2. Éire

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Suena la alarma de mi teléfono cuando todavía no ha amanecido.

Su sonido penetra mi oído, lo que hace imposible ignorar la melodía. Dispuesta a encontrar de nuevo la posición para seguir durmiendo, cubro mi cabeza con el cobertor de la cama con la intención de hacer lo que mejor se me da, permanecer al menos cinco minutos más bajo las sábanas.

¡Madrugar no puede ser sano! ¿Quién inventó el horario de mañana? Debía estar muy aburrido ese día.

Pero ya no hay vuelta atrás, incapaz de conciliar de nuevo el sueño, recuerdo que hoy sí es mi primer día con el señor Salas.

De la misma impresión, me incorporo en la cama de un salto. Si me retraso no podré perdonármelo, es más, ¿me lo disculparía mi jefe? Es un crimen hacer esperar a uno de los hombres más importantes e influyentes de la ciudad.

Tras darme una ducha rápida, abro las puertas del armario, mientras me recuerdo porqué me escogieron. Por tu belleza y vestimenta está claro que no, me digo, lo que por un lado es auto flagelación y por otro, un cumplido.

Nunca me había sometido a tal incertidumbre ante el espejo. Me visto feliz con el mejor atuendo que encuentro en mi ropero, dentro de mi estilo habitual. Pero los trapos vuelan por los aires al rememorar las palabras de mi nuevo jefe. Presa del miedo por sus indicaciones —para nada amables— resuelvo ponerme lo más recatado, cabe decir que era un disfraz de carnaval —hacía unos años me había caracterizado de anciana.

Al mirarme al espejo creo que es demasiado anticuado. La falda muy larga, de tonos oscuros, no me favorece. Ante mi propio reflejo, no sé si me reconozco, por lo que tomo la determinación de usar algo intermedio. Y así lo hago; la falda más larga que poseo, más o menos por debajo de las rodillas. Para acompañar una camisa que muestra un decoroso escote pero no hay nada más que me sirva.

Quizás si no me despiden, invierta algo del primer sueldo en moda empresarial.

Introduzco mis finos pies en unos zapatos que conservaba de cuando trabajé como camarera para pagar la carrera. Rescato de la percha de la izquierda, un bolso de grandes proporciones, tras guardar en su interior más de lo que con total probabilidad voy a necesitar, salgo corriendo con las llaves en la mano dando un sonoro portazo.

Nunca me he considerado una muchacha atractiva, pero mirarme en el cristal de los escaparates, y observar la imagen que me devuelve el reflejo de los vidrios con esta ropa, consigue que me deprima nada más salir de casa.

No me detengo a mirar más ni para recolocarme el pelo. Este moño tiene suficientes horquillas y laca para no moverse. Ni un fuerte vendaval soltaría uno de los mechones de mi cabellera.

Aligero el paso para llegar tan puntual como sea posible y no darle ninguna excusa para soltar una nueva reprimenda. Si quiere deshacerse de mí tan pronto, que busque algo mucho mejor.

—No veas de qué humor está el jefe hoy —comenta una de las becarias que le ha servido el primer café de la mañana.

Le pido a la chica que me acerque un café negro —sin azúcar— esperando que el amargor me ayude para acostumbrarme al angosto camino que será la jornada laboral junto al señor Salas. Mientras espero que esta vuelva, engullo saliva con dificultad y trato de memorizar en mi cabeza un amable buenos días.

Una vez tengo el café en las manos, a pesar de estar ardiendo, de un solo trago permito que pase el líquido negro a través de la garganta. ¡Quema, sí! Como un demonio. Pero me aseguro que no hay dolor; si puedo soportar esto, me será más sencillo lidiar con Rodrigo.

Con los nudillos toco en la puerta y acto seguido la abro segundos después, tras adivinar que él no va a hacerlo. Tras la mesa del escritorio me encuentro a mi jefe. Callado. Concentrado y, cómo no, con el ceño fruncido. ¿Nadie le habrá dicho que esa expresión, además de denotar amargura le dejará unas arrugas que solo el bótox podrá solucionar?

—Buenos días. —Inspiro fuertemente y me esfuerzo en poner una sonrisa en los labios.

—Señorita, no me haga perder la paciencia. Llega tarde.

Es como si no se enterara de nada, y al mismo tiempo no hay asunto que se le escape. Me sobresalto y apostaría a que ha sonreído.

—No, señor Rodrigo, en realidad falta un minuto para que empiece mi jornada laboral.

—¿Va a contradecirme o piensa tomar notas? Sirva de utilidad, demuestre que vale para algo más que vestir con tan poco gusto —me ordena.

Tomo asiento en la mesita auxiliar del despacho. Busco lugar para mi portátil personal , una libreta con notas, bolígrafos de diferentes colores y una agenda por si preciso coger citas.

»Muy bien. Veo que hoy sí ha tomado precauciones y se ha preparado todo, ¿debo felicitarla?

—¿Qué tal si empezamos ya? —respondo lanzándole un reto, pero con un tono de voz suave para no parecer demasiado brusca.

—De acuerdo, como guste. En primer lugar quiero que se ocupe de mi teléfono personal. La línea tres es la de mis amantes, la uno la de mi padre. ¡Ah!, recuerde reservar mesa para dos en algún lugar selecto y envíele flores a Antonella, todos los contactos deben estar en la base de datos. Tendrá que ir a la tintorería personalmente a recoger mis trajes, y organizar una fiesta de solteros para mañana. No pueden faltar mis socios, es dónde mejor se negocia.

—Pero...pero... pensaba que me contrataba para ayudarle con las exportaciones y comercio —refuto sin comprender que está sucediendo.

Consigue dejarme sin habla, otra vez. Y deja sus labores para aclararme mis funciones.

—No pretendería ganarse el puesto sin más, para llegar lejos se empieza desde abajo. Y recuerde que, mantener a raya a tantas mujeres, también demuestra su capacidad.

Me marcho dando un gran portazo sin rebatir más las decisiones del jefe. He sido denigrada a asistente personal literalmente, ser la intermediaria entre un mujeriego que parece preocuparse más por sus relaciones personales que las laborales. Un experto en infravalorar al género femenino y su larga lista de conquistas.

Sin poder evitarlo, por mantener un engaño, me vuelvo cómplice... es como si estuviera preparando la cama, vistiéndola de sábanas lujosas y juguetes eróticos para que luego él pueda disfrutar de las mujeres, que finalmente no serán más que herramientas de placer y por último, juguetes rotos. 

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora