XXXVII

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—Y aquí está Kento —dijo grabando al mencionado boca abajo en la cama. —Saluda, guapo.

Él gruñó girando a cabeza hacia el otro lado de la almohada y Nara rió.

—Vamos, solo un saludito y ya.

—¿Para quién es ese vídeo?

—Para nosotros. Imagina que de viejos queramos ver lo guapos que éramos de jóvenes y que no tengamos vídeos. Sería muy triste.

Nanami rió suavemente volviendo la cabeza hacia ella. La vio con una sonrisa y el rostro adormilado, para ella fue la escena más tierna de ese día.

—Sí, sería triste —dijo girándose boca arriba. —Ven aquí.

Y así lo hizo. Nara se acurrucó en sus brazos haciendo que el vídeo se viese movido y algunas veces oscuro, pero luego su rostro y el del rubio aparecieron en la pantalla.

—Estoy hecho un desastre —dijo Kento viendo su cabello en la cámara.

—Te ves guapo —sonrió ella.

—Tú te ves guapa —sonrió colocando la nariz en su hombro. —Hueles bien.

—Es el shampoo de Noba. Se me acabó el mío.

—Iré a comprarte uno más tarde —dijo acercándola más a sí. —¿Y los niños?

—Durmiendo todavía. Así que si quieres hacer algo, ahora es el momento.

—Apaga la cámara.

—No, vamos a...

—No vas a grabar como te beso y las conversaciones privadas, Nara.

—Pero si es para nosotros nada más.

—No. Que luego se filtra y quedamos como unos locos soltando chismes y platicas ridículas. Apaga.

—Pero Kento.

—Trae acá —rió tomando el celular. —Bye, Bye Nara y Kento de futuro.

—Aguafiestas —gruñó bajando el brazo de Kento para que la cámara la capturara a ella también. —Bésame bien, Kento del futuro. Empótrame contra la pared y...

—¡Nara! —Rió a carcajadas. —No digas esas cosas.

—Si es a ti del futuro —rió. —A menos que quieras empotrarme ahora.

—No, no quiero. Lo que quiero es abrazarte y besarte, solo eso.

—Que teto.

—Teto tú —rió empujando suavemente su cabeza.

—Bye bye —se despidió Nara y el vídeo acabó.

El rubio dejó el celular a su lado y soltó un largo suspiro hundiéndose en la almohada.

Miserable. Así se sentía.

La cabeza le dolía y el pecho le apretaba. Había tomado analgésicos e incluso tomó varias duchas, pero nada servía. El vacío en su estómago, el cosquilleo en las palmas de sus manos, el rápido bombear de su corazón y las punzadas en su cabeza no se marchaban. Tanta era su molestia que terminó gritándole a Yūji cuando entró a la habitación y se sintió como basura.

—Nanami —llamó Mei Mei del otro lado de la puerta.

El rubio suspiró pesado volteando en la cama hasta quedar boca arriba.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora