La jornada con Rodrigo —solo Rodrigo— transcurre en calma total.
Debo convencerme a mí misma de que es real. Un día fuera de la oficina sin discusiones, ni humillaciones. Me entristece desconfiar de él porque no me acostumbro a pensar en mi jefe como una persona civilizada, capaz de aceptar que puedo ser una mujer útil, o puede que solamente una mujer que no debe convertir en su enemiga.
Me sorprende con un bola de pintura sobre mi mono que hace que deje a un lado toda elucubración que todavía quiere absorberme en un círculo de desconfianza.
—¡Oh! Acabas de firmar tu sentencia de muerte —lo amenazo con una sonrisa llena de intenciones.
Rodrigo se esconde y yo lo persigo sorteando obstáculos. El solar está montado de tal modo que simula un campo de batalla. Con cajas de madera distribuidas estratégicamente por todo el terreno, murallas con banderas incluidas, trincheras formadas con sacos y algún tanque que, por supuesto, forma parte del escenario.
Observo cómo se esconde tras una de las cajas y yo corro a por él.
Hubiera sido demasiado fácil disparar sin más. Él se agacha, y una de las bolsas de pintura se estrella contra la caja tintándola de color.
Vuelve a levantarse confiado de su victoria y sonríe. Aprovecho para lanzarle entonces una bola justo en la boca, aunque esta esté cubierta por la máscara.
—3... Corre, Éire, 2... Date prisa... 1... voy por ti.
Obedezco, no voy a permitir que me atrape tan fácil.
Da comienzo una carrera para escapar de sus garras y las bolas de pintura que le acompañan. Me escondo tras murallas y él comienza a tirar bolas y a cerrar más el cerco en torno a mí. Rodeo el tanque mientras él me busca a escasos metros de mí. Cada vez lo siento más cerca y tal vez no sea tan malo que me atrape, pienso a la vez que mi corazón late desbocado.
—Éire, odio perder. ¿Qué tal si me dejas ganar y lueeeeego te compenso?
Sonrío seducida por la idea de ser compensada, pero sería demasiado sencillo. Y a ninguno nos agradan las cosas que no requieren un verdadero esfuerzo.
»No importa si no contestas, te atraparé igual.
Recorre el perímetro del vehículo al mismo tiempo que yo, agachada, me muevo para evitar que me halle. Parece que estuviéramos jugando al gato y al ratón.
Al fin me localiza y apunta a mi pecho pero se detiene a mirarme. Aprovecho su flaqueza para lanzarme a correr con mi marcadora en mano.
—No voy a rendirme, Rodrigo —le advierto.
El sonido de mi voz le da la ventaja que necesita para acudir por el lado contrario al que me encuentro.
No sé en qué momento sucede, pero nuestros cuerpos chocan y caemos enredados al suelo.
Rodrigo es el que recibe la peor parte, pues da con sus huesos en el suelo duro, lleno de piedras y hierba.
Se quita la máscara de paintball y se dedica a observarme tan embelesado que pienso que se trata de otro hombre. Pero igual de atractivo como lo recordaba de siempre.
—Lo... lo siento —me disculpo y trato de levantarme colocando las manos en su abdomen.
—Espera, espera... —pide él para detener mi retirada.
También se deshace de mis protecciones faciales y yo le permito que lo haga. Inclina la parte superior de su cuerpo para aproximarse a mi cara, inmóvil, no me retiro ni me acerco.
El tiempo parece detenerse por unos instantes mientras posa sus labios entre los míos en un beso apenas imperceptible, suave. Un roce tan suave y cálido que sin haberme rozado me abrasa entera.
Apoyo mi nariz en la suya y regreso a la realidad. Hoy no somos nada, pero sería muy incómodo involucrarme porque mañana él será quién me dé las órdenes.
Me incorporo y tomo distancia, tratando de simular que no ha sucedido nada.
—¿Nos vamos? —pregunto tras un carraspeo.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak