—Ya te ha dicho Éire que estamos ocupados. Lo de siempre. Reuniones de trabajo para obtener contratos millonarios. Todo para que tú no debas sacrificar tus conquistas pubertas. ¿O crees que te mirarían si no las pasearas en un deportivo y las llevaras a las mejores premier y estrenos? Puedo retirarte la mensualidad y entonces me cuentas.
—¡La empresa es mía! Estás allí de prestado por ser mi hijo, pero no tienes donde caerte muerto, ni un centavo de allí te pertenece —vociferó alterado ante mis palabras, al borde de un ataque de histeria.
—La mujer que tanto odias por preocuparse por mí, la misma que ha vivido junto a mi cama mientras tú discutías con los médicos y flirteabas con las enfermeras como un desubicado, no se quedó junto a mí por dinero. Nunca le he prometido lujos.
—Eso es ahora. Pero todas buscan lo mismo. Es un intercambio justo; ellas venden su juventud por caprichos y los billetes que rebosan en mi cartera. No soy ningún aprovechado, ellas están en el mismo negocio que yo.
Por un momento me veo reflejado en ese hombre carente de escrúpulos y sentimientos. Yo era así. Enterrado entre mujeres que podían presumir de salir con el empresario del año. De ser la nueva conquista de un hombre que todas querían atrapar, era un reto. ¿Pero alguna me amó? ¿Alguna sabía que mamá me abandonó? No. Y no solo eso. A ninguna le importó quedarse cuando todo se oscureció.
¿Podía culpar a ellas por no quedarse a mi lado? Jamás. Nadie habría querido lidiar con una persona como yo, pero solo Éire fue tan insistente y tozuda como para decidir quedarse y comprobar a qué lugar nos conducía el infierno que había construido en torno a mi oficina.
Lo peor fue que cuando terminó la pasión, las llamas y toda la parafernalia parecida al inframundo, solo restó putrefacción, cenizas, olor a carne calcinada y en el peor estado. Hasta mi cerebro se había reducido a escombros y el corazón se limitó a latir. ¿Qué más iba a hacer?
Vuelvo a conectar a la conversación con papá, aunque en realidad me importa poco lo que debe decirme.
—Cuando no se te levante para esas amantes que mencionas, y tu rabia te lleve a despedir al servicio que por años soporta tu mal carácter, entonces solo voy a quedarte yo. El hijo que creaste a tu imagen y semejanza. Y te sentaré en la silla de ruedas más lujosa, si quieres adornada con diamantes y champán del más caro para que se te haga más ameno el camino a un asilo de ancianos. Y allí te dejaré. Aparcado. Abandonado. Entre lujos, camas articuladas y muchachas que no superen los treinta que solo te desnudarán para limpiarte.
Solo. Como tú me abandonaste el día en que mamá te dejó y tú decidiste fingir que no existía, que era un estorbo para vivir la vida que escogiste. Te voy a decir dos cosas: la primera es que voy a buscar a mamá y encontrar las respuestas que me has negado siempre. Y la segunda, y más importante, es que Éire va a ser mi mujer.—Eso será si no sale corriendo antes de ver tus miserias. Si no busca tu dinero, ni sexo, ni lujos... Piensa que no tienes nada que ofrecerle. No sabes dar nada más. Eres un ser vacío, tanto como yo —me compara con él antes de estallar en sonoras carcajadas que se clavan en mi pecho provocándome dolor.
—Será mejor que te largues, y espero que para el día de mi boda puedas comportarte como un caballero, al menos actúa. Eras el mejor de tu compañía, ¿lo recuerdas, vejestorio?
—Es posible que un día olvides que tienes padre, como yo olvidé que eras mi hijo para convertirte en una versión mía. Pero el día que esa zorra te desplume y te rompa el corazón, como hizo tu madre conmigo, volverás a ser como yo te enseñé. Un hombre con derecho a mostrar que nosotros siempre seremos superiores. Las mujeres son criaturas que aprenden a dañar desde la cuna. Disfrutaré tanto ver como ella te seduce, te deslumbra y luego te convierte en un muñeco sin voluntad... —parece querer jactarse de que llegue mi desdicha—. Un humano mendigando un poco de su atención.
—Él no necesita mendigar un amor que se ha ido ganando a pulso, señor —interviene de súbito Éire provocando estupefacción en ambos.
—Éire, no tienes porqué hacer esto, no es necesario —aclaro para que no se vea obligada a hacer promesas de las que pueda arrepentirse.
—Debería sentirse afortunado —prosigue ella que no pretende guardar silencio—, ahora no solo va a poder disfrutar y derrochar el dinero que nosotros ganamos, sino que además tendrá a una nuera que pretende contribuir para que los clientes vayan en aumento. Pero desde casa, eso sí, porque tendremos muchos hijos y usted tendrá que echar a esas mujeres de mala vida con las que se codea.
No doy crédito a lo que acaba de pronunciar ella. ¿Nietos? ¿En qué momento ha decidido casarse y formar una familia? Rodrigo, ella está de vuelta de todo. El escarmiento por su engaño te está superando, no me queda más que asumir como un hombre que mi amnesia fingida me está pasando una factura demasiado elevada.
Señora Éire Arnau, esposa de Rodrigo Salas. ¿Cómo suena?
Un escalofrío recorre mi espina dorsal y un sudor frío se desliza columna abajo, aterrado por lo que está sucediendo, de lo que además parezco un mero espectador.
—Sobre mi cadáver, niña, ¿me oyes? No quiero nietos, ¡qué asco!
—Papá, vas a tener que conformarte con lo que decidamos, o te marcharás de casa, es lo único que tengo de mamá —le explico de forma forzada para que entre en razón y decida claudicar.
—¿Me echarías? —Lanza una mirada lastimosa para que me compadezca de él.
Éire entrelaza sus dedos con los míos y me siento fuerte, feliz, siento una corriente que no había experimentado antes. Podría morder el líquido si me lo pidiera, exterminar toda una especie con solo desearlo. Me siento el rey del mundo.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak