¿Cómo podía haber hecho todo tan mal? Me preguntaba ya en casa tras digerir lo sucedido con el capullo de mi jefe.
Ese impresentable, narcisista, estúpido, mujeriego y personaje que respondía a toda clase de adjetivos peyorativos, había hecho trizas mis sueños de convertirme en una gran secretaria y ayudante de dirección.
Y aquí me encuentro, frente a una gran tarrina de helado y una película lacrimógena para aliviar mi pena. También mi estupidez. En un vano intento de marcharme con la cabeza en alto renuncié a mi puesto, y he perdido todos mis derechos como trabajadora. Aunque poco paro puede pedir una triste empleada que no ha durado ni dos meses en su lugar de trabajo.
Se deslizan las lágrimas de rabia por mi cara al pensar en él, en todo lo soportado, y al final ha quedado en agua de borrajas. No sirvió tanto esfuerzo.
Mi madre mira estupefacta porque me comporto como cualquier mujer depresiva al que un hombre acaba de abandonar. No es que él me haya roto el corazón, aunque sí ha logrado que me sienta como una fracasada.
—Hija, ¿es que acaso tu jefe y tú erais amantes? —lanza la pregunta que más me sorprende.
¿Amantes? ¿Ese imbécil y yo? ¡Lo que me faltaba por oír!
Con la boca llena de dulce helado de chocolate, me seco las lágrimas con las mangas de un pijama horrible y trato de contestarle.
—Ni fabla. No fe mefefe ni un pipopo —respondo con la boca llena.
—¿Qué? —trata de que le repita mis palabras para comprender lo que sucede.
—Ni hablar, mamá —aclaro ahora que saboreé mi frío manjar de dioses—. No se merece ni un piropo, ni un solo halago podría salir de mi boca porque se portó como un... como un...
—¿Déspota? ¿Tirano? —quiere ayudarme mamá que sé lo bien que me comprende.
Asiento con la cabeza y prosigo con mi labor de terminar con todas las reservas de helado de chocolate.
Ni sexo, ni trabajo, ni subsidio... Por lo menos que el chocolate sea infinito.
Mamá me alarga la mano para que nos marchemos a dormir. Me levanto del sofá y hago un esfuerzo por obedecerla y arrastrar los pies hasta la habitación. Ella me cobija en su pecho, sujetándome por los hombros con afecto y frente a la puerta de mi cuarto susurra:
—Sé lo mucho que querías conseguirlo, el esfuerzo por lograr mantener el empleo fue férreo. Pero seguro que será infeliz sin ti y no conseguirá a una mejor que tú.
—Eres mi madre, ¿tú qué vas a decirme? —recalco ante la obviedad de que las madres siempre nos ven como si fuéramos perfectas.
—Es la realidad, hija. Antes o después él dará con la orma de su zapato, sino fuiste tú, será otro u otra. Duerme, mañana todo lo verás un poco mejor o al menos con más perspectiva.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak