Tras pedir una nueva hamburguesa en la barra de la franquicia de comida rápida, volvemos a sentarnos a la mesa.
Una diferente, porque la que antes nos pertenecía ya ha sido ocupada por una familia con varios niños que revolotean alrededor de ella divirtiéndose con los juguetes que acompañan su menú.
Sus voces fastidiosas y gritos me aturden, pero trato de concentrarme en mis planes para no volverme una mala compañía que lanza improperios a diestra y siniestra.
Media hamburguesa ha desaparecido rumbo al estómago de Éire, cuando suena el teléfono interrumpiendo su comida.
—¡Cuánto tiempo! —exclama ella con una sonrisa en los labios.
Deposita su comida y por varios minutos se olvida de que tenemos mucho que hacer, como encontrarle un vestido adecuado y realizarle un cambio que le quite ese olor a corriente que tiene.
Su vocabulario mientras charla con su amiga me asusta demasiado. La vulgaridad se apodera de ella y me recuerda a esas adolescentes que hablan sobre chicos. Su sorpresa al escuchar las novedades de su círculo social me hacen ver a una Éire casi desconocida, para luego regresar al tema base; los chicos una vez más.
A veces me dedica algunas miradas de disculpa por su tardanza y yo, con cortesía, le informo de que no sucede nada.
Jugueteo con el móvil un rato; reviso algunos correos y aplicaciones de finanzas que tengo en mi Iphone.
Vibra el móvil con un Whatsapp nuevo. Se trata de Celia que me ha enviado una imagen bastante personal de su zona íntima y ambos pechos tapados con tan finas manos. Me excito en apenas segundos.
Éire sigue riendo a carcajadas despreocupada e incluso saca varios temas de conversación para alargar la llamada.
Si quieres jugar a desquiciarme, no va a servirte, me digo mientras me relajo viendo los clips de vídeo que conservo en la galería de mi teléfono. Tengo vídeos de encuentros sexuales y muchas fotos provocadoras.
Me aflojo la corbata un poco. En ocasiones ella me mira de refilón, aguarda verme desesperado, nada más lejos de la realidad.
Los recuerdos de mis mejores momentos con mujeres esculturales, dispuestas a todo por mí, me están entreteniendo mucho. Abandono mi posición recta en el sofá que acompaña a nuestra mesa y tomó una posición más cómoda al desabrochar la americana del traje.
Termina de hablar y se cruza de brazos frente a mí. Parece enfadada al observar que me siento muy cómodo ante tan larga espera.
—Ok. ¿No veníamos de compras, Rodrigo? —Más que un recordatorio, parece una exigencia.
Carraspeo. Me reincorporo y tomo mi posición más formal de nuevo.
Clico el botón central de la pantalla de mi móvil para salir del vídeo que estaba viendo, sin demasiado resultado. Parece que ha decidido no responder y es probable que me vea obligado a reiniciar. Le doy un par de minutos para que regrese a la pantalla de inicio.
—Aprovechaba para revisar correos, consultar la bolsa, leer la prensa... Todo muy aburrido para ti —me excuso con intención de sonar más profesional.
Asiente y se levanta para colocarse la chaqueta antes de irnos del McDonald's.
Yo agacho la cabeza y sigo marcando el mismo icono de la pantalla sin resultado. Se pone en marcha el clip así que no ceso en seguir con la mirada a Éire y el vídeo rebelde que quiere amargarme el día.
La he perdido de vista y por eso la busco por el local, cuando escucho a mis espaldas:
—No sabía que trabajabas en una campaña erótica —afirma observando las imágenes de mi teléfono que se han quedado detenidas y no me permiten apagarlo por algún error.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak