Entre tus manos

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El sol entraba por la pequeña brecha de la ventana, filtrándose a través de las cortinas y cayendo sobre su rostro. Parpadeó un par de veces mientras su vista se acostumbraba a la brillante luz, sin mucho esfuerzo logró despertarse. Había tenido un sueño profundo, sin ningún tipo de recuerdo más que la calma alrededor de él, dicha sensación no la experimentó desde el día que se presentó como un omega.

Sus ojos cayeron sobre el alfa quien descansaba plenamente junto a él, escaneó su rostro con lentitud antes de que sus dedos recorrieran la silueta marcada de su mandíbula, bajando por su cuello a través de la manzana de adán y detenerse sobre su pecho, a un lado de donde descansaba una de sus mejillas. 

No necesitó agudizar sus sentidos para poder escuchar los latidos de Alexander, que marcaban un ritmo constante y relajante para sus oídos. 

De pronto, un líquido transparente se posó sobre la clavícula del alfa, sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a rodar por su cara. ¿Estaba llorando? Las yemas de sus dedos limpiaron las esquinas de sus ojos, ¿por qué?, no tardó mucho en encontrar la respuesta. Una sonrisa se dibujó en su rostro, al parecer sus lágrimas eran todo menos de tristeza. Estaba feliz, tanto que su llanto era una manera de expresar la alegría que no cabía dentro de él.

Ahora tenía la oportunidad de poder encontrar la felicidad que se le arrebató desde hace mucho. Estaba seguro que lo lograría mientras permaneciera junto al hombre que había elegido, su alfa.

Un constante y punzante dolor se presentó sobre su cuello, fue tan súbito qué llevó su atención a la área determinada, presionando su mano contra su piel para mitigar el dolor.

Se levantó de la cama en silencio para no despertar al alfa. No recordaba nada de lo sucedido después de que su mente cayó ante el cúmulo de diversas emociones, pero era probable que Alexander se hubiera quedado despierta hasta tarde vigilando su sueño.

Recorrió la habitación de puntillas, tratando de no pisar los vidrios rotos sobre el suelo consecuentes de los disparos de anoche. No tardó mucho en encontrar lo que buscaba. El espejo frente a él reflejó el desastre sobre su cuerpo. Tenía los ojos hinchados y rojos por el interminable llanto, sobre su cara había restos de lágrimas secas y su cabello estaba alborotado y pegajoso. 

Sin reparar en su apariencia, retiró el primer par de botones de su camisa, descubriendo su hombro izquierdo por completo para observar los restos de sangre alrededor de su nueva marca.

Con cuidado de no lastimar su herida, recorrió los bordes de su glándula de olor, donde ahora se encontraba las marcas de los colmillos de Alexander. Su piel estaba roja e incluso algunas partes comenzaron a tornarse violáceas, el dolor era agudo pero no suficiente para no soportarlo. Si hubiera esperado hasta su celo, sería más llevadero lidiar con la hinchazón y el picor, pero ni su lobo ni él estaban dispuestos a esperar más tiempo.

Sonrió al mirarla, su omega interior no paraba de saltar debido a la marca qué cubría su glándula, no dejando rastros de la cicatriz que anteriormente se encontraba allí. Su aparición trajo consigo una enorme serenidad junto con emociones que jamás había experimentado, en cambio, se llevó consigo los vestigios de la cicatriz que lo atormentó por años. 

Frunció el ceño cuando un particular regocijo lo invadió. Era extraño, podía sentir la presencia de dicha emoción, pero era ajena a las suyas, como si no le perteneciera. Luego se dio cuenta de que estaba en lo cierto, recordando qué ahora mantenía un lazo, una unión qué proyectaba las emociones más intensas de alfa hacía él, haciendo que su conexión sentimental fuera tan fuerte y ambos sabían que se pertenecían mutuamente.

Un par de brazos envolvieron su cintura desde atrás provocando que diera un pequeño salto en su lugar. Se detuvo al mirar por el espejo como el alfa se recargaba sobre su hombro izquierdo, besando la extensión de su cuello hasta llegar a su marca.