1. Rodrigo

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La mañana se hace intensa con tanta entrevista. Intensamente aburrida.

Puedo escuchar el murmullo de voces en el exterior de mi despacho, y parecen mucho más interesantes que los esfuerzos de los aspirantes a secretario.

El olor de todos ellos me resulta putrefacto. El aroma a aspirantes con ínfulas, dispuestos a adornar las preguntas con mentiras sobre todo. Algunos huyen despavoridos ante mi mirada como pequeños ratones que abandonan su pequeño agujero inmundo.

Mientras la mujer situada ante mí, que exuda por cada poro de su piel, narra todas las peripecias conocidas para llegar a fin de mes, compruebo —casi aliviado— que sobre mi escritorio ya solo veo el currículum de la última chica que debo valorar.

¡Cualquiera hubiera dicho que todos esos eran los resultantes de una ardúa criba!

Me reconecto al final de la entrevista, solo para estrechar su mano y decirle el tipíco...

—Ya le llamaremos.

Es mentira. Nadie va a tomarse la molestia de regalarle el oído a esos ineptos.

Soy un hombre muy ocupado, y no permitiría que mis empleados se dedicaran a malgastar el tiempo solo por un poco de condescendencia. ¡No!

Arreglo mi despeinado cabello, anudo con más fuerza mi corbata, dispuesto a iniciar el último asalto. ¡A por la última incauta del día!, me digo. ¡Veamos de qué pasta está hecha la afortunada nueva secretaria! Se merece el honor de trabajar para mí por haber soportado estoica los lloros de los anteriores candidatos, además de ofrecerme el rostro de aquel pobre que cree estar yendo al patíbulo.

Intuyo por el sonido de sus pasos sobre el suelo y el posterior silencio, que la tengo frente a mí, por lo que comienzo a hablarle sin alzar la vista:

—Éire Arnau, ¿no? —digo a modo de saludo sin dirigirle una sola mirada—. Bienvenida a la empresa.

Al levantar la vista, la repaso con mis ojos sin pudor. Me devuelve la mirada entre consternada y confundida.

Es una muchacha menuda, de cabello rubio oscuro y ojos marrones, pero no por ello es desagradable. Su rostro en conjunto es muy expresivo, con los gestos dice más que con palabras, y me convenzo de que no tiene la menor idea de dónde ha venido a parar.

Me caracterizo por ser un experto como "jefe busca secretaria", y si me recomendaron con insistencia a esta chica, debe ser por algún motivo importante, aunque espero no arrepentirme de confiar en el juicio de otros. Pero siempre puedo entretenerme hasta que firme su cercana carta de despido.

Primero aprovecho para tratar de que sienta que he quebrantado su espacio personal sin aproximarme. Si de verdad anhela el empleo debería saber que ahora su vida y hasta su intimidad me pertenecen.

Si yo digo perro, se ladra. Si aúllo —hasta sin razón— se me aplaude y obedece.

»Tome asiento —indico con la mano y vuelvo a centrarme en los documentos que hay sobre la mesa—

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»Tome asiento —indico con la mano y vuelvo a centrarme en los documentos que hay sobre la mesa—. Esto es lo que ocurre cuando se encarga Recursos Humanos de mi personal —lanzo una indirecta ante la que ella solo guarda silencio—. ¿Piensa tomar notas? ¿Preguntar alguna duda? Vamos, necesitamos iniciativa, sino luego la competencia nos come, ¡espabile!

El discurso acompañado de algunos gestos de aspecto fiero, acobardan en su primer contacto conmigo a la muchacha, aunque probablemente le sucedería a cualquiera que se prestara a trabajar con Rodrigo Salas.

Y, créanme, el sueldo y la fama de trabajar con alguien tan difícil como yo, de mi posición, bien vale el riesgo. La humillación y hasta el miedo que soy capaz de impregnar a todo el mundo que osa querer trabajar codo con codo junto a mí.

»Le estoy hablando, señorita. ¿Queda claro?

Ella solo acierta a asentir en todo momento como una autómata. Parece que se haya ausentado del momento presente ante la sorpresa de encontrarse ante mí, y sus pensamientos vaguen con total libertad.

Mas no me importa. Cuanto antes sepa qué clase de superior tiene ante sí, antes podrá escoger el camino fácil: el de la cola del paro.

»Bien. Entonces permítame decirle que esa falda es demasiado corta, la blusa transparente y esos tacones incómodos para el ritmo de trabajo que a partir de ahora deberá soportar. Márchese.

—¿Cómo?, ¿me despide? ¿Me contrata? No me ha quedado demasiado claro —responde al escuchar como le digo que se vaya.

—Todavía no. Pero regrese mañana con las indicaciones que le di, aquí no se viene a mostrar encantos ni presencia, solo me interesa su eficiencia.

Da media vuelta con vacilación, dispuesta a irse ya que no articulo palabra. Por su edad y el modo de comportarse, sumado a la experiencia laboral, puedo adivinar que nunca se ha enfrentado a situaciones de estrés. Justo las criaturas asustadas que me encanta enseñar el sabor de la humillación, las candidatas idóneas que no superarían el mes de prueba.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora