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Después de tener una noche relativamente tranquila, se levantó de la cama todavía con una expresión somnolienta, se frotó los ojos con ambas manos, y después de quedarse sentado viendo hacia ningún punto en específico por más de veinte minutos, se propuso a levantarse de la cama.

Caminó unos pasos hacia el armario, dispuesto a alistarse para salir a su trabajo. Detuvo su mirada en el espejo que estaba frente a él, jamás le ha preocupado su aspecto físico, sin embargo, sabía de antemano que contaba con una buena apariencia. Tenía un cabello castaño que baja en capas hasta el inicio de sus hombros, sus rasgos eran finos y delicados, tez blanca como la nieve, unos ojos de un color miel, uno labios que se pintaban naturalmente de un rosa muy tenue; las extremidades inferiores eran largas, delicadas pero firmes, y contaba con una cintura delgada bien delineada. Recorrió todo su cuerpo con una mirada como si se estuviera inspeccionando, hasta detenerse en la cicatriz que se encontraba entre su hombro y cuello, cerca de donde se ubican las glándulas de olor.

Dirigió una de sus manos hacia su mesita de noche donde se encontraba una pequeña caja de cartón, la abrió y tomó un parche colocándolo sobre la cicatriz. El parche se mezcló perfectamente con su piel ya clara. Soltó un supiro lleno de cansancio y empezó vestirse con pereza, tomando del closet unos pantalones negros ajustados, una camisa y un delgado suéter de cuello de tortuga negro, el cual cubría a la perfeccion su cuello, por último calzó un par de botas que le llegaban por encima de los tobillos y por supuesto que estás también eran negras.

Bajó las escaleras de manera rápida para después encontrarse sobre la pequeña mesa de la sala su desayuno que había preparado su abuela, el plato consistía en un par de huevos fritos sobre dos tostadas recién hechas y algunas verduras a un lado. Su abuela cocinaba delicioso, además de que lo hacía con amor para su preciado nieto.

—Vamos cariño, siéntate a comer o se enfriará la comida— habló la pequeña mujer con una sonrisa amorosa dirigida a su nieto.

—Abuela, te he dicho que no es necesario que hagas el desayuno, yo lo haré, no quiero que te lastimes— dijo el omega con un poco de preocupación en su voz, no quería que su abuela se lastimara cuando cocinara debido a los pequeños temblores que le daban en sus manos.

—Oh, no es nada, todavía no soy lo suficientemente vieja para no prepararle el desayuno a mi querido nieto— habló sin tomar demasiado en serio sus palabras. Al girar hacía la mesa vio la cara de preocupación del omega, así como se podía identificar el olor de tristeza en sus feromonas. Sabía de antemano que su nieto se preocupaba demasiado por ella, que trabajaba lo más duro que podía para poder traer dinero a su hogar y así poder comprarle los medicamentos necesarios para su enfermedad. —No te preocupes, no me pasara nada, y si algo sucediera te tengo a ti, ¿qué más puedo pedir?— le dedicó una cálida sonrisa.

—Solo me preocupo por ti, eres lo único que tengo...— dijo con un tono de voz bajo pero perceptible.

—Tranquilo, estaré contigo por mucho mucho tiempo más— dijo la beta con su dulce voz, acercándose a él para depositar un beso sobre su mejilla. —Pero ahora come antes de que se enfríe, no puedes llegar tarde al trabajo, vamos.

Con la suave voz de su abuela prometiéndole que nada le pasaría, junto con sus dulces ojos que emanan tranquilidad y amor, se sentó en la silla de madera más tranquilo, empezando a devorar la deliciosa comida que su abuela le había preparado con mucho amor.

Con la suave voz de su abuela prometiéndole que nada le pasaría, junto con sus dulces ojos que emanan tranquilidad y amor, se sentó en la silla de madera más tranquilo, empezando a devorar la deliciosa comida que su abuela le había preparado con m...

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