El movimiento incesante de pacientes, acompañados de sus familiares, que entran y salen de la sala de espera y el colapso creado en ocasiones el pasillo, contribuye a aumentar mi nerviosismo.
Consulto el reloj a menudo. Parece que las agujas no corran y el tiempo transcurra lento. ¿Existe peor tortura que el desasosiego de esperar noticias? No. NO.
Me pongo en pie y camino con dificultad hasta la salida de esta sala de espera abarrotada de enfermos que observan mi andar compungido, y acusan mi proceder con rostros de extrañeza.
Prosigo por el pasillo hasta apostarme en el mostrador cercano a los boxes dónde atienden a aquellos que vienen en busca de una solución médica.
—Señorita —interrumpo a una mujer con uniforme blanco que parece dialogar con un compañero—, ¿podría saber cómo está Rodrigo Salas?
Ambos se miran como si ocultaran información clasificada. Y mi nerviosismo muta en angustia por el desenlace que parecer callar ambos.
—¿Usted es familiar? —pregunta antes de facilitarme alguna información.
—Sí, soy una prima —miento sin cargo de conciencia.
Pensando que si me declaro su hermana, sería fácil adivinar que él es hijo único, me decanto por un parentesco más lejano.
El silencio que se instala me aclara que no cree que sea su prima, ni mucho menos. Pero se vuelve a comunicar con el otro chico con miradas y asiente, aguardo que me digan algo.
—Lo único que puedo decirle, hasta que el doctor se comunique con ustedes, es que está estable pero inconsciente.
—¿Despertará? —rebato su escasa información a pesar de que sepa casi con total seguridad su respuesta.
—No puedo decirle nada más, el doctor les informará con detalle más tarde.
Me marcho entonces, sujetándome el costado y me sonrío al pensar en el deplorable estado que debo tener. Apuesto a que ahora no importa mucho que haya cambiado mi vestimenta, ni que él ya no me aborrezca. De hecho, ni siquiera importa si en realidad Rodrigo y yo hicimos el amor, ahora solo debe preocupar que él despierte.
Solo tengo en mi confusa mente el deseo de que el capullo que he tenido por jefe vuelva a hablarme, no importa si me ofende o me humilla, porque ello significaría que vuelve a estar de vuelta de ese sueño en el que parece estar sumido.
De regreso a la sala de espera, busco una silla dónde ubicarme hasta que se decidan a venir por mí.
Pocos minutos después, una enfermera rubia con el cabello recogido pronuncia mi nombre y me ofrece una silla de ruedas para trasladarme hasta un box dónde me atiendan. La admito gustosa para no soportar el malestar del golpe y nos marchamos hasta uno de los cubículos de este angosto hospital.
Un médico muy cordial me pregunta mis datos y el motivo por el que me encuentro ahí. Le explico con paciencia que tuve un accidente y me golpeé el costado.
Parece bastante convencido de que me he lastimado las costillas, pero lo que más le preocupa es que haya podido aplastar alguno de mis órganos internos, así que me ordena unas radiografías y analítica, además de endoscopia para comprobar que no haya hemorragia interna.
Es imposible dejar de concentrar mis pensamientos hacia Rodrigo. Todo el tiempo que se demoren en darme un diagnóstico será el mismo que estaré alejada de él y tal vez ni siquiera vuelva a verlo en mucho tiempo.
Enseguida llaman a una enfermera que me extrae sangre para el análisis, que por lo visto tardará una hora aproximada en arrojar resultados. Un celador me conduce hasta la sala de Rayos X para hacerme la radiografía y en el pasillo escucho un pequeño escándalo, en el mostrador dónde antes pedí información de mi jefe.
—Exijo que me dejen ver a mi hijo —asevera un señor entrado en años—. Estoy en mi derecho si no quieren que los denuncie.
—Señor, su hijo está siendo atendido por los médicos. Aguarde en la sala de espera, por favor, en cuánto sea posible le informarán y si es posible pasará a verlo —responde la muchacha que atiende al hombre sin saber muy bien como lidiar con el anciano.
—¡Usted no sabe quién soy yo! Mi hijo, Rodrigo Salas, es muy influyente y yo también. Puedo cerrar este hospital si quiero.
Sin duda. Solo su padre mostraría tal reacción. Siento una gran lástima por Rodrigo que solo tuvo opción de imitar su comportamiento, tan agrio carácter y las amenazas a las que la familia parece estar acostumbrada.
—Por favor, dame un minuto —le imploro al celador que me deja a espaldas del hombre cabeceando, enojado por las molestias que le estoy causando.
—Usted no puede ser otro que el padre de Rodrigo —admito y me pongo en pie con mucho esfuerzo.
Se da media vuelta y frunce el ceño sorprendido porque alguien como yo se dirija a él y llame con tal familiaridad a su vástago.
—¿Y usted quién demonios es? —pregunta con poca educación mientras se peina el cabello blanco.
«Yo soy la mujer que quiere a su hijo, creo», quería decirle al impresentable de padre que tiene. Esa misma que no iba a permitir que siguiera hundiéndole en el dolor y la miseria, pero no podía hacer tales afirmaciones.
—Iba en el coche con su hijo —respondo calmada.
—Entonces sabrá cómo se encuentra —asegura con un tono de voz más suave y tranquilo.
—Solo que está inconsciente y los médicos están haciendo todo lo que pueden para que se recupere.
Golpea la pared con vigor sin quejarse del dolor que puede haber provocado en su puño. Y entiendo que cuando sacan a relucir su mal genio es porque no pueden controlar la situación.
—¡Tú! Tú serás la culpable si mi hijo se muere. Te aplastaré como una hormiga insignificante, así que reza, si es que sabes.
Suelto una carcajada tan estruendosa que todos se detienen a mirarnos sin perder detalle de la escena.
—El único culpable aquí es usted. Por no haberle dicho a su hijo porqué su madre le abandonó. Por haber hecho a Rodrigo a su imagen y semejanza, por no haberle dado el amor que se merece. Solo usted tiene la culpa de que él ahora no sea una persona completamente equilibrada.
Se calla, pero su ira va en aumento, alza su mano con la clara intención de golpearme.
»No se atreva. No soy de esa clase de mujeres que se asusta y empequeñece ante un hombre, y menos uno tan cobarde. Y le puedo asegurar una cosa, llegaré hasta el fondo del asunto aunque sea lo último que haga. Porque, sabe una cosa, su hijo realmente me importa.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak