Hemos optado por trasladarnos durante el día de hoy a casa para comenzar con nuestras averiguaciones, sin poder evitar dirigirle miradas furtivas a cada momento.
La insistencia de Éire por hurgar en mi pasado para resolver mis tormentos han sido recibidos con algo de reticencia. Como si tuviera más alternativas para recuperar el control. Así que aceptar su ayuda ha sido un paso inevitable; incluso cuando dudo de que sirva de algo, debo intentarlo.
¿De verdad Éire y yo nos hemos acostado juntos?, no puedo quitarme ese pensamiento de la cabeza. El arrepentimiento se apodera de mí, ¡cómo he podido acostarme con mi secretaria!
Ella me pidió de manera expresa no cruzar esa línea, siempre buscando ganarse el puesto de empleo que consiguió hace unos meses. Y ahora es mi amante, mi niñera, mi detective privada... ¿puede una mujer no querer volver a abandonarme con todos los problemas que llevan mi nombre?
—Rodrigo... Rodrigo... —me llama Éire y entonces soy consciente de que estaba totalmente absorto en mis pensamientos y culpas.
Escucho el claxon del coche de atrás, a continuación se van sumando los demás hasta que arranco lo más rápido posible para terminar con la cola furiosa de vehículos que deben estar acordándose hasta del último integrante de mi familia, y no creo que para nada bueno.
—¿Te encuentras mal? Puedo llamar a Antonella —me ofrece mientras rebusca en su cartera.
La detengo por el brazo para que deje su labor de búsqueda y ella parece entender mi mensaje.
El resto del trayecto nos mantenemos en un segundo plano, alejados el uno del otro. Me centro en mirar al frente la carretera como si en ello nos fuera la vida y el silencio fuese nuestra mejor compañía. Nuestra guía a la tortura, en realidad.
Al usar el cambio de marchas de mi vehículo, mi vista se desvía hasta las piernas de Éire, su falda se ha subido más de lo habitual y me parece una gran tentación.
Anoche debió ser delicioso perderme por sus piernas esbeltas y de nívea piel. Deslizar mi lengua por sus muslos hasta el interior de su gruta secreta. Debió ser tan malditamente bueno, que no puedo creer que haya olvidado cada instante y no poder recordar cómo fue, sus gestos de placer cuando se contrajo en torno a mí.
—¡¡¡¡¡¡¡Rodrigo!!!!!!!!!
—¡¡¡¡¡¡Rodrigo!!!!!!
Él ante mi grito de alarma vuelve a conectarse con la carretera, justo a tiempo de esquivar el tráiler que está a punto de invadir nuestro carril.
Rodrigo da un rápido y brusco volantazo que nos hace abandonar la calzada y chocamos contra un árbol perdiendo el control por completo.
Mi cuerpo se vence hacia delante, sujetada solo por el cinturón de seguridad que parece amortiguar el golpe, pues a pesar del dolor de costado que siento, no noto nada más.
—Rodrigo, Rodrigo. —Me giro con algo de dificultad para comprobar el estado en el que se encuentra.
Vencido contra el volante se encuentra mi jefe, parece inconsciente, y un reguero de sangre cubre su sien derecha.
El corazón me da un vuelco y solo le pido a Dios, si es que se acuerda de mí, que por favor no esté muerto. Los latidos desbocados hacen que mi pecho suba y baje con rapidez y mi dolor se acentúe.
Lo regreso a una posición más cómoda en el asiento, su espalda recostada sobre el respaldo y entonces tomo el pulso en su cuello. Al notar que respira, me tranquilizo un poco.
«Piensa, Éire, piensa rápido, ¿qué hago, qué hago?», desesperada por hallar la solución tras un shock así no hago más que mover la pierna de forma compulsiva.
Rebusco en el bolso el teléfono móvil para llamar a una ambulancia y puedan revisar que esté en perfectas condiciones, yo no me atrevo a manipularlo demasiado sin saber si puede ser peligroso.
El teléfono resbala en mis manos por la angustia que sobrellevo y, aunque trato de sujetarlo se cae al suelo, sobre la alfombrilla del coche. Me agacho sujetándome el costado y pronuncio un ay por las molestias, espero no haberme hecho nada grave.
Tengo que asistir a esa reunión con el señor Martín y no querría tener que fallarle por problemas de salud.
¿En qué estaría pensando Rodrigo para haberse despistado así? No es un loco en la carretera, así que imagino que de nuevo los recuerdos de su madre deben atormentarlo demasiado. Necesita respuestas con urgencia.
Cuando por fin consigo marcar a la ambulancia con un temblor de manos imposible de controlar, les indico dónde nos encontramos para que puedan venir a socorrernos. La muchacha me hace unas preguntas sobre qué ocurrió, nuestro estado de salud y sobre el tiempo que lleva inconsciente Rodrigo, y nos asegura que llegarán lo antes posible, que tengamos paciencia.
Le doy una patada a la parte baja del salpicadero y maldigo.
—Maldita sea, Rodrigo, no puedes morirte, no puedes dejarme sola. ¡Au! —exclamo al notar que me he dañado el pie y decido mejor no pagarla con el vehículo, sino quiero acabar peor.
Se me hace interminable la espera, y medito si debería llamar a la oficina para que alguien se ocupe de llevarlo al hospital y acelerar todo, al fin y al cabo tiene dinero para eso.
No podría perdonarme jamás que le ocurriera algo.
Decido esperar un poco más mientras no dejo de observarle esperando que en algún momento despierte o me dé alguna señal de que sigue aquí conmigo, pero a excepción de su pulso, no hay signos de que no piense abandonarme. Y juro, que esto sí no se lo perdonaría jamás.
A punto de realizar la llamada a la oficina, escucho la sirena de la ambulancia que ya llega para atendernos.
Y parece que todo sucede como si fuera una pesadilla. Luces, camillas, médicos que lo trasladan con urgencia al interior del vehículo.
Mascarilla, aparatos para comprobar sus constantes vitales y un continúo movimiento en torno a Rodrigo que sigue sin volver en sí. No puedo dejar de controlar todo con la esperanza de que en cualquier momento abra sus ojos y los fije en mí.
El traslado al hospital aunque es rápido y sin incidencias, me parece el viaje más eterno desde que recuerde. Ruego a cualquier cosa en la que se pueda creer que lo salven, que logren que despierte. No importa si yo salgo perdiendo, solo me importa que esté bien, temiendo que esta angustia pueda ser mucho más que el cariño de una secretaria a su jefe.
Lo encierran en un box y yo corro tras él pero me obligan a aguardar en la sala de espera hasta que me llamen para hacerme unas pruebas y comprobar mi estado también.
«¿Por qué nos ha tenido que ocurrir a nosotros? ¡Despierta, Rodrigo, no me hagas esto!»
ESTÁS LEYENDO
El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak