35. Rodrigo

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Si no regresas del coma con alguna secuela, seguro te la provocan a la vuelta entre tanta máquina para comprobar que sigues de una pieza. Los llantos exagerados de las amantes que quieren volver a ver tu desnudez en su máximo esplendor, o las exigencias de aquellos que en cuanto despiertas ya piden sus campañas, o saber si antes de tu accidente firmaste todo lo que necesitan.

¡Como si me importara! Por supuesto que no. Cada cual tiene sus propios inconvenientes, y la solución debe pasar por uno mismo.

Observo a Éire, junto a mi cama, ahora que ya me han pasado a una habitación común con su ordenador portátil para ponerse al día a pesar de las muecas de dolor. A menudo olvido que también es humana, y que sus costillas no están en perfectas condiciones.

—Deberías marcharte, y dejarnos descansar a ambos, cariño —le insinúo para que termine las interminables jornadas en el hospital, bastante más caóticas que en nuestra oficina.

Alza su mirada y finge no haber oído nada, tan terca como siempre.

La enfermera entra con la bandeja de la cena y, con gentileza, le ofrece a ella otra para que se quede a comer algo también.

Desde que desperté, sin consecuencias fatales, por suerte, no se marcha ningún día antes de ver cómo tomo cada alimento de esta bandeja de plástico. Es asqueroso. Pero muy nutritivo, según dicen y ella no acepta un no por respuesta.

Lo único que me inquieta es que no ha querido hablar conmigo acerca de nuestra boda. Finge que no existe una proposición de matrimonio previa, y a veces hasta retira su cara para evitar mis besos.

No lo comprendo. ¿Quién no querría los besos de su prometido? Es más, ¿quién no querría sentir mi boca sobre sus labios?

En los últimos días me he visto obligado a retirar con cortesía a diversas mujeres que aseguraban ser mis novias, amantes, amigas que parecían ser mucho más que eso. Pero Éire se ha mantenido impasible durante todo el tiempo, aunque su actitud ha diferido en todo de sus gestos.

—Rodrigo, mañana he programado una junta por Skype con Martín. Quiere que te transmita que se alegra de tu recuperación, pero si demoramos más la reunión podemos enfrentarnos a una demanda millonaria —explica Éire mientras come los guisantes con jamón que hay en un cuenco de plástico, actualizándome en los asuntos laborales cada vez que termina de masticar las verduras.

—No. Él fue el que insistió en una reunión con los dos desde el inicio, y ese es el único motivo de que se haya retrasado la junta con él. No puede demandarnos por no haber cumplido unas exigencias que han sido dilatadas por fuerza mayor.

Ella asiente pero se encoge de hombros.

—De todos modos, jefe. Póngase guapo y trate de simular que es profesional, al menos. ¿Eso puede hacerlo? —dice ella.

Las facciones de su cara me aseguran que no confía en mi profesionalidad. Debo tener capacidad nula para los negocios y ser formal, al menos bajo su perspectiva.

—Éire —la reclamo cuando está recogiendo, lista para marcharse a casa—. ¿Vas a contarme, por fin, por qué me llamas jefe? ¿Por qué todos evitais el tema de la boda? Tiene que haber algo más que desconozco. Y ya soy adulto para admitir la verdad, ¿no crees? Mamá no ha venido a verme desde que la vi en aquel barco...

La sujeto de la muñeca con suavidad y ella me fulmina con su mirada para que deshaga su agarre.

—Usted es mi jefe, es mejor que lo entienda lo antes posible —concluye como una sentencia que me provoca una especie de nudo por dentro que me dificulta el respirar.

—Pero... apuesto a que te he visto desnuda tantas veces que sé de memoria las pecas que adornan tu cuerpo. ¿Puedes dejar de ser tan respetuosa y tutearme? Me pone un poco nervioso, aunque sea algún fetiche, podemos dejarlo solo para cuando estemos en la intimidad. ¿No crees?

—¡Ay! —susurra entre suspiros como si no entendiera en absoluto lo que sucede.

Tal vez no soy consciente de todo. ¿Éire me abandonó antes del coma?

Papá, entre risas me dijo, que pronto saldría la nota de prensa de nuestra unión en el próximo otoño, y estoy convencido de que esto es un complot para ocultarme verdades. ¿Pero cuál de todas es la correcta?

—Si todos estuvieran mintiéndome, Éire, tú me dirías la verdad, ¿no? Lo que me enamoró de ti fue precisamente que nunca temiste a decirme lo que sentías a pesar de que fuera tu jefe.

No puede disimular un gesto de sorpresa. Abre su boca sorprendida por mis palabras.

—Ya tengo que irme, Rodrigo —me llama por mi nombre pero a veces le sale forzado y debe recordarse no ser conmigo tan educada.

Me pregunto por qué.

La silueta de mi prometida enfundada en un vestido blanco y negro me tienta. Llevo varios días pensando —más a menudo de lo que desearía— en regresar a casa, preparar una cena con velas y fundirme con ella. Sentir la intensidad de los besos y caricias de ella sin control. Sin temor a ser interrumpido por el personal médico y barrer con la incomodidad que intuyo en ella.

Ha de ser eso, no es el lugar para hablar de temas personales y espera a que estemos a solas.

La detengo colocando mi mano en su vientre y con la que me queda libre recorro las costuras de su vestido. Parece un animal asustado y quisiera saber qué motivo tiene para mostrar temor dónde debería haber placer.

—Rodrigo... —me susurra con clemencia.

El tono de su voz parece una súplica que lleva implícita una queja para que me detenga y sus ganas de que prosiga.

—Mírame a los ojos y dame una sola razón por la que deba dejarte ir. ¿Acaso no deseas tanto como yo estar a mi lado?

Se da media vuelta y veo una llama de enfado en sus ojos.

—No quiero... —dice dispuesta a expresar su desagrado.

Pero por algún motivo algo calma sus ganas de gritarme o escarmentarme. Y apretando el puño con toda la fuerza de la que es capaz se tranquiliza.

»Sí quiero, ¡maldición!

Dice antes de sujetar mi rostro y besarme con tanta pasión que no logro pensar ni dudar más, solo perderme en el contacto tibio de su lengua que enciende cada parte de mi cuerpo que fantasea con sentirla de todas las formas posibles.

Se aleja y ambos tratamos de sosegar nuestras respiraciones agitadas que vuelven a reclamar el contacto de nuestras bocas en una sesión interminable de besos que rozan la locura.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora