24.2 Rodrigo

2.2K 117 10
                                    

Una miscelánea de recuerdos se dan cita en mi mente en el mismo lugar, el mismo momento, si no resuelvo esto, enloqueceré.

Recuerdo a Antonella aconsejándome sucumbir al deseo que hay entre Éire y yo para poder continuar con mi vida, antes de volverme demasiado idiota. Por otro lado, no consigo ignorar la conversación con los brothers, culpables de mis dudas acerca de lo que siento por mi —de nuevo— secretaria.

Además se le suma papá con sus consejos sobre no estropear demasiado las cosas, pero nadie imagina lo complicado de mi situación. Llevo muchísimos años alimentando un odio femenino —según Antonella propiciado por el abandono de mi madre— que ahora mismo no sé cómo arrancarme de la mente.

Así que el beso con Éire es al mismo tiempo una delicia y un castigo por no saber en qué forma puedo respetar a una mujer, cómo no fastidiar todo, porque estoy convencido de que antes o después rebosará mi odio por ella y querré hacer eco de la venganza de la que solo debería ser producto la mujer que me vio nacer.

Así que el beso con Éire es al mismo tiempo una delicia y un castigo por no saber en qué forma puedo respetar a una mujer, cómo no fastidiar todo, porque estoy convencido de que antes o después rebosará mi odio por ella y querré hacer eco de la ve...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Decido complacerla cuando me propone marcharnos a comer. Se ha pasado demasiado pronto este rato a su lado, porque al consultar el reloj observo que son casi las cuatro de la tarde.

Escucho el ruido de las tripas de ella y sonrío.

—¿Tienes hambre o un concierto dentro? —pregunto divertido.

Ella regresa conmigo. La he sentido perdida por unos minutos tras el beso, la ha transportado a algún lugar muy lejos de mí, tal vez con los demonios que yo he alimentado.

—Puede que un poco. —Me muestra con sus dedos el poco, aunque apuesto a que debe ser mucho.

—Veeenga. Vamos a arreglarnos rápido y te llevaré a comer a un sitio adecuado. Y no, no será un McDonald's, me niego en redondo. Eso es como tragarte la bomba de Hiroshima.

—¿Sabías que eres un exagerado? La comida cara que tú comes es para mantener la línea y matar de hambre a la gente.

—Bueno... bueno... Ya será para menos, hermosa. Te espero en la salida, ¿vale? Quien acabe antes, conduce.

Abre su boca como nunca antes había visto a nadie hacerlo. Parece que la he sorprendido con la idea de poder conducir mi deportivo, y no le debe disgustar la idea, pues se lanza a correr hasta el vestuario de mujeres, solo queda la estela de su perfume.

Sin apurarme en quitarme el mono y las protecciones, las dejo en los colgadores y me aseo un poco, me visto de nuevo, no sin antes arreglarme el cabello.

Estoy dándole un poco de ventaja para que me venza, aunque no lo reconoceré. Para ella puede pasar porque me gusta demasiado contemplarme ante el espejo, lo cual tampoco sería mentira del todo.

Cuando atravieso la puerta y me despido de mi amigo con un abrazo acompañado de un apretón de manos, Éire está apoyada en mi coche con las piernas cruzadas lista para marcharnos.

—Las tortugas y las hormigas han pasado hace rato —se burla de mí por el retraso.

—Esos animales que tanto nombras no tienen mi pelo ni mi planta. Sería un crimen dejar que se estropeara —admito coqueto.

Ambos lucimos una sonrisa que no se borra de nuestra cara. Le lanzo las llaves. He hecho una propuesta de la que no pienso desentenderme.

Le indico la dirección del restaurante de uno de mis amigos para poder comer. Espero y deseo que pueda atendernos a pesar de las horas de llegada a su local.

Apenas estacionamos lo encuentro en la puerta fumando un cigarrillo. El vicio no puede faltar jamás, pienso.

—Robert, necesito que nos des de comer. Se nos ha hecho muy tarde y la señorita morirá si no come —señalo a Éire, sé que no se negaría a hacerle un favor a una dama, e intento jugar todas las bazas posibles.

—Pasad. Solo espero que os conforméis conmigo, porque el chef se ha ido a casa. Su horario ha terminado —nos informa al tiempo que da la última calada de su pitillo—. Es un placer, señorita.

Los tres nos adentramos en el restaurante. Observo a Éire asombrada por el lujo que observa a su alrededor, sus ojos se posan en todas partes al admirar cada detalle, hasta que Robert nos indica la mesa que podemos ocupar. No hay nadie y aunque no sea a propósito, conseguimos tener una intimidad que nos acerca.

Ella me cuenta cosas sin importancia, pero nunca consigo atravesar la coraza que parece querer mantener conmigo. Nada demasiado personal.

Yo la escucho y me divierto con sus ocurrencias y su frescura, hasta que me pide que le hable de mí.

—Yo soy lo que ves —inicio sin saber muy bien qué decir.

—¿Un capullo que puede sorprender a las mujeres si se lo propone? —responde ella sin filtros.

—En realidad, Éire —digo tomándole la mano—. Soy un capullo que no sabe hacer feliz a ninguna mujer.

Su rostro muestra tristeza. Acabo de confesarle algo que temía y siento que vuelve a alejarse cuando se suelta de mi agarre.

—Rodrigo, necesitas ayuda, no vas a solucionar nada dañando a todas las mujeres del mundo.

—Lo sé, lo sé. Por eso acudo a la consulta de Antonella —contesto bastante calmado, hablar con ella parece fácil.

—No digo que te folles a tu psiquiatra, digo que realmente reconozcas tu problema y no uses el sexo para ocultar todo bajo la alfombra. Porque la porquería cuando la levantes seguirá estando ahí.

Nos interrumpen con la salida de los platos.

Raviolis de faisán y calabaza con crema de queso y rustido para ella. Encocado de merluza de palangre para mí.

Los platos que ha escogido para nosotros mi amigo son una explosión de sabores en la boca. Hacía mucho que no disfrutaba de su cocina que nada tiene que envidiar a su chef, aunque no lo haga a menudo.

Éire saborea también y no puede evitar agasajarlo por la delicia que nos ha preparado y soltar sonidos de admiración.

Cuando al fin nos deja solos me sorprendo a mí mismo por las palabras que le dedico.

—Tal vez tú podrías ayudarme a buscar la verdad, a olvidar el rencor que me consume. Podría llegar a quererte.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora