I

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—Nana —la llamó el de cabellera blanca tocando su hombro.

—Que no soy tu nana —bufó la castaña apartando la mano de su superior.

—Pues lo pareces —sonrió. —Iré con Itadori a comprar kikufuku.

La dama asintió tomando la botella de agua, mientras se relajaba en la silla de la cafetería.

—Me quedaré aquí con Megumi.

El mencionado giró hacia ella con el rostro inexpresivo y asintió.

—Nobara fue a no sé dónde —mencionó Yūji llegando a ellos. —Iré con sensei por kikufuku.

—Los espero aquí.

—Ven, Megumi —canturreó Gojō tomándolo de brazo arrastrándolo con ellos.

Nara suspiró al encontrarse sola otra vez. Por momentos como ese, se cuestionaba su decisión de entrar a ese mundo. Antes estaba bien con sus amistades sin prestarle atención a las maldiciones y viejos locos.

Esa no era para nada su idea de diversión. Nara esperaba algo como un festival, una feria o alguna otra cosa. No una vuelta por el centro y luego a la cafetería que iban casi a diario.

—En definitiva, tengo que comenzar a pasar el rato con Maki, Panda y Toge. Al menos Panda me haría volar dándome vueltas y Toge intentaría atraparme —habló consigo misma dándole vueltas a la botella de agua. —Si alguien me escucha, por favor, envíeme a un novio aunque sea para pasar el rato —pidió con los ojos cerrados. Al no sentir nada diferente, abrió el ojo derecho casi soltando un grito al notar a cierto rubio junto a ella. —Nanami —supiró llevándose la mano al pecho. —Para la próxima pisa más fuerte para que hagas algo de ruido.

—Una disculpa, mi intención no era asustarte. ¿Puedo sentarme?—Preguntó señalándo la silla frente a ella.

—Claro.

Luego de que su otro superior tomara asiento, Nara entrecerró los ojos.

—¿Qué haces aquí? ¿Te envió el viejo loco?

—Es Gakuganji y es superior a todos nosotros.

—Sigue siendo un viejo loco que quiere asesinar a Yūji.

—A Sukuna.

—¿Y quién lleva a Sukuna dentro?

El rubio estaba por responder cuando el celular vibró en su bolsillo. Ágilmente lo tomó en mano y contestó la llamada.

—Sí, aquí estoy —respondió a Gojō quién le preguntó si había llegado con Nara.

La castaña iba a preguntar de quién se trataba, pero al escuchar a Nanami decir que no quería kikufuku supo que se trataba del peliblanco.

Tras un par de minutos, Nanami colgó la llamada con cansancio.

—Quieren que vayamos con ellos a un lugar de comida.

—Si ya comieron aquí.

—Yo voy a casa, nos veremos luego, Nara.

Nanami se levantó de la silla para después dirigirse a la puerta de entrada.

—Espera, nunca me dijiste a qué viniste.

El rubio se detuvo.

—Gojō dijo que habían maldiciones aquí en la cafetería, pero claramente era mentira. Solo estabas tú.

Nara no sabía si sentirse ofendida o... No había otro sentimiento en ese momento.

—Así que para Gojō soy una maldición —murmuró levantándose de la silla. —Me las va a pagar.

Cuarenta minutos más tarde, Yūji, Gojō, Megumi, Nobara y Nara se encontraban en una especie de bar en la orilla de la carretera. No tenían idea de cómo habían convencido a Megumi de tomar algo, pero el pelinegro se encontraba tomando sentado, mientras los demás cantaban canciones infantiles.

Las horas pasaron volando y Nara, al fin, se había divertido. Con un poco de alcohol en la sangre podía soportar a Gojō por un rato más. Supo que había tomado lo suficiente cuando le pareció escuchar la voz de Sukuna, así que dejó la bebida a un lado, pero sus compañeros aceptaron unos nuevos tragos del dueño.

Nara decidió adelantarse a los dormitorios, mientras el resto terminaba la fiesta. Al fin y al cabo ellos sabían el camino de vuelta al colegio. Al llegar a su dormitorio, se arrojó a la cama boca abajo y así quedó profundamente dormida en un abrir y cerrar de ojos.

Era la primera vez en seis meses que se había divertido. Sentía la alegría recorrer su cuerpo cuando abrió los ojos lentamente para ver la hora que era. Sonrió al notar que apenas eran las dos de la mañana, le faltaba mucho para despertar.

—¿Nana?

La castaña frunció el ceño, mientras miraba sobre su hombro. Le pareció escuchar a un niño decir ese ridículo apodo que le había dado Gojō.

Nara se cayó de la cama al ver a un pequeño peliblanco de enormes ojos azules de pie junto a ella. ¿Qué rayos hacía un pequeño ahí?

—¿Te perdiste, cariño?

—Nana —sonrió el pequeño abrazando a la joven estupefacta.

—¿Nana? —Escuchó en un susurro a sus pies al ver a otro niño más pequeño con el cabello negro. Podría jurar que se parecía a...

—¿Megumi? —Preguntó aturdida.

—¡Nana! —Exclamó el más pequeño de los tres saltando a ella con una enorme sonrisa.

Nara sentía que la habitación daba vueltas y que su vista se nublaba. ¿Qué estaba pasando?

—Nana, no mueras —pidió una adorable niña tomando sus mejillas.

—¿N-Nobara?

La pequeña asintió con una sonrisa.

—Espera... —Suspiró tomándose del cabello. —¿Qué es esto? De seguro es un sueño y... ¡Auch! —Exclamó al sentir un pellizco en el costado. Al bajar la mirada se encontró con la versión miniatura de Gojō.

—No estás soñando.

—No puede ser.

Se levantó del suelo para después dirigirse a la puerta entre tropezones. Estaba mareada, confundida y un poco ebria todavía. ¿Qué se supone que debía hacer? Su superior acababa de pellizcarla y ni de chiste iría con el viejo loco.

—Nanami —dijo para sí misma volviendo a su habitación.

Al entrar, cerró la puerta a sus espaldas. Seguido tomó el celular con las manos temblorosas bajo la atenta mirada de los cuatro pequeños sentados en su cama.

—Nanami, necesito que vengas a mi dormitorio ahora.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora