43. Éire

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Horas antes...

¿Por qué nunca antes vi fotografía semejante? ¿Papá eres tú?, me pregunto con la instantánea entre mis manos que genera, a partes iguales, dudas y rabia contenida.

¿En qué convirtió este señor importante a mi madre? ¿Se puede querer a un hombre que te dio la vida a cambio de haberla destrozado a ella?

No puedes ser mi padre, eres un monstruo y eso no cambia en nada que lleves mi sangre, aunque sería más fácil querer justicia si no fueras nada mío. Y me prometo llegar al fondo de todo esto, pase lo que pase durante el día de hoy.

Recupero el sobre con la nota de entre las flores arrugadas, pisoteadas que tiró antes de que llegara al piso y sin leer, decido acercarme al hospital por si ella desea acabar lo que inició, consumar la muerte de Rodrigo.

Él es ese empresario joven, influyente, que menosprecia a tanta secretaria conoce y, para más señas, es mujeriego y las trata como objetos inanimados sin alma ni sentimientos, justo el prototipo de CEO que mamá nunca ha soportado.

Corro escaleras abajo tras dar un sonoro portazo por las prisas. El ascensor estaba en el sexto piso, y no están mis nervios para aguardar que baje al segundo.

Rodrigo, aguanta. Mamá, no cometas más locuras, por favor. Te necesito bien, les ruego en voz alta como si pudieran escucharme y obedecer a mi petición.

—Al hospital —le pido al taxi estacionado frente a mi casa, el mismo que llamé por el teléfono minutos antes para llegar lo antes posible.

El tráfico de la hora punta no ayuda y no dejo de mover las piernas que, en lugar de relajarme, crean un nudo en mi estómago que me tiene al borde de una crisis de ansiedad.

Al llegar le doy un billete sin pararme a pensar que es mucho más de lo que vale la carrera. No importa. En este momento, no.

Salgo disparada y corro por el pasillo hasta dónde recuerdo que Rodrigo descansa y se recupera del coma sufrido. A causa de las resbaladizas baldosas que cubren el camino, tropiezo a punto de caer de bruces, pero solo doy un par de tumbos hasta recuperar el equilibrio. El susto se queda instalado en mi cuerpo, notando un pequeño sofoco que desaparece segundos más tarde.

No pienso en qué puede suceder en el interior del cuarto, simplemente abro la manilla y grito el nombre de mi jefe como si en ello me fuera la vida.

—¡Rodrigo! ¡Mamá! ¡No le hagas nada, yo le quiero!

—Señorita, salga de la habitación, no es momento de declaraciones de amor, ¿no ve que estamos ocupados?

No es Rodrigo la persona que ocupa la habitación. En su lugar, una enfermera de mediana edad administra una lavativa a un señor de avanzada edad.

Mis mejillas deben haber enrojecido porque noto todo el calor acumulado en mi cara a causa de haber pasado la mayor vergüenza de mi vida.

¡Muy bien, Éire! Te atreves a confesar tus sentimientos y lo haces mientras un anciano se lo hace todo encima... Eso es privado, ¿quién quiere espectadores tan inoportunos como yo? No aprenderé a ser correcta jamás.

—Perdone, quería saber de Rodrigo Salas. Ya no está en su habitación —pregunto en recepción tras haber salido de la habitación mirando el suelo, con la intención de querer que la tierra me tragara.

—Él y su padre pidieron el alta voluntaria hace apenas un rato. Tenían prisa, parece —me informa de mal humor.

Apuesto a que su padre volvió a hacer de las suyas. Por dónde va deja huella, y en múltiples ocasiones se convierte en persona non grata.

Deben haber ido a la mansión que tienen a las afueras, ¿sabré llegar? me pregunto, pero no me siento demasiado alentada a ello, pero la situación bien amerita un intento. Lamento no ser una maníaca que tenga localizado a su jefe con algún programa de móvil, ahora sería de gran ayuda.

¡Antonella!

Rebusco en mi bolso la tarjeta que me dio cuando tuvo que dormir a Rodrigo por su crisis o depresión o lo que fuera. Tras revolver todo el interior encuentro en un bolsillo minúsculo su teléfono.

Aquí estás, susurro como si acabara de salvarme la vida.

Intuyo que ella debe saber sobre la dirección de su vivienda si se conocen desde hace tiempo.

Empieza a vibrar el teléfono con el número desconocido que me escribió aquellos mensajes de texto misteriosos, pero mi angustia provoca que mis manos, que ahora parecen de gelatina, precipiten el aparato al suelo.

—¡Mierda!

Me agacho para recogerlo maldiciéndome a mí misma por mi torpeza. Vuelvo a levantarme mientras hablo con el teléfono como si estuviera a punto de perder la cordura.

»¡Vamos, bonito! Dime que funcionas. Enciéndete, te necesito ahora.

Tengo que usar las teclas de reseteo para que se ponga en marcha y tras veinte minutos para reiniciar todo, decide funcionar.

Marco el teléfono de la mujer amiga de Rodrigo, Antonella que no responde enseguida.

—¿Sí? ¿Quién es? —contesta una despreocupada voz femenina.

—¡Al fin! Antonella, soy Éire. Es una emergencia, necesito la dirección de la mansión de Rodrigo.

—No puedo dar información personal de mis pacientes. Lamento no poder ayudarte, además estoy en consulta. Hablamos en otro momento, ¿de acuerdo?

—¡No! No lo entiendes. Mi madre habló de hacer algo terrible y él y su padre pidieron el alta con demasiada prisa. ¡Necesito esa dirección! ¡Mueve el culo, jodida psiquiatra!

—No es necesario ofender. Mándame por whatsapp tu localización, te paso a buscar de inmediato.

Cuelgo sin dar opción a más. Puedo sentir el corazón palpitar en mi garganta mientras le mando mi ubicación a la amiguita de mi jefe y diversos escenarios pasean por mi cabeza. Ninguno demasiado alentador.

¡Date prisa, Antonella, por lo que más quieras!

Diez minutos después de aquella llamada de socorro, la mujer que parecía vestida más para salir que para trabajar, con una falda de cuero que apenas tapa su ropa interior, una camiseta de lycra pegada y tacones interminables, aparece con un deport...

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Diez minutos después de aquella llamada de socorro, la mujer que parecía vestida más para salir que para trabajar, con una falda de cuero que apenas tapa su ropa interior, una camiseta de lycra pegada y tacones interminables, aparece con un deportivo negro y frena dejando rastros de llanta en la calzada.

—¡Vamos, sube! Tenemos bastante tiempo pero me gustan los rallies.

Al escucharla no supe si alegrarme o agarrarme bien porque el recorrido iba a ser de los que te acercan al otro mundo.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora