Durante el trayecto hacia el hospital, en el interior de un taxi, mi cabeza es un hervidero de ideas y suposiciones que anhelaría poder apartar, y trato sin obtener un resultado satisfactorio.
Es difícil alejar la culpabilidad de mí al recordar a mi madre tirada en el suelo de la casa lamentándose por algo que ha hecho, que espero no sea irremediable, o tal vez tan solo es producto de su cabeza.
—Señor, tengo prisa —le estiro un billete de veinte euros.
A veces creo que vemos demasiadas películas y me mira con extrañeza sin aceptar mi dinero.
—Todavía no llegamos. El pago se hace al final de la carrera —responde restándole importancia.
—No quiero pagar el viaje pero es vital que llegue lo antes posible al hospital —insisto ya con el dinero entre mis manos pero lejos de su alcance.
—Está bien, me apuraré lo que pueda, pero olvídese de partidas de tetris, no voy a perder la licencia de taxi por jugar con el tráfico.
Asiento y me recuesto sobre el asiento angustiada. Es más emocionante la vida en las películas dónde siempre se llega a tiempo.
Unos minutos más tarde se detiene ante la puerta del hospital. Le lanzo con prisa un billete y salgo del asiento con dificultad sin prestar atención ni mirar atrás.
—¡Señorita, señorita, el cambio! —escucho de fondo pero me parece más un zumbido que ignoro para dirigirme rauda hasta el lugar de ingreso de Rodrigo.
Sigue en cuidados paliativos, hacia allí me dirijo para preguntar por cómo se encuentra, y molesto a una de las enfermeras que está de guardia.
—Señorita, ¿cómo sigue Rodrigo Salas?
—¿Es usted familiar? —me pregunta antes de contarme nada.
—Soy... su prima —miento de nuevo—. ¿Se encuentra mejor?
Niega con la cabeza y hace una llamada rápida. Me impaciento, parece que está ignorándome porque debe atender otras cosas.
—Doctor, han llegado los familiares de la habitación cinco.
La veo asentir varias veces, mi preocupación va en aumento y con ansias de obtener información me tenso. El dolor en las costillas y el lateral de mi cuerpo se hace casi insoportable, pero hago todo lo posible por esconder mis muecas de sufrimiento.
Un médico me sujeta levemente por el brazo para llamar mi atención.
—Soy el Doctor Andrés Bravo —se presenta ante mí con un apretón de manos—. El estado de salud del señor Salas es bastante delicado después del paro cardíaco sufrido en las últimas horas. Pudimos reanimarlo a tiempo por fortuna, pero seguimos observando su evolución por si hubiera algún cambio. Prepárense para lo peor si no despierta en las próximas horas.
«Mamá, ¿qué has hecho? Espero que esto no sea tu culpa».
—¿Existen posibilidades de recuperación total? —interrogo al médico antes de que se marche.
—No puedo asegurarlo. Primero vamos a ver si evoluciona, y si lo consigue habrá que hacerle pruebas para comprobar su estado.
Asiento compungida. ¿Qué sucede si Rodrigo despierta y nunca vuelve a ser el mismo? ¿O se ve relegado a un simple cuerpo que sin vida cohabita día a día en una cama de hospital?
Las lágrimas se escapan de mis ojos sin que pueda contener la pena, la rabia, el coraje por ser indirectamente responsable de él y su situación, y por la desesperación de no poder despertarlo como sea.
—Señorita, queremos ver a Rodrigo —explica una mujer situada a mi lado.
«¿Queremos?», me giro para encontrarme con un séquito de mujeres, todas ellas de escultural belleza y con bastante poco talante para mantener el silencio.
—No recibe visitas. Solo un familiar y a las horas habilitadas para ello —informa la chica con cordialidad.
—Exigimos poder pasar por turnos ahora. Seguro que nuestra visita le alegra.
No sé porqué no esperé que algo así sucediera. Pero ahora, lo que menos importa es que reciba los cuidados de modelos, aunque no sepan que en un hospital no se organiza una fiesta de... de... ¿Chanel? En fin.
—Desalojad la zona ya —intervengo.
—¿Y tú eres? —me observan haciéndome sentir inferior a ellas.
—Su prima, su amiga, su amante. ¡Qué más te da, bonita! Lo importante es que se recupere y dejéis trabajar a los médicos para ello.
—No nos movemos —se cuadran varias de ellas impidiendo que las eche.
—¡No me digas! Vamos, vamos —aprieto los dientes porque el dolor aumenta por el esfuerzo de empujarlas—. Si queréis le mandáis un ramo de flores con vuestra ropa interior. Ahora, fuera—. Gracias —digo a la enfermera a modo de despedida.
Ella sonríe aliviada y divertida por la situación.
Se dedican a blasfemar y a insultarme por el camino pero acceden a marcharse.
—La próxima llamaré a los de seguridad y que sepáis que las cámaras del hospital no favorecen tanto como las de televisión. Sería fatal que se filtrara en prensa y en una situación tan bochornosa.
—¡Vamos, chicas, no podemos permitir eso! —explica la que parece la portavoz poniendo los labios de un modo muy artificial, al mismo tiempo que se coloca los rizos en su lugar.
—¡Hasta pronto! Para vuestro cumpleaños Rodrigo ya tiene encargadas las flores, no os faltará de nada —aseguro sin poder evitar que los celos me corroan por dentro.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak