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No despegó la mirada de la pantalla, dejando que sus pupilas se dilataran por la luz que se reflejaba en su cara. Estaba tecleando con rapidez cada número y letra sin equivocarse, pasando los reportes escritos sobre el papel hacia la máquina.

Cómo era costumbre, se encargaba de tener en orden y forma cada uno de los reportes de ventas, asegurándose que no tuvieran ningún error al momento de hacer las cuentas.

Era bueno para las matemáticas, le gustaba hacer todo tipo de problemas numéricos, tanto así, que cuando era un adolecente, había obtenido varios reconocimientos por su gran destreza para el cálculo mental. Para su desgracia, no tuvo la oportunidad de demostrar sus habilidades a los demás debido a un trágico inconveniente que le causó cierto alfa.

Al principio le costó trabajo entender la manera en que estaban organizados y redactados los informes, pero con la ayuda de Kumiko y su terquedad de demostrarle al alfa que podía hacerlo, logró comprender y mejorar cada uno de ellos. Incluso ahora terminaba sus deberes en la mitad del tiempo que requería al inicio.

Esperó a que los archivos terminaran por imprimirse, dando vueltas sobre la silla y echando su cabeza hacia atrás, mirando fijamente el techo. Cerró los ojos, recordando su infancia, cuando en el despacho de su padre, había una silla giratoria igual que en la que estaba sentado, dónde él jugaba a dar vueltas sin parar, llevándose unos golpes por las repentinas caídas de ir muy rápido. Le gustaba mirar el techo decorado con varios planetas y estrellas, contando cada una de ellas, esperando la llegada de sus padres para disfrutar de la cena preparada por su abuela.

Cuando escuchó el sonido de la impresora, se puso de pie, alejando los pensamientos nostálgicos que producían cierta tristeza en él. Se levantó con calma, poniendo en orden todos los papeles sobre una carpeta, dando vuelta para salir de su pequeña oficina.

Al salir, lo primero que vio fue a Kumiko, como siempre, la alfa tenía una buena presencia, vistiendo de acuerdo con su puesto en una de las mayores empresas del país.

—¿Terminaste?— preguntó la alfa sentada sobre su escritorio, encargándose de sus propios labores.

—Mmm— asintió, no dejando de caminar —Se lo entregaré a Alexander.

—¡Oh! Tal vez debas esperar— se levantó con rapidez, retrasando los pasos del omega —Mi Señor tiene vista.

Frunció el ceño, por lo regular, las juntas y visitas importantes eran en la sala privada, eran raras la ocasiones en que el alfa recibía a alguien en su oficina.

—¿Quién?— la miró fijamente, mostrando cierta agresividad, rehusandose a no entrar.

Para la alfa fue divertido ver tal escena, pocas veces el omega se comportaba posesivamente por su alfa, casi siempre era al revés.

Kumiko rió ligeramente, no dijo nada, dejando el paso libre para que el omega lo descubriera por sí sólo.

Alek ignoró la burla en la cara de la alfa, caminando con decisión hasta la puerta, entrando sin siquiera tocar para anunciar su llegada.

Al entrar, dos pares de ojos se enfocaron en él, mirándolo con la misma sorpresa con la que él sentía. Quiso salir, pero era demasiado tarde para regresar sobre sus pasos, no dejando otra opción que seguir con su propósito.

En el lugar se hallaban dos personas, una que conocía bien y la otra no tanto, incluso su presencia alteraba un poco sus nervios, debido a que la última vez que se vieron, su encuentro fue... ¿extraño?

Georgia, la alfa, estaba sentada sobre el sofá de la no tan pequeña sala de estar. Su típica sonrisa adornaba su rostro como era habitual, no dejando ver sus verdaderas intenciones. A su lado se encontraba Alexander, que de inmediato se percibió el cambio en sus facciones, siendo estas más suaves y tranquilas debido a la llegada del omega.

Entre tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora