Desde que nos accidentamos hasta que Rodrigo abre los ojos, me parece algo más que una infinidad. Un buen montón de eternos suspiros que me robaron la calma, una sucesión de noticias pésimas que me han hecho perder la esperanza en múltiples ocasiones. Y la ansiedad por pensar en qué pasará si mamá es descubierta.
Estoy en la complicada tesitura de decidir, si en caso de que averiguen que ella trató de atentar contra la vida de mi jefe, debería formar parte de la acusación o la defensa. ¿Qué pesa más; el amor de madre o el incipiente sentimiento por un tirano ahora venido a menos?
A veces hasta creo que he recuperado la humanidad que alguna vez debió poseer.
Mientras aguardo en el exterior de la habitación, con el nerviosismo que me provoca el movimiento de médicos y personal sanitario entrando y saliendo de la habitación, me desespero.
Rememoro como una enajenada el instante en que ha abierto los ojos. Esos tan oscuros que te obligan a no dejar de mirarle. Te obnubilan al verle pestañear, te arrastran a su infierno sin averiguar qué propósito tienen, si atraparte en su condena y abrasarte o exigirte el cielo que le falta.
Perdida en mis pensamientos y la preocupación por si se habrá recuperado del coma, de si sus secuelas serán graves por el tiempo que ha permanecido dormido, al temer un deterioro irreversible, pierdo conciencia del tiempo transcurrido.
No es hasta que llega el padre de Rodrigo —sí, ese horrible señor—, que centro todos mis sentidos para responder sus impertinentes preguntas.
—¡Eh, tú! ¿Está bien mi hijo?
Asiento y me pongo recta para responder únicamente con la cabeza.
«No me digas más, eres tan inútil y pobre, que para que tu gato no pase hambre le has dado tu lengua como aperitivo.
—No, caballero. Todavía no ha corrido con esa suerte de no volver a escucharme. Y no se preocupe, que no necesito gato porque tengo suficientes agallas para sacar las uñas y dejarle la cara marcada, de ser necesario.
—Mi hijo... —vuelve a hacer mención de él dirigiendo una mirada a la puerta del cuarto donde se encuentra Rodrigo.
Lleno de aire mis pulmones para armarme de paciencia y responder:
—Ha abierto los ojos hace un rato. Están los médicos con él para revisar su estado. Supongo que pronto saldrán a decirle algo acerca de cómo se encuentra.
Podría haber sido cordial y agradecer que le respondiera e informara de lo sucedido con Rodrigo.
Por el contrario, se dedicó a cruzarse el abrigo de piel que llevaba puesto y evadió la mirada con la clara intención de fingir que no existía, que no aguardaba con la misma preocupación —o incluso más— que él.
—¿No tienes nada que hacer? Venga, vete —dice como si fuera una simple sirvienta a la que puede dar órdenes sin la menor contemplación.
Hago oídos sordos y él cruza sus brazos como si quisiera que me encaminara por el pasillo hasta desaparecer del hospital, tal y como me ha pedido. Bueno, si a su arrogancia se le puede llamar petición.
—¿Son familiares de Rodrigo Salas? —pregunta el médico que parece estar de guardia.
—Yo soy su padre. La señorita ya se marchaba —confirma su padre que está deseando perderme de vista.
—¿Usted es Éire? —pregunta el facultativo que frunce el ceño ante las respuestas del padre de Rodrigo.
—Sí, soy yo.
—Está muy agitado y solo pregunta por usted. —Le diriije una mirada a él y entonces le aclara—: Necesito tener unas palabras con ella, espéreme a la derecha que tenemos una mesa, allí está mi equipo y le informaremos enseguida de todo y las pruebas que tendremos que realizarle.
—¡Cómo se atreve! ¡Yo soy su padre! Tengo todo el derecho de ser avisado, ¡qué poca profesionalidad!
Todo son improperios y gritos hasta que una enfermera joven y de profunda mirada le ruega que se calme y lo acompañe. Entonces se recoloca la ropa y comienza el flirteo.
—Bueno, verá, quería informarle de que aparentemente todo está correcto pero tendremos que hacerle algunas pruebas para comprobar que no haya secuelas y que su cerebro no sufrió daños. Ha pedido verla y dado su estado de agitación, creo que podría calmarlo, así que le daré unos minutos a solas con él para que pueda verla y luego deberá marcharse. Sería ideal que descansara, así que por favor le ruego que sea breve.
—Muchas gracias por permitirme verlo. Se lo agradezco mucho.
Me palmea el hombro y se marcha. Imagino que a calmar la furia del padre, pues él será menos condescendiente con sus explicaciones.
Paso al interior de la habitación. Una enfermera todavía está retirándole una máquina de respiración artificial ahora que parece no necesitarla, aunque tiene unas gafas nasales para que le aporte oxígeno, me explica que es por precaución hasta comprobar que no precisa de respiración asistida.
—Éire —susurra con una hermosa sonrisa que me dedica.
—Rodrigo. Nos has tenido muy preocupados. Temía no volver a verte —confieso con la voz entrecortada por la tristeza de esa posibilidad.
—Acércate, cariño, no muerdo. —Lanza una carcajada seguida de una tos seca.
Cariño. ¿Acaba de llamarme cariño? Trato de no darle más vueltas y me aproximo más.
Me toma la mano con afecto y la aprieta con clara debilidad en sus extremidades. Supongo que todavía las fuerzas deben fallarle.
—Siéntate aquí, ¿a qué viene tanto recato? —dice viéndome extrañado.
Me siento en la cama como me pide para tratar de no contradecirle ni exaltarlo.
—Debo verme horrible. Nena, ¿llevo bien puesta esta cosa de la nariz? Es un poco molesto.
—Tienes que llevarlo para que respires bien. Seguro que pronto te lo quitan. Jefe —trato de mantener las distancias—, ¿debería llamar a la oficina y ver si hay pendientes?
—¡Qué graciosa! Jefe, dice, bueno si te parece sexy ese rol no me importa, cariño.
Me agarra de la nuca y me besa sin darme tiempo a reaccionar. Siento sus labios presionar los míos y no me resisto. Solo le dejo hacer sin comprender qué está ocurriendo.
—¡Rodrigo!
—¿Qué pasa, Éire? ¿No puedo besar a mi prometida? Y, por cierto, debemos poner fecha, he perdido mucho tiempo dormido y no quiero alargar más el tema de la boda.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak