Éire cruza el umbral de mi habitación con la determinación brillando en sus ojos. Con más fuerza que nunca. Si esa mujer se hubiera convertido por instantes en un fenómeno natural habría sido, sin duda, un huracán dispuesto a arrasar con todo.
Eriza cada vello de mi cuerpo solo con escrutar su atuendo, los andares femeninos que ha adoptado, la seguridad de quién tiene una idea que nadie logrará borrar, bajo ningún concepto.
Y por un instante descuadra todos los principios sobre los que he estado asentado toda mi vida. Un pellizco en mi interior hace que el nerviosismo vaya en aumento, así como mi corazón da un vuelco dispuesto a averiguar qué ha cambiado. Qué es lo que tiene en su mente para haberse convertido en otra chica. ¿Es esta la chica que cruzó mi oficina para la entrevista inicial?
Sí, la misma que me ofreció su culo para azotarlo como signo de provocación. La que buscaba ejercer control sobre mí. Sin duda, la que tuvo agallas para empaparme cuando quise convencerla con las artimañas que tanto conocía y que con ella jamás funcionaron.
Éire. La llamo en un susurro que solo es audible en mi cabeza. Éire.
Con su cabello engominado hacia atrás, sujetado tan solo por unas horquillas que simulan un tupé que le favorece. Le confiere agresividad, junto con el traje que porta de americana y falda de tubo. Subida a unos tacones de infarto, que alertan de su presencia a medida que se acerca, con el ruido que provoca sobre el suelo con los pasos acompasados que da.
Coloca sobre la mesa auxiliar del hospital su ordenador portátil y extrae del maletín, no solo el ratón para manejarse con más comodidad, también un portafolio. Viene preparada, ha trabajado duro.
Me obligo a admitir que hoy está dispuesta a darme una gran lección. No necesita querer escarmentarme porque es suficiente con que yo me haga a un lado.
Ha implorado una oportunidad durante mucho tiempo, pero parece como si hubiera nacido preparada y siempre hubiera hecho esto.
—Éire. Acércame todo eso. Puedo hacerme cargo de todo solo. Tú ve a por cafés —le pido autoritario y me incorporo en la cama.
—No voy a hacer eso, señor —responde dándose la vuelta para intimidarme.
Con una mano en su cintura y la rotación de parte de su torso pretende fulminarme.
—Rodrigo, repita esas palabras —dice calmada, aunque noto en su voz la clara amenaza.
—Yo voy a presentar la reunión. Gracias por todo, pero que no se te olvide que yo soy el jefe, y ahora trae café. Me aburres y no quiero dormirme.
Se marcha contoneando sus caderas furiosa. La falda es tan estrecha que parece una modelo de pasarela, pero es una delicia para los sentidos. ¿Por qué no la dejé llevar estos trajes? Me habría divertido un poco más.
Da un portazo que ni siquiera deja que la puerta sea cerrada, solo se tambalea la madera.
Soy consciente de que he obrado mal. Y, por primera vez, un gusano me corroe las entrañas. No sé el motivo. ¿Me habrá sentado mal el desayuno? El hospital no es que sea precisamente un restaurante de lujo, pero bueno, será para que nos marchemos lo antes posible y no se nos ocurra alargar nuestra estancia más de lo necesario.
Instantes después vuelve. No porta entre sus manos los cafés de máquina que le reclamé, o bien de cafetería, cualquiera hubiera servido. ¿Por qué demonios vuelve, entonces?
—Rodrigo Salas, no me pagas por hacerte recados. ¿No crees que ya hemos superado el período de tintorería, cafés y obsesiones de denigración varias?
—¿Quieres decir que te humillo por ir a buscar cafeína? Has de estar de broma, Éire. Además, voy a ser tu marido, ¿no? Tendrás que servirme, cuidarme. Tendrás que atenderme como una buena esposa que se precie.
Su rostro parece enrojecer de ira. La sorpresa se instala entre sus fauces, que parecen dispuestas a anclarse justo en mi yugular.
—Anda, cariño. Ya sabes que detrás de cualquier gran hombre siempre se esconde una gran mujer —Guiño un ojo, tratando de restarle importancia.
—¿Quién dijo que tú seas un gran hombre? ¿O te refieres a la altura? Porque no veo nada suficiente grande en ti, a parte de eso.
Una sonrisa triunfante asoma a sus labios. Pretende dañar y no me rendiré a sus pies. ¿Qué diría Martín si ella fuera la mujer que dirige la conferencia y yo solo el títere que sirve de fondo?
Permitirle a otro hombre poderoso que vislumbre en Rodrigo debilidad, enfermedad y hasta sumisión. Y que el tiburón se convirtió en pez al necesitar la ayuda de su banco de peces.
—¿No puedes comportarte por una vez como la prometida que eres? ¿Vas a seguir negándome todo lo que deberías darme? Sexo. Obediencia. Amor. Cariño.
Hunde su puño sobre la mesa auxiliar que está usando de escritorio. Suena con fuerza, los nudillos de su mano derecha se vuelven de un tono encarnado, a causa del golpe.
—Tú lo dijiste, tu prometida. No tu esclava. Para nada voy a convertirme en tu criada ni una mujer que se crea que importas tú por encima de todo y se borre del mapa. ¿O lo tomas o lo dejas? Pero si lo dejas...¡oh, Dios, me harías un gran favor!
No puedo aceptar ante ella que tengo miedo a perder todo por lo que he luchado durante años. Tener bajo control mis negocios, mis relaciones y no implicar al corazón fue lo que me mantuvo a flote desde que me abandonaron a mi suerte. Y hacerme un hombre no era ser una persona íntegra, era comerme al otro, anularlo para sobresalir. No conozco otro método. ¿Qué dirá Martín si me ve atado de manos y perdido sin mi secretaria?
—Tal vez si buscas alguien que te sustituya... De pechos prominentes —Gesticulo el volumen con mis manos—, culo turgente y largas piernas... entonces no me importa que quieras perderme de vista.
—¡Eres insoportable! —brama enfurecida y vuelve a dejarme a solas. Sonrío triunfante.
![](https://img.wattpad.com/cover/320007647-288-k91930.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak