Experimento una corriente que me parece centrífuga tratando de absorber mi esencia para devolverme a otro plano terrenal.
No he visto luces blancas, a excepción de sueños extraños que trataban de tirar de mí para atraerme y ganarme. Y, sin duda, la que cobraba más importancia era la imagen de Éire prometiéndome que, de volver a la vida, ella iba a estar aguardando por mí. Dispuesta a que mi regreso al mundo de los vivos fuera lo más llevadero posible.
Entre intentos por esforzarme en abrir los ojos, el movimiento de pupilas que imagino en mi mente se descontrola. Presiento agitación en el organismo que se conecta a mi mente, pero dejó de serme de utilidad hace unas horas. Convulsiones provocadas a causa de algún aparato eléctrico para regresar a mi status de calma, para que al menos el monitor que controla lo que intuyo es mi corazón, siga marcando latidos regulares.
No deseo volver. Aquí puedo vagar por cualquier lugar a mi antojo, disfrutar de desenfreno por doquier si me place. Buscar por habitaciones infinitas, con el solo poder de mi cerebro entre los recuerdos y volver a ser el niño que su madre no abandonó.
En una ocasión he logrado casarme con Éire, sin el rencor que me hace odiar a toda mujer que no me sirva para propósitos oscuros, he logrado vislumbrar al final del pasillo la dicha de unirme en matrimonio y ver, en un banco de la catedral, sentada a mamá que lloraba viendo como su único hijo se une a una buena muchacha.
Sin embargo, estar en tránsito entre ser o no ser, vivir o perecer, tiene sus desventajas, como no podría ser menos.
Puedo vivir en un bucle atemporal donde me caso infinitas veces sin poder proseguir mi camino o abandonar la enorme sala dónde recitamos nuestros votos, y todo se derrumba como un castillo de naipes creado sin una base que soporte su estructura, así de caprichosos son los caminos inescrutables de la mente. No hay perfección en crear sueños que no son más que eso, con la convicción clara de que sean meras fotografías que acabarán por volverse llamas, y más tarde cenizas convertidas en la realidad de no poder construir nada sólido.
No sé si desde que estoy buscando la salida a este pasadizo lleno de puertas y experiencias por vivir que parecen no tener fin, han pasado minutos, horas, días o tal vez semanas. Aquí el tiempo es irrelevante y con total probabilidad, no será equivalente al experimentado por los que esperan que vuelva de las lagunas de mi inconsciencia.
—Rodrigo —me atrae la sinuosa voz de Éire, compungida o tal vez desesperada por no tenerme de vuelta.
No respondo pero puedo escuchar con claridad sus palabras, a medida que persigo su eco por los pasillos, tratando de encontrar cómo llegar hasta el fin de este sueño lúcido.
—Si no hay más familiares que quieran visitarlo, puedes quedarte una hora, luego debes marcharte. No se permite más tiempo en cuidados intensivos —advierte la voz grave de un caballero que no logro identificar, conjeturo que sea un médico.
¡No! No quiero que ella se marche, su hipnótico sonido está despertando mis sentidos y presiento que el final de este túnel está próximo a llegar. Necesito que siga hablándome, atrayéndome a un despertar donde lo que exista sea real. Y mi percepción sobre su tacto, sus besos o sus promesas no desaparezcan como partículas que se evaporan en el aire.
—Todo va a salir bien. No permitiré que mamá vuelva a acercarse a ti, aunque deba montar guardia afuera de la habitación.
Enloquezco en la búsqueda por recobrar el conocimiento, ella prosigue explicándome que ha conseguido un aplazamiento con Martín hasta que despierte del coma, tal y cómo intuía nadie necesita de mí tras las puertas de este hospital. Soy prescindible y eso es una patada fuerte en mi ego.
—Jefe, jefe... ya no me gusta llamarte así porque te siento algo que forma parte de mí. No me siento tu secretaria aunque sea sexy el poder que supone tener un superior —suena divertida al reconocer eso, tal vez sonríe para ella misma o se avergüenza de sus confesiones más íntimas—. ¡Dios! Pensar que tal vez me escuches es embarazoso...
Sigue hablándome, provócame para que ninguna fibra de mi ser desee morir. Necesito que me arrastres hasta ti, aunque lo que tenga que vivir sea una mierda.
»Mucho peor que confesarte que me gusta la tensión sexual entre Jefe y secretaria, es decirte que nos chocamos por llevar demasiado lejos una mentira que es absurda e infantil.
¿Una mentira, Éire? ¿De qué se trata? Pregunto como si pudiera oírme pero solo oigo la voz de mi propio pensamiento, una que no exteriorizo y ella no puede escuchar, pero imploro por proseguir.
¿Acaso la íntegra y competente secretaria que siempre ha tratado de darme lecciones no es tan decente? No se me ocurre de qué pueda tratarse así que aguardo que esclarezca la incógnita.
»Debería decirte qué ocurrió por la noche. Cómo terminamos enredados entre sábanas, ropas que sobraban y tus dedos atrevidos sonrojaron cada parte de mi blanca piel.
¡Oh, mierda! ¿Qué mentira puede haber dicho con respecto a si nos acostamos? Tal vez no sucedió nada entre nosotros, o tal vez no fui precisamente lo que se dice un caballero.
En realidad, nadie espera que Rodrigo Salas sea un amante cauto y sensible, que convierta una noche en su cama en la experiencia de tu vida, pero sí se espera de mí que convierta el sexo en la adicción por la que regresan.
Pero, ¿quién iba a quedarse a velar mi futura muerte?
Solo Éire.
—Señorita, se terminó la hora de visita, tenemos que hacerle unos controles. ¿Puede salir? —explica la voz recia de una enfermera, tal vez.
Se inclina sobre mí para besar mi mejilla y noto la suavidad de su rostro sobre mi barba.
Muevo con mucho esfuerzo uno de mis dedos sobre su mano y ella se espanta ante el movimiento que acaba de notar.
Todavía no he encontrado el modo de despertar, porque al final del túnel me lanzo a las aguas y no hallo tierra firme. ¿Hasta dónde deberé nadar para poder lograr aúnar mi espíritu a mi cuerpo?
—Ha movido un dedo —afirma sorprendida Éire.
—Son movimientos involuntarios, no hay actividad cerebral —explica sin inmutarse.
Maldita vieja, pienso para mí sin saber si la señora es mayor o joven, pero es lo que me sale ante la impotencia por el esfuerzo que realizo para encontrar por fin el límite de este laberinto.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak