5. Éire

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Me paro a recoger un par de cafés de Starbucks, parece que es la gasolina que mueve los engranajes del señor Salas. También hace más soportable nuestro día, aunque no sé si en el camino por ser buena empleada me estoy volviendo más amarga, en lugar de lograr que él se vuelva un poco más amable.

Debí escuchar cuando mi madre me decía que cambiar a las personas no es uno de nuestros objetivos. Solo cambia el que quiere hacerlo, y él parece encantado de conocerse a sí mismo.

Es un hombre que se ha entregado en cuerpo y alma a su cómoda y frívola vida. El desfile de mujeres que a diario le coaccionan para una cita más, las nuevas chicas que lo persiguen a causa de su atractivo y poder, todo a él le encanta, ya que ayuda al crecimiento de su ego.

De camino al trabajo recuerdo el día tan intenso que fue ayer. Os lo contaré...

Estaba respondiendo correos, y entre tanta carta de amor que ni me incumbe, me puse a escribir en un documento mis ideas para mejorar la atención a los clientes; premiar su fidelidad, que cuando tengan un primer contacto se concrete y no deseen abandonarnos..., cuando de pronto oigo un estruendo fuera de la oficina.

Me detengo unos instantes y guardo silencio, a ver si oigo algo más, pero parece que todo sigue como siempre. Así que vuelvo a teclear, satisfecha con todas las ideas que se me ocurren, aunque tengo que perfeccionarlas un poco antes de presentárselas a nadie, o poder llevarlas a cabo.

La puerta se abre. Entra mi jefe tropezándose con todo lo que encuentra a su paso, mientras no deja de devorar la boca de una muchacha rubia, muy guapa. La tiene enroscada en su cintura, y parecen no querer separarse ni advertirme, o tal vez no les importa tener espectadores.

La sienta sobre mi escritorio. Veo su fino tanga ya que la minifalda está subida a la altura de su abdomen, y suelta gemiditos.

—Oh, Rodrigo, oh... —le susurra embebida en sus besos.

Varias hojas de papel van a parar al suelo, barriendo con su cuerpo la mitad de lo que hay sobre la mesa.

Estoy roja por la ira, pero no quiero moverme. Él me guiña un ojo mientras cubre su cuello de caricias y la recuesta. Yo he de apartarme, y creo entender que está contento de tenerme a sus espaldas disfrutando de otra mujer. Creo que este hombre necesita ayuda psicológica o dejar de usarme para cumplir fantasías sexuales, no sé.

Así como han volado los documentos de mi mesa, vuela la camiseta y el sujetador de la muchacha que tengo delante. Él tiene suficiente con bajarse los pantalones hasta los tobillos.

Empiezo a sofocarme y entiendo entonces, con el pelo de su acompañante cubriéndome la cara, que lo mejor será que me marche.

Hago malabarismos como puedo y me levanto de la silla. Carraspeo para que sepan que les dejo vía libre para seguir disfrutando de su encuentro.

—Ejem, ejem. Tengo que entregar unas cartas —me invento y marcho a toda prisa.

Cierro la puerta y me apoyo sobre ella. Suspiro.

¿Cómo puedo explicar que él estuviera decidido a poseer a una mujer teniéndome presente? Y peor, ¿por qué me gustan tanto sus provocaciones?

He de estar volviéndome loca para no denunciar todo lo que me hace. Y cualquier día será demasiado tarde para firmar mi renuncia.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora