la noche en la que escuchó como Nara peleaba con Satoru a los golpes, mientras salían del colegio a quién sabe dónde cruzó su mente. Y cómo le pidió a Panda que la lanzara por los aires justo como hizo con Kugisaki, solo que esa vez fue Sukuna quien la atrapó, pues Itadori entró en pánico y lo dejo salir.

—Sí, estás demente.

—Gracias —sonrió bajando la cabeza a modo de reverencia. —¿Podrías decirme por qué me llamaste?

—Maki encontró un indicio.

—¡Al fin! —Levantó los brazos al cielo. —¿Qué descubrió?

—Fue al negocio en el que estaban esa noche y habló con un mesero.

Nara dejó caer los hombros con el rostro inexpresivo.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, no soy Sherlock Holmes, pero creo que ese era el primer lugar al que debían ir. Fueron como una década más tarde.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora