34.1 Éire

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De todos los escenarios que imaginé respecto al despertar de Rodrigo, no barajé este.

Convencido de que soy la mujer con quién desea casarse, cuando ni tan siquiera hemos pasado de alguna cita, que no podría ni catalogarse como tal, aunque recuerde con cariño el día que pasamos disparándonos y caímos el uno sobre el otro.

Sin duda alguna, este debe ser el karma queriendo cobrarme el daño que ha hecho mi madre. Macabro destino que anhela atraparme en sus fauces, obligándome a explicarle a mi superior su equivocación. No estoy prometida con nadie. Mucho menos con él.

—Rodrigo —le llamo por su nombre para no sonar demasiado formal, pero tampoco me atrevo a llamarle por algún apelativo cariñoso, aprovecharse de un enfermo no sería justo—, nos vemos mañana. También salí herida en el accidente y necesito un pequeño descanso. Mañana vendré a verte.

—¿Estás bien, Éire? —pregunta con preocupación—. Lo siento mucho —se disculpa con un gesto en su cara desconocido para mí, creo que podría ser arrepentimiento.

Quiero que vuelva el Rodrigo que es mal hablado, directo a la yugular, este no es el hombre que cambió hasta volverse persona, es una especie de hombre con algo de algodón de azúcar dentro. Y no me gusta.

Podría parecer que me gusta que me traten mal, que humillen e infravaloren mi labor, pero este no es él. Le quiero de vuelta. Como sea.

—Sí. Nada que no cure en unas semanas.

Camino hasta la salida, antes de que me interrumpa justo cuando me dispongo a salir por la puerta de la habitación.

—¿No vas a besarme antes de irte? Quiero las buenas noches.

Cabeceo con el claro pensamiento de que debe ser una broma de mal gusto en lo que se ha convertido el mayor tirano de la ciudad. Lo prefería un tigre, y entretenerme en domesticarlo, mientras él creía que yo era una loba que convertía en caniche. Me aproximo y deposito un breve beso en su frente y me marcho a toda prisa antes de que quiera que le cuente una historia infantil para ayudarle a conciliar el sueño.

Busco el despacho del médico con la esperanza de no cruzarme con el padre de mi jefe. Sería una coincidencia desagradable que prefiero evitar.

Está reunido el equipo médico y me aproximo con cautela, por suerte solo se encuentran el doctor y un par de enfermeras conversando y tomando un café de máquina.

—Doctor, ¿puedo robarle un par de minutos, por favor? —pregunto con intención de no importunarle mucho.

Mira a las chicas que nos dejan a solas para que pueda atenderme.

—Siéntese —me ofrece una silla al otro lado del escritorio.

—Bueno, verá... —me detengo sin saber por dónde empezar y decido explicarlo sin ambages—. Rodrigo cree que vamos a casarnos. Pero no somos novios.

—¡Oh, qué incómodo! ¿No recuerda que son familia? —cuestiona y entiendo que es el momento de descubrir la farsa.

—En realidad soy su secretaria —respondo y bajo la cabeza.

Escucho la risa del médico cuando esperaba una reprimenda.

—No se sienta mal, hay mucha gente que nos engaña. Lo que no esperaba es que una empleada se volcara tanto con su jefe.

Hay un breve silencio antes de que prosiga.

»Le aconsejo por el momento que no desvele que no es su novia, podría ser un shock después de despertar del coma. Espero que con los días recuerde que no están juntos, podría sentirse perdido. Poco a poco todo volverá a la normalidad.

Afirmo con la cabeza y me resigno a ser la ficticia prometida del dichoso Rodrigo Salas. La única mujer estable que ha conocido en toda su vida.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora