6. Rodrigo

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Ha sido más que divertido irrumpir en el despacho con Antonella.

No he tenido más que obsequiarla con un anillo caro de rubíes, algunos halagos de mi extenso repertorio y que caminara sin reparos hasta mi oficina ha sido sencillo.

Mordisqueo su cuello, asciendo hacia su oreja para atraparla con mi labio inferior. Intuyo cómo se estremece por un escalofrío y me detengo. Quiero que sea Antonella la que pierda el control, con el objetivo claro de que me ayude a ahuyentar a la maldita secretaria.

Todavía estoy muy lejos de excitarme con ella, cuando posa su boca sobre mi pantalón y parece que él sí quiere cobrar vida ante tales caricias.

«¡Está bien! Tú lo has querido, muñeca». Sobo su trasero con mis manos hasta encontrar la goma de su tanga y ella gime con sorpresa, pero yo sé que no le molesta, solo finge un poco de recato.

Al subir la minifalda hasta la cintura para tener su cuerpo más a mi alcance, ella toma la iniciativa. Me empuja contra la pared, y recuerdo porque tengo su teléfono en mi agenda de contactos, a diferencia de otras de las que nunca he querido saber más. Ella sabe enloquecer.

Se enrosca a mi cuerpo y entonces la sujeto para que no se caiga. A tientas la dirijo hacia la puerta, pero me tropiezo con una papelera metálica. Esta se tambalea y nos reímos antes de devorarnos la boca de nuevo. Con pasión, con premura.

Es inevitable que en este instante me acuerde de ella. No sé si podré acabar con Antonella, pero al menos sí puede que finalice con Éire. Y poder firmar y deshacerme de ella será mejor que un orgasmo. Mucho mejor incluso que las artes amatorias de esta gran fiera que tengo entre mis brazos.

Con esfuerzo, Antonella abre el pomo de la puerta, las ansias incontrolables causan su torpeza. Deseosa de que encontremos un lugar para terminar de aplacar nuestros deseos entramos en el interior. Va desabrochando la camisa y yo la dirijo hasta la mesa de Éire.

Tal y como sospechaba, se encuentra en su portátil trabajando, o haciendo quién sabe qué. Siento a mi amante justo en su escritorio, sin importarnos el desastre que creamos a nuestro paso. Me coloco entre sus piernas, y le susurro al oído palabras sucias que provocan en ella su deseo por tenerme ahora.

Desconozco si es consciente de que tiene a mi ayudante a sus espaldas, o poco le importa a estas alturas. Me sostiene por la corbata y me acerca con sus besos húmedos.

Le dedico a mi secretaria una sonrisa torcida. Ella observa callada y clavo mis ojos en los suyos mientras Antonella se deshace de mis pantalones. En mis bóxers crece más una erección que antes no era demasiado prominente, y ahora casi duele atrapada en la tela.

Sin entender bien la causa, mi cuerpo responde ante la fantasía de tenerla como voyeur cuando estoy a punto de desnudar a la chica que tengo delante. Por más perverso que suene, me agrada actuar así. No hay remordimiento en mis actos, pero sí fastidio por no lograr lo que me propuse todo lo rápido que desearía.

Éire sale rauda de la habitación. Me siento satisfecho por mi éxito y por fin puedo concentrarme en colonizar las curvas de la mujer que está a punto de liberarme de toda presión. Pensar solo en disfrutar y embriagarme de su sabor.

Me aprisiona con sus piernas para que me adentre más en su interior, y yo obedezco de buen gusto. Dejo escapar un fuego que crepita como nunca en las entrañas de Antonella, más rápido, más intenso de lo que recuerdo en mucho tiempo.

—Rodrigo, has estado... ha sido... —me dice ella al terminar mientras me doy la vuelta dispuesto a recolocarme la ropa.

—Sí, bueno... será mejor que te marches, tengo trabajo.

Recojo del suelo su ropa interior y la parte superior de su ropa para entregársela.

—Ya. Ya sé. Eres un hombre demasiado ocupado —responde entristecida y ofendida aunque no lo diga.

 Eres un hombre demasiado ocupado —responde entristecida y ofendida aunque no lo diga

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Tomo una ducha antes de ponerme a trabajar. Me he saltado la comida, así que dispongo del tiempo suficiente para hacerlo. Luego ya podré dedicarme a trabajar toda la tarde.

Bajo el torrente de agua que cae sobre mi cabeza, trato de dejar la mente en blanco, pero acuden a mi mente sin cesar los ojos penetrantes de Éire.

Me enferma mi incapacidad de sacármela de la cabeza. Necesito ayuda para encontrar la forma de que se dé por vencida.

¿Qué haría que una secretaria con valores y dedicación laboral absoluta renuncie? Todavía lo desconozco. Encontraré tu talón de Aquiles y te reduciré a cenizas. Y vencerte, verte rota nunca me agradará tanto.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora