12. Rodrigo

3.2K 141 12
                                    

Nada más colgar la llamada con el cliente, me hubiera gustado estampar el teléfono lo más lejos de mi mesa. Arrancar los cables y barrer con todo lo que tengo a mano.

La furia me corroe por dentro de tal forma que no logro controlarlo. Una inquietud en mi interior me pide gritar, arrasar con todo y, por supuesto, llevarme a ella por delante con todas las consecuencias. ¡Maldita inútil! ¡Hipócrita!

De vuelta suena el teléfono interrumpiendo mis pensamientos negativos hacia ella.

—¡Que alguien conteste! —vocifero masajeándome las sienes en un vano intento de hallar paz.

Alzo la cabeza y veo la luz roja parpadeante del aparato que solía atender mi secretaria. Lo dejo sonar sin mover un solo dedo, a la espera de que cese el timbre del aparato aunque sea por simple cansancio. Tras unos segundos que me parecen interminables, por fin se calla el dichoso tono del teléfono.

Silencio. Por fin.

Quiero que me dejen recrearme en mi desgracia. Al menos esta soledad me permitirá planear algo tan efectivo como para que ella vuelva. Debe volver o papá no me perdonará jamás que haya perdido un cliente de la talla de Martín.

Mientras él se folla a todas las jovencitas del mundo, yo aquí, intentando salvarle el culo.

Yo también quiero abrir de piernas a Éire en un ángulo que le duela, que no pueda dar más de sí su cuerpo. Brusco. Y adentrarme en su seductor sexo mientras ella me asesina con esa mirada, me castiga con su verborrea inútil y yo finjo que la escucho. Pero no. Sus palabras son inaudibles, solo me importa que use su voz para suplicarme que acelere. Rogarme un poco más del placer que les doy a otras, de esas migajas que ni se merece.

Lo vuelvo a hacer. De nuevo deseo desquitarme con un buen polvo, aunque solo sea para resarcir mi honor y dejarla anhelando un nuevo encuentro, como he hecho tantas veces con todas. Y, aunque nunca lo haya confesado, he ido desmenuzando mi corazón en tantos pequeños pedazos, que jamás podría recogerlo y recuperarme.

Me repongo en apenas segundos de mi propia miseria, a cada cual nos toca un papel y yo escogí el que represento a diario. No estoy dispuesto a cambiar ahora, ¿a estas alturas para qué?

Así que llamo a Recursos Humanos para que ellos me den información acerca de nuevas contrataciones, si yo voy a pagar tan caro que Éire se haya marchado, seré tan benévolo que permitiré que alguien más caiga conmigo.

—Andrea, despide a los que tengan más problemas económicos —le ordeno de súbito.

—¿Señor Salas? —pregunta sorprendida por una orden tan mezquina e inesperada.

—Sí. No me hagas preguntas. Yo ordeno y tú cumples. —Hago una pausa—. Eres eficiente y espero que sepas cumplir con mi mandato.

Cuelgo el teléfono. Me duele la cabeza con intensidad a causa de las llamadas que no cesan.

—Éire, coge esas llamadas —le ordeno a mi secretaria, olvidándome de nuevo de la ausencia de esta.

Pero nadie responde a lo que pido. Las llamadas prosiguen y me obligo a responder.

—¿Quién es? —pregunto sin fijarme en el identificador que marca la pantalla.

—¡Rodri, amor!

Si tuviera que acordarme de todas las mujeres que me apodan amor, debería tener una memoria privilegiada, así que ni siquiera sé de quién se trata.

—Sí, soy yo, pero en la oficina no recibo llamadas personales —le aclaro cortante.

—Pero si tú me diste el teléfono y me dijste que llamara tanto como quisiera, que tu secretaria estaría encantada de tomarte los recados.

Lo había olvidado. Todas las decisiones que tomé con la intención de dificultar su trabajo ahora se vuelven en mi contra. Y tras tanta insistencia por parte de mis amantes, entiendo que la gran labor que Éire hacía para trabajar y atender mi agenda personal era de admirar. Aunque jamás se lo diga.

Mi despacho sin su presencia se siente vacío. Su ridícula mesa llena de colores, notas adhesivas y montañas de papeles que me transportaban al colegio, de lo que me burlaba a menudo, ahora devuelven la sobriedad que siempre tuvo la oficina.

Vuelvo a levantar el auricular para que la recepcionista haga un encargo floral en mi nombre, y ella muy amablemente toma mis datos.

—¿Sí, señor Salas? —responde con alegría.

—Quisiera que le mandara el ramo más grande y fastuoso a nombre de la señorita Éire Arnau, apunte la dirección.

—Sí, señor. ¿Desea que le dejemos algún mensaje de su parte? —dice la chica sin pedirme explicaciones adicionales.

—Sí. Tome nota —le pido tratando de pensar algo que le guste.

—Dígame —responde al instante con eficiencia.

—"Ni un millón de flores van a poder borrar todo lo que te he hecho. Pero estoy dispuesto a olvidar tu poca profesionalidad si vuelves de inmediato. No hay una mujer que me entienda mejor que tú".

—¿Algo más? —me interrumpe al ver que no articulo palabra.

—No. Eso es todo. Hágalo cuánto antes.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora