Insuflo aire a mis pulmones. Hago el vano intento de no mandar a la mierda a mi maldito jefe. Al pretencioso, creído, machista, idiota e imbécil de mi jefe, ese que se cree con todos los derechos desde el momento que decide emplearte.
Decido que llegó el momento de que el perro que debía ladrar ante una de sus órdenes, le compre a él un bonito collar para enseñarle modales, amaestrarlo y sacarlo a pasear para que haga sus necesidades fuera. Porque si algo no voy a permitir es que me orine y me marque, suponiendo que es lo que le resta para aclarar que soy suya y le debo fidelidad, le debo entregarle mi existencia para que disponga de ella como le plazca.
Regreso a la habitación de Rodrigo por segunda vez dispuesta a no callar más. Más decidida que nunca, trato de mantener el convencimiento de que hoy va a ser un gran día para mí y sabré estar a la altura porque he trabajado en los proyectos de campaña de Martín sin descanso, con entusiasmo y las innovadoras ideas que tanto le agradaron en las tomas de contacto realizadas hasta ahora.
He ido a buscar antes los cafés para que no vuelva a insistir en algo tan banal y me distraiga del discurso que he ensayado de la puerta a la máquina de café y viceversa.
En mi mano izquierda porto un capuccino, en la derecha café con leche y extra de azúcar. Trato de hacer malabarismos para entrar al cuarto, pero solo está entornada, así que de espaldas empujo y paso sin pedir su permiso.
—Aquí sus dichosos cafés, señor —indico de un modo poco conciliador por los modales de hombre de las cavernas que ha vuelto a exteriorizar.
Me siento engañada. Pensé que Rodrigo había cambiado, que sus ruegos y buena disposición fueron sinceros y me topo de bruces con sus aires de hombre alfa dispuesto a manejar todas las hembras que se le crucen por delante. Esto apesta.
—Espero que esté listo para tomar —refunfuña, como si ahora también fuera catadora de bebidas.
—Lo comprobaré, señor Salas —aseguro servicial y él se extraña porque esté dispuesta a complacerlo sin más.
—Déjalo. Puedo hacerlo solo —responde, de pronto conciliador.
Me acerco a darle un último beso antes de dar inicio a la reunión, que no voy a dejar en sus manos, a pesar de su insistencia.
Aproximo su cara y se relaja al observar que quiero depositar un leve beso sobre sus labios. No opone resistencia en ningún momento, y siento un grito que interrumpe mi acción.
—Ahhhhh, ahhhhhh, ¡quema, Éire, quema! —afirma sintiendo el pantalón de su pijama empapado y caliente.
—¡Uy, qué despistada soy! —finjo con inocencia no haberme dado cuenta.
—Llama a la enfermera, seguro no voy a poder funcionar, ni tener hijos, imagínate, ¡no se me volverá a levantar! Eres una pequeña bruja.
Me causa gracia que por un poco de líquido vertido en su pantalón crea que le va a provocar impotencia. Ni siquiera ardía, estaba tibio tirando a caliente, pero nada que no se pueda solucionar. Los hombres de gran ego parecen no poder vivir sin su pequeño amiguito. Bueno, digo, el de Rodrigo tampoco es especialmente grande, creo.
—Me subestimas, cariño, en realidad yo soy la jefa del aquelarre —Sonrío y le lanzo un beso al aire antes de aclararle los puntos importantes de la reunión.
»Aclarados los puntos a tratar durante la conferencia, haremos hincapié en las ventajas a destacar, por qué sobresalimos sobre nuestra competencia y los beneficios a corto y largo plazo. Así como el personal que podemos destinar para que se aligere el trabajo dado el retraso que sumamos tras nuestro accidente.
—Y tu terquedad de no regresar, no lo olvides, también fue un punto en contra el tiempo perdido —me recrimina al tiempo que yo trato de hacer oídos sordos.
—Quiero me sirvas como punto de apoyo. He trabajado duro para ofrecerle una propuesta profesional que provoque sus ganas de quedarse. No he vuelto para traerte café, ni hacerte sombra como hasta ahora, tampoco para quedarme en un segundo plano. Puedo ser tu mano derecha o firmar mi despido. Supéralo, jefe. Las mujeres podemos alivianar tu trabajo, en lugar de ayudarte a descargar la tensión que carga tu entrepierna. ¿Lo tomas o me voy? Para siempre.
—No puedes dejarme, porque eres más que mi empleada —asegura convencido y alarga su mano para azotar mi trasero con la mano que tiene más cerca.
Aprieto los dientes con fuerza, los superiores con los inferiores casi provocando un molesto rechino.
—Ponme a prueba y verás que rápido hago desaparecer el anillo. No tienes ni idea de lo sencillo que sería hacer que se evaporara y yo con él.
—¿Interrumpo? —entra el padre de Rodrigo con una cortesía que desconocía hasta ahora en él.
—¿Sucede algo? —interviene él sin disimular la molestia que le provoca verlo.
—Venía a ver cómo seguías. Hola, Éire.
—¿Buenos días? —respondo como si aquello fuera una cámara oculta que de pronto alguien ha querido colocar para gastarme una broma.
Asiente y con la cabeza me indica que los deje a solas. Como si me importara, aquello se estaba convirtiendo en una reunión de locos que en cualquier momento podían incendiar la cortina con alguna cerilla.
—Disponen de quince minutos. Luego lo quiero fuera, tenemos trabajo —exijo autoritaria sin importarme que yo no sea la jefa—. Y usted, arregle de una buena vez todo este teatro o les irá mucho peor. A los dos.
Cierro la puerta con sumo cuidado, con la intención de conferirles algo de privacidad, aprovechando para ir al baño con calma y relajarme antes de un momento tan crucial para mi carrera. Comienza a despegar y espero estar preparada.
—Rodrigo. Abre los ojos de una buena vez. Estás como idiotizado por esa mujer. No es tu prometida. ¿Lo sabías?
—¿Y eso a ti qué te importa? Yo haré lo que quiera. Igual no es mi prometida, vale, pero es divertido jugar a que tengo una novia. A que le importo lo más mínimo a alguien. ¿No crees? Lo que jamás te importé a ti.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak