XXXVI

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Tres llamadas perdidas y una entrante.

Nanami rechazó la última soltando un suspiro casado. Junto a él, Mei Mei lo veía bastante preocupada. Luego de su colapso, el rubio solo durmió unas tres horas y ya llevaba cuatro días despierto sin dejar de tomar café. De vez en cuando su cabeza chocaba con la mesa o con cualquier superficie plana y era su cuerpo pidiéndole a gritos descanso. No dejaba de buscar indicios del paradero de Nara o el de Geto. Estaba tan enfocado en encontrar a la castaña que había dejado de lado el caso de Sukuna y los dedos, sin recordar lo importante que era salvar a Yūji.

—Está llamando otra vez —dijo Mei Mei viendo la pantalla del celular.

—No me importa.

—Responde y va parar. Tal vez entra una llamada de Nara al mismo tiempo que la de él y no podrás responder. Respóndele.

Nanami suspiró conforme se acomodaba en la silla del comedor. Con cansancio levantó el celular y respondió la llamada llevándose el aparato al oído.

—¡Hijo de las mil mierdas! Hasta que al fin respondes mal nacido infeliz —gritó Baji del otro lado de la línea.

—¿Qué quieres? Ahora no es un buen momento. Tengo algunos asuntos que atender.

—Sí, asuntos que atender con mis puños y el bate de béisbol. ¿Qué mierdas le hiciste a Nara? ¿Eh? ¿Te crees muy macho maldito infeliz? Te voy a cortar la mano, te voy a cortar esa con la que la agarraste del cuello y voy a dejarte sin...

Nanami abrió ampliamente los ojos captando la atención de Mei Mei.

—¿La viste? ¿Cuándo? ¿Dónde?

—¿Qué te importa? —Escupió con ira. —¿Dónde estás? Te voy a hacer lo mismo que le hiciste a ella, pero con más fuerza, imbécil poco hombre.

—Baji, necesito que me ayudes —pidió o más bien, suplicó. El pelinegro rió sin gracia.

—Te voy a ayudar a esconderte. ¿Te funciona el maldito ataúd? —Gritó sobresaltando a los demás compradores del supermercado.

—Nara está desaparecida desde hace unos días, Baji. No sé dónde está y la policía no está ayudando mucho. Necesito que me digas dónde la viste.

—No.

—Te lo suplico, Baji, necesito encontrarla. Ella corre peligro.

—Corre peligro contigo.

—No —gritó apretando su celular. —Conmigo jamás. Mira, su ex, el que la asustó en el trabajo, está de nuevo en Japón. No sé si fue él quién se la llevó, pero no la encuentro. Yo sería incapaz de lastimar a Nara, pero él sí lo haría. Necesito que me ayudes —suplicó cómo jamás lo había hecho en su vida sintiendo sus ojos picar. —No tengo ni la menor idea de dónde está y Megumi fue el último que la vio. Puedes preguntarle si quieres, verás que digo la verdad.

Del otro lado de la línea se oyó un suspiro pesado.

—No era la Nara que conozco. Estaba apagada y muy triste, incluso tenía ojeras muy notorias. Tenía marcas en su cuello de asfixia y uno de sus brazos estaba vendado. Además, su rostro estaba raro. No sé si era su pómulo o su ceja, pero uno de ellos estaba golpeado.

Nanami cerró los ojos abatido dejando caer la cabeza hacia adelante. Con su mano libre se tomó el puente de la nariz apretando los labios con fuerza. Sintió el nudo en su garganta asfixiarlo y su estómago se estrujó con fuerza. Aunque tenía ganas de llorar y gritar, no podía darse el lujo de ser débil en esos momentos.

—¿Viste a dónde iba?

—La seguí para hablarle, pero fue más rápida que yo. Aún así, iba en dirección al vecindario atrás del mío.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora