Apenas había terminado de hacer una danza victoriosa por vencer al engreído de Rodrigo, volvía a molestarme con sus mensajes y su insinuación a un plástico que conseguiría que le hiciera caso.
Él es un caso perdido.
Es una persona con la que no funcionan las indirectas, tampoco las directas y en línea recta. En realidad es imprevisible, pero si algo puedo deducir es que volverá a por más hasta el punto de que uno de los dos quede hecho polvo.
Con tristeza, pienso en que podría ser un gran empresario -bueno, eso lo es, por la cantidad de poder que mueve y proporcionarle chicas a sus clientes como adelanto-. Lástima que cuando abre la boca pierde todas las virtudes que posee y quieres meterle dentro de la papelera.
Lo que sí se le puede reconocer, según cuentan sus amantes, es que se defiende muy bien en las artes amatorias, entre sábanas y cuerdas. Todo se podría solucionar con una bolsa de plástico en la cabeza para olvidar que es él a quien tienes en tu cama.
Llaman de nuevo al timbre. Han pasado solo dos horas desde que desapareció con su coche de mi calle, asustado por la agresividad con que lo recibí, y temo que esté de regreso de nuevo, listo para un nuevo asalto.
Abro con desgana. Después de los últimos días espero cualquier sorpresa desagradable. Mentiría si dijera que me extraña encontrarme de frente con otro mensajero con un sobre entre sus dedos que pregunta por mí, una vez más.
-¿Éire Arnau?
-Soy yo -le aclaro mientras me avergüenzo de mis zapatillas de conejito gris e intento juntarlas.
Como si se pudiera esconder un sex appeal nulo.
-El señor Salas me envía para que acepte esto de su parte. ¿Puede firmarme? -solicita el chico dedicándome una bonita sonrisa.
Firmo enseguida, porque él es un empleado más que necesita hacer su trabajo. Recuerdo que yo tenía uno y hago una mueca de tristeza. Me pregunto tras esa sonrisa que me dedica si el hombre que tengo delante se burla de mis pintas o ve algo de atractivo femenino bajo las capas de franela de mi pijama.
Entre mis manos sostengo el sobre en tono amarillo sucio y vuelvo al interior de la casa. ¿Qué será lo que me ha enviado Rodrigo? Ocupo un hueco del sofá y medito si abrirlo o aguardar a la espera de que no sea una nueva humillación o cualquier trampa para que vuelva a su lado, a seguir humillándome y dándome más motivos para desearle el peor de los finales.
Rasgo la solapa y me encuentro una tarjeta de crédito a su nombre. ¿Qué se supone que debo hacer con ella?
Tecleo en mi agenda de contactos para buscar el teléfono que tengo añadido de mi ex jefe. ¿Cómo puede ser que ocupe mi tiempo tanto como antes? Consigue monopolizar mi vida con su presencia, hasta en su ausencia logra meterse en mis asuntos.
Apuesto a que mientras suena su teléfono con mi llamada debe poner una sonrisa triunfante porque sea yo la que esté recurriendo a él.
-¿Para qué narices necesito yo una tarjeta de crédito tuya? -le recrimino al notar como descuelga el teléfono.
-Buenos días. Estoy muy bien, gracias -responde dándome a entender que no he tenido ninguna cortesía con él.
-¿Y a quién le importa cómo te encuentres? -contesto con mala actitud hacia él y la paciencia agotada.
-Debería. Eres mi empleada.
-Lo era -le corrijo-. En lugar de mantener las distancias estaría bien que nos quitásemos las caretas de una buena vez; empieza por decirme qué quieres en realidad. Y así podré saber en qué no complacerte, y disfrutar negándote lo que deseas.
Se produce un silencio incómodo, y la breve pausa me permite saborear el momento en que acabo de dejarle sin palabras, y aguardo que contraataque.
-Voy a responder a tu pregunta inicial -retoma la conversación calmado-. Eso es un medio para que compres un vestido de gala, estás invitada a la fiesta de uno de mis clientes. Me gustaría que te vistieras a la altura para la ocasión, y que te dieras algún capricho por las molestias.
¿Una fiesta? Frunzo el ceño sin darme cuenta de ese gesto, pero hay algo que no encaja en el puzzle que trato de montar para entender qué trampa es la que tiene entre manos Rodrigo.
-¿Qué sucede si declino tu oferta? -le interrogo para que solvente mis dudas, aunque sostengo la posibilidad de que me engañe.
-Bueno, es tu decisión -dice apenas en un susurro, me parece notar inseguridad en su voz.
Recuerdo que la escena de las compras de Pretty Woman es un clásico y el deseo de cualquier mujer, así que me digo que voy a hacer sufrir un poco a Rodrigo, si quiere mi presencia va a tener que esforzarse mucho más que hacer algo tan sencillo como entregarme una tarjeta para gastar en pequeñas cosas.
-Tengo un par de condiciones a cumplir antes de esa fiesta, si las aceptas, entonces iré -declaro decidida a hacerle sufrir en mi compañía.
-No voy a salir con tu amiga más fea.
-Eso sería demasiado fácil para ti. Total te dan igual cinco chicas o cincuenta. Jefe, me gustaba llamarte jefe -confieso resuelta-, mañana ven a buscarme a las once de la mañana y pasaremos un día inolvidable de compras.
-Puedo mandarte a la mejor modista, o tal vez contratar para ti un personal shopper que te dejará como una estrella -ofrece, acostumbrado a delegar todo en terceros.
-No -ordeno rotunda-. Vas a mover tu precioso y sexy culo hasta mi casa y serás mi ayudante y asesor de moda por un día.
-No voy a caer tan bajo. ¡Soy tu jefe! -brama muy ofuscado.
-No eres mi jefe. Pero entonces mejor olvidamos todo y te enviaré por correo esta tarjeta. Y no volverás a saber de mí, ¿de acuerdo?
-Las once es una hora perfecta -opina poco convencido-. Me las pagarás -clama por lo bajo-. Hasta mañana -finaliza tratando de sonar amable.
-¡Oh! Por las molestias quiero que me firmes un cheque a mi nombre, no quiero la tarjeta. Los reyes magos este año serán memorables.
Escucho tras eso el sonido de la llamada finalizada. Me acaba de colgar pero no me siento ofendida. Todo lo contrario. Presiento que mañana vamos a divertirnos en grande.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak