Tenerla a unos metros de mi mesa nerviosa por no saber siquiera cómo responder a las múltiples preguntas de varias mujeres es muy ameno. Entre los muchos pendientes de la empresa, a veces me tomo unos minutos para observarla desenvolverse con la horda de fieras que quieren reptar hasta mi despacho entre lágrimas, quejas y arañazos. Así son las féminas que a mí me gustan, hambrientas de más.
Algunas incluso han fraguado una amistad con la secretaria, otras solo la insultan, frustradas por la humillación de arrastrarse para no poder acceder hasta su meta. Al final, todas terminan igual; llorando tras el auricular por sentirse mujeres de un solo uso.
Si de algo me enorgullezco, es de no ser tan patético como papá. Le hice un favor retirándolo de la oficina, mientras organiza pequeñas reuniones al puro estilo de la mansión Playboy, solo que con menos mujeres. Y aguardo a que regrese de sus fantasías de septuagenario para comportarse como mi padre. Si es que alguna vez lo ha sido, pues al perder a mi madre, quedé huérfano.
—No, no necesito escuchar más detalles —corta Éire a mi amante de súbito, algo sonrojada—. Desconocía ese dato, pero no me importa que su Rodri tenga la espalda tatuada.
Contengo la risa mientras cabeceo por la situación tan cómica que escucho, desde que se desviaron las llamadas, el teléfono no deja de sonar pero me evita
las interrupciones indeseables y poner excusas.
También Éire es conocedora de las palabras que son para mí preludio de un final. Ese mismo que las chicas solían negarse a aceptar y me hace un mentiroso profesional:
«No eres tú, soy yo —tan típica la frase—, nadie me enseñó a amar. Es peligroso que vuelva a llamarte, pero créeme que si todo fuera diferente, nunca soltaría tu mano —para escenificar siempre las tomo de la cintura y enlazo nuestras manos».
Es palabrería barata. Entonces, me alejo reculando hacia atrás, y por último voy soltando con lentitud los dedos como si estuviera anclado a esa relación y me costara la despedida. Nunca más lejos. Se asemeja más a una losa que cargo a la espalda y siento, en ese instante, ser liberado. El compromiso nunca ha sido mi fuerte, y siento plena satisfacción de saber que ahora ellas guardarán una huella imborrable.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak