Desde que entré a trabajar para Rodrigo, había olvidado mi dignidad, mis principios y la premisa de valorarse uno mismo por encima de todo, antes que permitirle a un hombre el lujo de patearte de mil formas posibles.
Así que verlo de rodillas ante mí, disculpándose además de reconocer una ínfima parte de sus errores, ya me sabe a victoria.
Sus últimas palabras, en cambio, caen sobre mí como una losa logrando mi derrota. No quiero pensar en él, ni en que tal vez me ha extrañado estos días porque él no se apiada de nadie. ¿Puede un hombre cambiar tan pronto? ¿Solo porque su secretaria dejó de pegar en su mesa post its de colores?
¿Echaría en falta que organizara su agenda y ahora sus citas se habían vuelto caóticas?
Antes de derretirme ante sus ojos como helado en altas temperaturas, me decidí a rodearlo y marcharme de allí lo antes posible. No podía darme el lujo de flaquear.
Rodrigo era un tiburón de los negocios, sabría ver su ventaja y destronarme en cuanto tuviera oportunidad.
Arranco a paso rápido y decidido, dispuesta a dejarlo postrado en el suelo, boquiabierto porque finalmente no me he creído su juego.
—Éire, ¡no te marches! —me pide alzando la voz.
Escucharle pronunciar mi nombre en tono de súplica me frena de inmediato.
—Deberías haberlo pensado, Rodrigo —respondo dándome la vuelta para mirarle a los ojos—. Pero decidiste humillarme, infravalorarme, estabas dispuesto a volver mi vida un infierno para que me fuera. Tenías tantas ganas de dejar de verme ocupar tu oficina, que no pensaste en que dejabas escapar a una buena secretaria. Pero nunca reconocerías eso, ni en un millón de años.
Agacha la cabeza y mira las baldosas del suelo. Creo que le he hecho recapacitar. Ni en un millón de años lograría herir su orgullo, pero me gustaría, a ver si así aumenta su capacidad para respetar a un trabajador, aunque sea mujer, lo cual parece su punto débil.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué quieres que haga? Haré lo que sea, te doy mi palabra —promete con rictus serio.
—Empieza por levantarte del suelo. Y puedes seguir por llevarte tu culo contigo.
¿Por qué he dicho culo? Mierda. Quizás porque es una de las partes de su cuerpo más sexys y a veces me desconcentra. Ponlo en su lugar, Éire, no vuelvas a permitirle que te arrebate tu amor propio; me convenzo a mí misma.
—¿Quieres que me marche? Entonces, ¿declinas ir a la fiesta que te propuse? —me pregunta con el rostro en un tono cenizo. Se ha disipado su buen color.
—No. No voy a ir. Pero tal vez puedo recordarte que esa chica con la que quisiste follar delante de mí, se vería muy bien paseando de tu brazo.
Se pone en pie y su expresión ha cambiado. He dejado de verle suplicante, ni siquiera destila amabilidad porque algo ha cambiado al escuchar mis palabras.
Introduce las manos en los bolsillos mientras extiende una sonrisa ladina.
—Estás celosa. Has leído tantos libros sobre jefes y secretarias, Sombras del tal Grey y novelas rosas que te has enamorado de mí. Y quieres esconderlo jugando el papel de castigadora, ¿no es así? —deduce con total seguridad.
Por dentro estoy desternillándome de la risa. No me burlo de sus conjeturas porque cuanto más crezca su ego, más dura será la caída.
—¿Qué te hace pensar que... que tú me gustas? —pregunto simulando timidez mientras enrosco varios cabellos entre mis dedos.
Se aproxima más y toma mi mano entre las suyas con caballerosidad.
—Bueno, es evidente. El modo en que has mencionado a Antonella dice bastante de tus sentimientos, ¿no crees?
—Y... ¿yo te gusto a ti? —Le dedico una sonrisa encubierta, de esas que deja ver mis dientes apenas unos segundos.
Besa mi mano y sin moverse me lanza gestos seductores. El corazón se me acelera, incluso sabiendo que esto es puro teatro, no se le puede negar que es atractivo y su encanto embriaga.
—A mí me gustan todas, lo sabes bien. Hacerte un hueco en mi cama sería todo un placer.
Ajá. Caes por tu propio peso, y eres estúpido si crees que voy a arrastrarme a tus pies mendigando un orgasmo. Ninguna mujer debería arrastrarse para conseguir unos minutos sin valor.
—¡Halagador! —Me río de nuevo y apoyo mi mejilla en el hombro.
—Hoy estás más preciosa que nunca, Éire. Parece que la espera mientras te arreglabas para mí ha valido la pena.
Con soltura, prosigue la lista de piropos y frases hechas que tan bien conoce para cazar a su presa y, en ocasiones, me siento princesa de un cuento que no fue escrito para mí.
—Rodrigo... —gimo sintiéndole tan cerca del lóbulo de mi oreja.
Juraría que aspira mi aroma porque su nariz está muy cerca de mi cuello, y su aliento consigue que me estremezca.
—¿Sí? —contesta en un susurro al escuchar su nombre.
—¿Estás seguro de esto? Tú y yo... Bueno, ya sabes... Jefe y secretaria, no estaría bien visto —argumento con la idea de convencerle de mi sumisión ante el tacto de su piel.
Asiente con la cabeza y roza sus labios con los míos tan lento que pienso que hasta tiene el tiempo estudiado para que resulte perfecto.
¿Qué debo hacer? ¿Le dejo que bese mi boca y se crea dueño de mí? ¡A nadie le amarga un dulce!
Así que me abandono al beso. Cierro los ojos y me sumerjo en la suavidad de sus labios que enternecen a los míos, convenciéndoles de abrirle el paso a su interior. Allí donde nuestras lenguas mantienen un pulso por salir vencedoras. Un sofoco me aclara que puedo jugar, pero que el calor de mis mejillas y la posible humedad de mis piernas no engaña.
Tampoco negué que me pareciera guapo, ¿verdad?
—Rodrigo... —lo llamo al separarme de él.
—Éire...
—Es que... ¿Puedes apartarte? Te huele el aliento —le informo mientras se aleja confuso.
—Lo... lo siento —se disculpa mientras sopla en la palma de su mano para comprobar su aliento, y he de disimular lo mucho que me divierte.
—No te disculpes. Nada que no arregle un buen enjuague bucal. Se me ha hecho tarde pero, ¿quieres que lo retomemos en otro momento?
Le guiño un ojo y lo dejo pensativo.
Nos veremos pronto, Rodrigo, lo presiento.
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El capullo de mi jefe
UmorismoRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak