40. Rodrigo

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Esta pequeña ingrata ahora se atreve a darme órdenes. A rechazar mi proposición de matrimonio e imponer su criterio y punto de vista sin tener en cuenta que yo soy su jefe.

¿Qué hay de eso: "El que paga, manda"?

Debía haber abandonado en un cajón bajo llave sus modales y la poca sumisión que pudiera quedarle, y ahora me muestra las garras más que nunca.

Lo peor es que me gusta. Hasta podría reconocer que me encuentro excitado. La maldita criatura de Satán que tengo ante mí ha logrado vencer mis barreras.

Surge en mí un miedo exagerado a perder mi poder sobre el sexo femenino, a que se burle todo el mundo de que Éire sea la que lleve la batuta en nuestra relación, terror real a quedar reducido a un pelele que solo asiente y cumple los deseos de una mujer.

Surge en mí un miedo exagerado a perder mi poder sobre el sexo femenino, a que se burle todo el mundo de que Éire sea la que lleve la batuta en nuestra relación, terror real a quedar reducido a un pelele que solo asiente y cumple los deseos de una...

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Me cruzo de brazos y le permito apoderarse de la reunión. Simulo no tener aquella erección dolorosa bajo la bata de hospital tan poco masculina que me colocan a diario. Si ella no lo advertía podría conseguir salvaguardar mi dignidad, o lo poco que resta de ella.

Entre dientes maldigo unas cuantas veces por observar el coqueteo de Martín con Éire, y duele como si ella fuese mi prometida de veras.

Siento mi pecho henchirse del orgullo por verla crecer y saber que es mi secretaria. Rebobino y de regreso al pasado, he de admitir que el único cometido que tuve en su desarrollo, fue hacerla más fuerte al obligarla a sortear todo tipo de obstáculos.

No he sido el mentor capaz de transmitir a una secretaria novata los pormenores de una empresa como la nuestra, las ideas que ha construido han sido producto de su tesón, del empeño en ganarse un puesto que le queda grande. Pero no a ella. A mí.

Martín, más relajado de lo habitual, tras varias bromas que no son recibidas de buen agrado por parte de Éire, se centra en todo aquello que ella le dice, como el aprendiz interesado en repasar todo con entusiasmo.

Sabe lidiar con todas las dificultades que surgen, responde con soltura a las dudas más enrevesadas del interlocutor con tal profesionalidad que sucumbo a sus encantos. Ella nació preparada para esto.

—¿Qué? ¿Qué estás mirando? —pregunta confundida por no conseguir mi atención.

Por un lapso de tiempo perdí de vista lo acontecido y ella ha logrado regresarme a la realidad. Obnubilado por su modo de comportarse, de hablar sin hacer pausas demasiado largas, tampoco caer en quedarse con la mente en blanco. Ha sabido poner en práctica todos aquellos consejos que papá me enseñó antes de dejarme a cargo de todo.

Me inquieta que pude haberle mostrado el camino. Ahora celebraríamos por haber sido una alumna brillante, me apuntaría el tanto a causa de sus progresos. Pero ella ha crecido sola, todo lo que es se lo debe a sí misma. Y solo puedo admirar la mujer que tengo delante.

Ha logrado que Martín se rinda ante su trabajo. Yo me postro a sus pies por sus logros.

Una sequedad bucal me impide responder y busco la botella de agua de la mesilla que, recuerdo justo ahora, todavía está unos metros más allá de mi alcance.

Su rostro me indica sin necesidad de palabras que aguarda por mí. Ha finalizado por fin el arduo trabajo de meses y, necesita escuchar de mis labios una opinión sincera.

»¿No piensas hacer ningún comentario al respecto, jefe? —saca a relucir al fin tras una espera que se hace eterna.

—Bueno, Éire... —Cruzo los dedos de mis manos y conservo un silencio que llena la habitación.

Dibujo en mi mente un ring de boxeo, cada uno en un extremo del cuadrilátero y ella a punto de preparar su mejor gancho para noquearme. Así debe ser como podría expresar la ira a causa de la impaciencia que experimenta.

—Rodrigo. ¿Tanto te cuesta admitir que estuve muy bien? —sugiere levantando el mentón a la vez que gira la cara evitándome con desdén.

—Es que no lo estuviste, no tengo porque mentir para que tú estés feliz, ¿no crees?

Me arrepiento en el mismo instante que pronuncio las palabras que buscaban ser preludio de un discurso de elogios. El problema radica en que me trabo, soy tan imbécil, que mientras aguarda que solucione la catástrofe que acabo de crear, no surge ni un solo sonido de mis cuerdas vocales. Soy yo el que acabo de sufrir el peor shock de mi vida. ¿Por qué? ¿Por qué? Yo quería, necesitaba decirle que había estado soberbia, profesional, capaz de comerse el mundo y a Martín de ser necesario. Quería que supiera que ya no me parecía un ser denigrante, que se había ganado con creces todo el respeto posible. ¿Y qué hago? Callarme.

Éire recoge apresurada todo lo que trajo consigo; el ordenador portátil junto con cargador, ratón, los informes, notas adicionales, bolígrafos y plumas, su botella de agua y se olvida, por el camino, sus ilusiones hechas trizas que resuenan en mi mente como si pudieran materializarse.

No llora. No pronuncia sus reproches como desearía, que me repudiara, que me odiara pero no su indiferencia que es todavía más dolorosa, si cabe.

Al pasar camino de la salida, la mesa auxiliar gira hasta quedar atravesada en medio de la habitación. No se detiene ante nada, ni siquiera me dedica un minuto para despedirse, coge el maletín y el bolso y sale por la puerta dando un sonoro portazo que logra un efecto ensordecedor y doloroso que resulta una novedad para mí.

Soy competente para encontrar cientos de triquiñuelas para despedir y hacer sentir a una mujer tan pequeña como un duende. Diminuta.

Capacitado para asuntos de faldas, pero emocionalmente necesito una cura que no encuentro. Una solución para poder dejar de humillar, denigrar y herir a las mujeres solo por haber nacido del sexo opuesto.

Éire, vuelve.

Pero mi súplica muere. Y entiendo que algo en mí está muy mal. Que voy a hundirme en arras del machismo. Voy a ahogarme en el lodo porque papá nunca supo decirme que pasó con mi madre, y solo la verdad ahora podría hacerme libre. Preparado para amar.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora