Escucharle decir esas palabras podrían haber llenado mi corazón de emoción o esperanza. Muy por el contrario, me sorprenden tanto que parece que la comida se me atraviesa.
Comienzo a toser.
—Bebe agua —sugiere Rodrigo.
Muy bien, sabio, no se me hubiera ocurrido a mí sola, pienso con ironía.
Sigo tosiendo a pesar de beber sorbos para aliviarla, y parece no querer abandonarme la molestia y el picor que ahora siento en mi garganta.
Se levanta y acuclillado a un lado de mi silla, frota mi hombro preocupado porque me haya atragantado.
—¿Qué haces? —le pregunto en tono cortante.
—Estoy preocupado, no se te pasa la tos y quería que este día fuese perfecto.
—Ese es el maldito problema, Rodrigo, que no puedes controlar todo. Hay cosas que suceden sin más. No puedes ordenar al cielo que el sol brille sin amenaza de nubes, no puedes impedir que tus palabras hagan que la comida se me atraviese... ya ves, no puedes lograr todo lo que deseas.
—¿Crees que no lo sé?
Se pone en pie y me da la espalda, pero no me siento culpable por lo que le he dicho.
No sé qué pretende prometiendo cosas que no puede cumplir. Ni entiendo porque todo se reduce a la conquista, tal vez yo no quiera que me agasaje, que me prometa un anillo de diamantes o un lugar en su cama todas las noches.
Lo único que yo quiero es que me deje hacer mi trabajo en paz, y cuando precise de un enamorado, entonces ya iré yo en busca de la persona que más me convenga.
Lo observo. Toso un poco y vuelvo a toser tratando de arrancarme el picor. Lo miro esperando que reaccione de algún modo. Incluso me espero que lance la mesa por los aires ofuscado por mis palabras.
—Dime algo, por favor. Pero no te escondas, no vuelvas a ser el de siempre aunque no me guste lo que tengas que decirme —le imploro con un nudo provocado por el vacío que parece querer hacerme.
Parece que se va calmando la expectoración y aguardo a que se decida a actuar de alguna forma.
Se da media vuelta, vuelve a quedar frente a mí con una sombra en su rostro que no logro descifrar hasta que se pone a hablar, al fin.
—¿Crees que no sé de sobras que no puedo controlar todo? Si lo hubiera podido mantener todo bajo mi mando y deseo, mi madre no se habría ido.
Podría asegurar que está tratando de socavar sus propias lágrimas, en un pulso que no está dispuesto a perder.
Al mismo tiempo que vuelvo a empequeñecerme ante el regio talante que muestra Rodrigo.
—Yo... —vuelvo a querer responder tratando de apaciguar el desasosiego y falta de rumbo que observo en el hombre que se muestra ante mí vulnerable.
—No, Éire. Ha sido un error lamentable haber tratado de que fuéramos amigos. Siempre supe que no eras la mujer que yo necesitaba pero me dejé engañar por la decisión que tienes para todo.
—¡Vamos, Rodrigo! No me dirás que esto no era una treta tuya para tenerme a tu merced. No he creído ni por un solo instante en tus buenas intenciones. Es más, ¿en qué momento te pedí un poco de interés? Me doy por compensada con mi sueldo a fin de mes. No necesito tus limosnas de amor. Se te olvida que sé muy bien las ruinas que dejas tras noches de pasión y sexo sin cargos de conciencia.
—Por supuesto que sí —me ofrece una sonrisa llena de amargura—, ¿acaso crees que un soltero de oro como yo iba a querer comprometerse? Para nada.
Noto el movimiento de su nuez al tragar saliva y me imagino estar totalmente equivocada. Eso me aterra al mismo tiempo que me alivia. Pero no quiero pasar mi primera noche de amor con una persona para la que nada significo.
»Ahora que nos hemos quitado las máscaras, será mejor que te acompañe a casa. Mañana te quiero despejada para todos los encargos que debo hacerte. ¡Ah! De tu cuenta corre el vestido, mantengo mi palabra sobre que dispongas de mi dinero, pero no hagas gastos innecesarios, no me tomes por idiota.
No me molesto en ofrecerle una despedida a Éire frente a la puerta de su domicilio. Pensé que en lugar de corazón tenía un hígado lleno de bilis turbias, por eso mismo nunca me tomé la molestia de lamentar ningún tropiezo.
Extrañaba la felicidad de un hogar dichoso, por eso la sustituí por vaciarme entre las piernas de mujeres que anhelaban atraparme. También cambié los buenos sentimientos de cualquier ser humano por humillar a otras personas, lamentable, sí.
Pero entonces no dolía tanto.
Había fingido amor, deseo. Simulé hasta la extenuación ser la cita perfecta que nunca dejaba pistas en ningún lecho.
Pero era novedad tener el deber de mostrarme malvado ante una mujer que creía que no podía cambiar. Que no era capaz de darme ni una oportunidad para enseñarle que estaba dispuesto a enterrar al tirano que fui.
Tal vez se trataba de un signo fehaciente sobre mi decisión; no debía ser bueno, porque así estrujaban tus sentimientos hasta volverlos ceniza. Solo quería que ella me entendiera. Como dijo Antonella, estaba tratando de evocar en Éire a mamá.
¿Acaso es demasiado pedir que ella vuelva? ¿Que ella me ame? Éire. Mamá. Alguien...
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak