Se espera de una secretaria que sepa estar a la altura de las circunstancias. Siempre dispuesta para salir corriendo, discreta hasta el punto de ignorar todo cuánto ve, incluso más allá de sus propias creencias.
Implícito en el puesto se incluyen unas cláusulas morales que aunque no estén mecanografiadas a papel, son las deseadas por ambas partes y son de apreciar.
Tal vez ese fue el problema desde un inicio. Rodrigo no buscaba en realidad una secretaria que trabajara a su lado codo con codo, aunque fingiera que sí, desconozco si se trata de un simple pasatiempo. Así que no pude sentir admiración, a pesar de que me sometí a su voluntad creyendo poder ganarme al menos su respeto.
Pero no lo logré. Ni por un instante encontré en sus ojos un sentimiento diferente a la indiferencia y el desdén. En ocasiones, simplemente era como si no estuviera en la mesa que se sitúa frente a la suya.
Al principio miraba de reojo a mi jefe, trataba de descubrir sus gustos, de anticiparme a sus deseos o peticiones, hasta que vi que era imposible. Quizás como muchos creen en círculos reducidos hubo un pasado tétrico que le convirtió en lo que es. Pero nada le da derecho a hundir la vida de todas las mujeres que quieren aprender de él, que buscan solo cumplir con su jornada laboral. A su lado nadie crece, nadie es capaz de sobresalir ni sentirse realizado.
Pero haber vivido tantas humillaciones me ha obligado a tomar determinaciones a las que no creí recurrir nunca. Es mejor olvidar cualquier treta antes usada; en él no tiene cabida la pena, ni el llanto, ni el dolor, ni siquiera las ganas de satisfacerle. Podría probar con el sexo, pero entonces le daría el motivo indicado para que me eche.
Con eso en la mente me duermo, pensando que mañana maduraré alguna de las ideas que tengo para poder llegar a él. Y si me marcho será negociando, ¿no es eso lo que somos? Nos dedicamos al márketing, a la ley de la oferta y la demanda, y si quiere conseguir algo, a cambio deberá recompensarme.
—Jefe —entro mascando chicle al interior de nuestra oficina—, le traigo su desayuno.
Enrollo el chicle en un papel y lo tiro a la papelera que está bajo mi mesa antes de dirigirme a dónde él se encuentra.
Me ignora hasta que dejo sobre su mesa un vaso de whisky on the rocks. Tomo asiento frente a él y doy el primer sorbo. El líquido ambarino viaja por mi garganta y al tiempo deja un sabor amargo. Demasiado fuerte para mí que no acostumbro a beber, pero no importa, podré soportarlo.
»Brindemos. Tenemos mucho que celebrar —digo alzando el vaso.
Él no mueve un solo músculo, se apoya en el respaldo de su silla de cuero negro aguardando ver en qué queda todo el espectáculo, sin embargo está más sorprendido por mis pintas. Niego con la cabeza ante su pasividad, y luego me encojo dándole a entender que no importa, pues yo voy a seguir bebiendo.
Coloco mis pechos que están aprisionados en el interior de un corsé bastante pintoresco, apoyo mis manos por debajo de la copa de la prenda con el objetivo de alzarlas. Este tiene un escote corazón y es de tonos negros y rojos... se lo tomé prestado a una vecina que los vende en su tienda de lencería y me prometió no cobrarme si se lo devuelvo a tiempo y sin sufrir desperfectos.
Cruzo entonces las piernas que están al descubierto por la minifalda que tapa lo justo. Es de cuero negro. Relamo mis labios con coquetería antes de soltar el moño que acostumbro a llevar.
—¿Qué significa este teatro, señorita Arnau? —pregunta y traga saliva en el intento de mantener la compostura.
Me apuesto a que en realidad su molestia es diversión , y puede que esté sorprendido por lo que está sucediendo, pero no creo en su fingido enojo.
—Muy sencillo, jefe. Estos últimos días con usted me han servido para darme cuenta de que me he confundido de puesto, no estaba preparada para desempeñar el trabajo para el que fui entrevistada.
—¿Cómo? —Arruga el entrecejo contrariado.
—Sí. Tras presenciar como usted tenía relaciones con su amiga, lidiar con las visitas de sus amantes y dedicarme a responder correspondencia amorosa, además de realizar labores de psicología tras sus varias rupturas, incluso recogerle la ropa; he entendido que a donde vengo a trabajar es a un burdel encubierto. Así que me he vestido para la ocasión.
Ahora sí. Está realmente cabreado.
Su gesto oscuro logra que sienta temor pero voy a proseguir.
Me pongo en pie y camino hacia él con unos tacones de aguja que resuenan por el suelo a cada paso. Rodeo la silla de Rodrigo y me coloco a sus espaldas. Acaricio sus hombros con mis manos pero lo noto realmente tenso.
Giro la silla para tener espacio suficiente para poder sentarme en sus piernas. Apenas de lado, no quiero llegar tan lejos, solo darle a entender que todos podemos jugar sucio.
—¡Éire!
Algo va muy mal si me llama por mi nombre, me recuerda a cuando mi madre me regañaba, así que he debido ser muy mala.
—¡Rodrigo! —vocifero yo también imitándolo—. No eras el otro día tan seco, cuando me mirabas y acariciabas a otra. ¿No quieres darme unos azotes? —sugiero y me doblo para que tenga mi trasero a su alcance.
De reojo veo que su mano se ve tentada a tocarme pero entonces se levanta. Trastabillo a punto de caerme, me pongo en pie con esfuerzo y quedamos cara a cara.
—Fuera. Y... —Forma un puño con su mano derecha como modo de autocontrol—. ¡Qué no se vuelva a repetir o no volverá a trabajar en lo que le resta de vida!
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak