24. Rodrigo

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La confusión se dibuja en las pupilas de Éire. Me mira interrogante al escuchar las indicaciones que le doy a mi servicio.

Se muestra furiosa y no pretende disimular ni siquiera por tener una reunión conmigo plácida. 

—No necesito ningún cambio de imagen. ¿Acaso crees que vas a vestirme y maquillarme como esas zorras que te tiras? No soy tan manejable como ellas —escupe como si esas palabras le molestaran en su cabeza.

—Toda mujer estaría deseando  tener a su disposición alguien que la mime, la maquille, la peine... que ponga ante sus ojos decenas de vestidos entre los que escoger. ¿Por qué tú no?

Cabecea pero no responde de inmediato. Intuyo por sus gestos que se debate entre lanzar su veneno en mi contra, o controlar sus impulsos para no estropear lo que parecía haberse arreglado entre nosotros, aunque todo indica que es temporal.

Ambos somos demasiado fogosos como para poder entendernos durante más de unas horas. 

—Dicen que las mujeres somos las débiles, las que solo queremos ver películas de romance y leer novelas rosas. ¿Te has puesto a pensar que tal vez, solo tal vez, me gusta jugar a zombies en la consola, y tal vez amo las películas de terror? ¿Qué por qué te hago esta reflexión? —me pregunta al verme totalmente desubicado por su discurso de tópicos— Muy sencillo, señor Salas, porque no quiero que me vistan de princesa, que me enseñen a maquillarme, este es mi estilo. Yo lo escogí y me define, y si buscas que de tu brazo vaya a la fiesta una muñeca, haznos un favor y alquila un robot de los que no les importa nada porque no manejan sentimientos.

No puedo negar el mérito que tiene que una muchacha que está jugándose su puesto me rete de esa forma. Me hable con la claridad que otros temen.

Tiene un valor incalculable tenerla frente a mí con los brazos en jarras mientras defiende una posición desconocida para mí hasta ahora. Y dejo de ver ante mí un objeto que llevarme a la cama. Estoy tan conmocionado por lo que acabo de conocer de mi secretaria que decido mandar al traste todas mis fechorías, aunque ella no sepa nada de lo que tenía orquestado. 

Junto las palmas con lentitud hasta romper el silencio que reina en la sala. Y vuelvo a repetir la acción varias veces, aplaudo y me rio a carcajadas.

Noto su cuerpo tenso. Mi reacción la tiene a la expectativa, temerosa por si acaba de hacerme enloquecer. Y eso ha sucedido. ¿Cómo no enloquecer ante una mujer que sabe valorarse y rompe los cánones a los que estoy acostumbrado?

Y me prometo regresarle su puesto no por conveniencia, no por querer acostarme con ella —aunque no seré hipócrita, quiero hacerlo y no me detendré hasta lograrlo, está en mi ADN—, pero creo que acaba de demostrarme que merece la confianza que trata de ganarse desde hace un par de meses.

—Dame más —le pido.

—¿Qué? —interroga sin comprender a qué me refiero.

—¡Vamos! Siempre te he humillado a mi gusto y has callado y soportado todo. Dime lo que sientes, te apuesto a que eres todo un descubrimiento y quiero que me digas cómo eres. No te gusta jugar a las princesitas, ¿qué quieres tú?

Desconfía de mis palabras y no se atreve a hablar. Teme que si descubre quién es con sus fragilidades y valentías vaya a quererla fuera de mi empresa. Vuelva a quererla hundida en su propia miseria.

—Quiero la igualdad de sexos, ¿acaso es eso tanto pedir? Puedo trabajar y ser tan valiosa como cualquiera de los tíos de los que te rodeas que no se molestan en hacerte brillar, les basta con cumplir objetivos y cobrar una buena suma de dinero, aunque entre tus juergas y su pasividad te vayas a hundir en algún momento.

—No voy a hundirme. ¿Cómo se atreve, señorita Arnau? —le doy la espalda furioso por considerar que no soy capaz de llevar mi negocio.

Y siento que nos alejamos años luz el uno del otro ante tales signos de sinceridad. Hemos vuelto a los inicios donde ella era mi secretaria y yo solo el señor Salas.

Camina hasta lograr encontrar mi cara y que la mire porque parece que no ha terminado.

—Rodrigo —no respondo—. Rodrigo, por favor...

Se empeña en ello y atrapa mi mano entre las suyas con tanta ternura y timidez que no puedo más que dejar de estar enfadado. Pero no deseo darle el lujo de mostrarle que se ha ganado mi atención y finjo que sigo enfadado. Este pequeño demonio está venciéndome, a mí, a Rodrigo Salas.

—Déjame que esté a tu lado y no encontrarás un mejor hombro en el que apoyarte. Considérame igual que cualquier otro empleado hombre, demuéstrame que el machismo puede morir en ti, y seré los brazos que te impulsen hacia lo más alto. Sé que podemos.

Aprovecho que me ha tomado de la mano para tomarla de la cintura. No se resiste a mi contacto y deposito un beso en su mejilla.

—Éire, ¡vamos! Tenemos mucho que hacer —le guiño un ojo y me ofrece una sonrisa. Parece que se sonroja pero intenta disimularlo al agachar su cabeza—. Quiero mostrarte un lugar que te va a encantar y luego te invito a comer. 

—Jefe, ¿tienes que controlar todo siempre? —me recrimina.

—Es la costumbre. Pero para que veas mi buena predisposición voy a dejar que me sorprendas con tu atuendo para la fiesta. Puedes hacer uso de mi tarjeta de crédito, sin límite. 

—Gracias, señor —agradece en un hilo de voz.

—¿Puedo decirte algo, Éire? —¿debe un empresario sincerarse con su secretaria y mano derecha?

—Por supuesto. Lo que quiera.

—Me encantaría que te vistieras como al principio, tal vez así podría ver más de ese sujetador tan sexy que llevas.

—¡Ni hablar! Usted iba a valorar mi trabajo.

—A nadie le amarga un dulce, Éire.

—Rodrigo... es usted incorregible —asegura pensando que no tengo remedio.

—Hoy nada de usted, solo somos dos personas que se pueden entender, ¿no crees? —le sugiero intentando poner cercanía entre ambos.

—Está bien.

La apremio para que nos marchemos y nos subimos en el coche camino a la sorpresa que se me ha ocurrido organizar para esta chica fuerte

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La apremio para que nos marchemos y nos subimos en el coche camino a la sorpresa que se me ha ocurrido organizar para esta chica fuerte. 

Un amigo mío que es dueño de un solar donde se puede jugar a paintball nos espera en la puerta, consternado por verme aparecer con mi secretaria. El interrogante se dibuja en su cara. ¿Acaso ella es especial?

¿Cómo no habría de serlo? Por más linda que sea, es la persona que puede convertirse en una amiga —con derecho a roce, tal vez— en mi vida. 

Nos busca trajes de nuestra talla y marcadoras para poder jugar con las bolas de pintura. Se anima a jugar con nosotros y pasar un día entretenido. 

—Imagínate que son zombies —le susurro a Éire— o puedes abrir bien los ojos y tirármelas todas a mí. Liberarás todo tu odio, seguro.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora