25. Éire

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No logro evitar que retumben en mi cabeza todas las advertencias de mi madre.

Desde hace años ha volcado en mí sus recuerdos impregnados en dolor. Me ha explicado las memorias de la época en que fue secretaria tantas veces que podría narrarlas con todo detalle sin ayuda.

«Hija, recuerda que los jefes son esas ratas que hay que pisotear y devolver a las cloacas, de dónde nunca deberían salir».

«¿Verdad que harás que esté orgullosa de ti? Mi pequeña, siempre puedo contar conmigo, tú ayudarás a mamá».

La culpabilidad se apodera de mí por sentir hacia Rodrigo las ganas inmensas de salvarle de él mismo. No es que crea que puedo cambiarle, no es eso. Pero sí creo que podría resolver con mi jefe el trauma que lo atormenta, al menos podría seguir respirando y desaparecería este nudo que me presiona.

No actúo acorde a mis valores y deseos, pero no quiero que mi madre amenace de nuevo con el suicidio si no accedo a sus peticiones. Ya no se trata de que visualice a todos los empresarios del mundo como verdugos, o que no crea que ella se merece una compensación, lo perdió todo por un superior caprichoso y eso la sumió en una vorágine de rencor.

Pero, como Éire y considerándome una persona independiente de ella, no quiero destrozar a Rodrigo, nunca quise nada más, excepto demostrar que puedo ser la secretaria perfecta. Se me parte el alma observarlo desesperado para obtener mi ayuda.

¿Cómo puede alguien mantener las distancias y limitarse a las obligaciones laborales, si ve a otro ser humano destrozado?

Espero que mamá me perdone por tenderle la mano a Rodrigo sin sopesar las consecuencias que puedan venir, aunque trataré de mantener en secreto mi labor de detective para ayudarlo lo máximo posible.

—Éire, ¿dónde estás? —pregunta Antonella sacándome de mis reflexiones internas.

—Aquí, dime —respondo con la intención clara de centrarme en él y en el momento presente.

Ya he vivido demasiado en el pasado. He permitido que me robe demasiadas cosas, tal vez Rodrigo es el que me haya despertado tanto como para tratar de ser yo misma.

—Dormirá toda la noche con las pastillas que acabo de suministrarle. ¿Seguro que no te importa cuidarle esta noche? En realidad puede que no sea necesario —asegura convencida.

Creo leer en su mirada una afirmación que no pronuncia, ni yo pido que lo exteriorice. Pero Rodrigo no tiene secretos con su psiquiatra, y sin duda, ella sabe que él se ha burlado de mí. Me ha humillado, desde un inicio solo quería deshacerse de mí como la peor basura.

—No voy a moverme de aquí —admito con tal seguridad que ella entiende que es una decisión tomada—. ¿Te importaría ayudarme a arrastrarlo hasta la cama? Allí estará más cómodo.

Lo incorporamos en el sofá del despacho, sentado, aunque tiende a vencerse podemos colocar sus brazos alrededor de nuestro cuello y arrastrarlo a duras penas, él es bastante más alto que nosotras y corpulento, aunque atlético.

Lo lanzamos sobre el colchón al conseguir llegar a su cama y suspiramos.

Nos sobrecoge la sensación de haber corrido una gran maratón.

—Todo tuyo —dice la psiquiatra antes de retirarse.

Insiste en que me quede con su tarjeta por si surge alguna complicación, y accedo solo por el bienestar de mi señor jefe.

Insiste en que me quede con su tarjeta por si surge alguna complicación, y accedo solo por el bienestar de mi señor jefe

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Una vez abandona la oficina, por fin estamos a solas. Lo veo dormir como si fuera un saco pesado que ha caído sobre el somier.

Me aproximo hacia él para descalzarlo. Los zapatos vuelan a un rincón dando antes un golpe a la pared perfectamente pintada de la estancia.

—¡Uy! —exclamo y no puedo evitar mirarlo para comprobar que no me ha visto.

Algo bueno debía tener que esté totalmente sedado.

No dudo, ni por un instante, que de estar despierto me habría echado a patadas de su gran habitación del placer.

A continuación me acerco por el otro extremo del lecho matrimonial para taparle, no me arriesgo a moverlo yo sola, así que lo envuelvo con el otro extremo del edredón como si fuera un sándwich.

Estoy volviendo a ponerme de pie cuando Rodrigo atrapa mi mano entre las suyas y tira con fuerza de mí, tumbándome a su lado.

—¡Rodrigo, suéltame! No seas niño —le recrimino para conseguir soltarme de su agarre.

Pero al alzar la vista observo que permanece dormido. Si no lo está y está provocando esta incómoda situación, está fingiendo realmente bien.

Sin ser consciente de si es un acierto o un error no me resisto a él, y a la fuerza que ejerce, así que me tumbo junto a él y trato de no dormirme para estar pendiente de cualquier cosa que necesite.

Escucho algún susurro y salto de pronto. Ya estoy liberada y él se ha girado para el lado derecho, dándome la espalda, pero me asusta haberme quedado completamente dormida.

Consulto el reloj, son las tres de la madrugada y lo escucho delirar o hablar en sueños.

—Mamá, mamá...

Es lo único que logro entender, y me aproximo hacia él buscando darle algo de calor humano. No he determinado todavía si se lo merece, pero es lo que puede fortalecer su espíritu.

—Éire... Éire, no lo volveré a estropear.

Por puro instinto se dibuja una sonrisa en mis labios que tarda en borrarse. Ha despertado con sus palabras involuntarias un sentimiento extraño, creo estar abandonando la soledad que cargaba siempre, y podría ser que pudiera sentirme completa con esta parte menos comedida de Rodrigo.

Vuelve a caer en un profundo sueño, me lo confirman sus ronquidos que a pesar de no ser demasiado fuertes, existen.

Tomo el móvil para hacerle una instantánea que guardo en mi teléfono. Todavía no he decicido porqué, solo me he dejado llevar por mis impulsos, y vuelve a resonar la voz de mamá en mi cabeza.

«El corazón es un criminal que nos conduce a una muerte segura. Hay que mantenerse duro como el acero».

Tratando de no ser la inocente secretaria que podría abrir las piernas y el corazón ante un jefe rico y apuesto me acomodo en la silla hasta que se hace de día.

Se despierta sobre las once de la mañana. Decido no despertarle a pesar de que tenemos trabajo pendiente, total la reunión con Martín ya ha tenido que ser pospuesta, pero el viernes lo veremos. Mi llamada le alegró más de lo habitual, pero no importa, sentirme valorada por mi trabajo es gratificante.

Se sienta, apoyado en la cabecera de la cama y me pregunta:

—No recuerdo nada, Éire. ¿Tú y yo? —parece que le resulta una abominación.

—En realidad, esperaba que te acordaras, me ofende que olvides una gran noche de pasión.

—Puedo... puedo mejorarlo si me das otra oportunidad —pide realmente ofuscado.

—¿Solo para no perder tu marca? —esbozo una sonrisa, dispuesta a aclararle que es una broma pesada.

—No. Porque quiero que tus recuerdos conmigo a partir de ahora sean inolvidables.

Las palabras se atoran en mi mente y no soy capaz de responder.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora