La obsesión de mamá I

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Tumbada sobre la cama, respiro con calma para que la intensidad no me aporte más dolor

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Tumbada sobre la cama, respiro con calma para que la intensidad no me aporte más dolor.

Pero sin embargo, no puedo evitar que mis miedos divaguen y creen para mí hipotéticas realidades de dónde se encuentra mi madre. En estos momentos puede estar en el hospital, a pesar de que ella me haya perjurado que salía al supermercado para hacer la compra.

Por mi cabeza pasa la descabellada —pero cauta— idea de controlar los delirios de mamá.

Hace años, cuando sufrió una de sus crisis al encontrarse por la calle con la novia del que fuera su jefe, su psicólogo le recomendó que debería escribir en una hoja en blanco los sucesos del día, cuál era el motivo por el que se sentía alterada, y con esa información luego pudieron trabajar en su ira y el episodio lamentable que le afectó durante su época como secretaria.

Trato de incorporarme poco a poco, mas las molestias logran que blasfeme antes de ponerme en pie. Coloco una mano en mi costado, como si eso lograra alivianar algo, y tomo rumbo a la habitación de mamá con la esperanza de encontrar esos escritos, tal vez todavía siga con su tarea de escribir para desahogarse y que sirva para trabajar en su salud mental.

Abro la puerta, y la luz que entra por la ventana molesta en mis ojos que se habían acostumbrado a la oscuridad.

La cama está tendida en perfectas condiciones, sin arrugas y a un lado tiene una pequeña mesilla con una antigua lámpara.

Comienzo por allí. Abro cajones, rebusco entre la ropa interior pero nada. Segundo cajón, entre los camisones que usa para dormir tampoco hay rastro de hojas, ni diario.

A la derecha está situado el armario con la ropa de mi madre, y decido que proseguiré con ello, por si pudiera tener suerte.

Unos minutos después, descubro que debe cambiar de ropa porque esa es de hace al menos dos décadas, pero ni una sola pista de dónde puede encontrarse lo que busco.

«Éire, piensa rápido, antes de que vuelva».

La cama, me decido. Es correr un riesgo dado que podría haber dejado de escribir y por eso no hay rastro de nada, pero no puedo marcharme sin intentarlo.

Sacudo el edredón, las sábanas e incluso la almohada yace en el suelo ante los movimientos que le di, lanzo quejas de dolor pero trato de mantenerme fuerte para conocer las intenciones de mamá.

Sin embargo, no obtengo nada a pesar de haber revuelto la habitación al completo, y me planteo cómo voy ahora a colocar todo en su lugar.

Trato de tender las sábanas con la misma exigencia que tiene mi madre, sin lograrlo, la perfección y la limpieza siempre han sido cosa suya.

La sábana de arriba se convierte, por suerte, en la llave que me abre la incógnita de sus miedos, y sobre todo de sus más oscuros planes.

Bajo el colchón descansan un montón de folios en condiciones varias. Algunos están pintados con la frase: "Muere, jefe, muere" en tono encarnado.

Tomo una de las hojas y comienzo a leer.

Hoy la he visto dormir, mientras su pecho agitado clamaba el nombre de Rodrigo, y lo peor era su sonrisa de felicidad, puede que hasta de lujuria.

Yo no he criado a una furcia regalada que dé satisfacción a su jefe. Debo hacer algo pronto.

Muerte a Rodrigo. Muerte a las mujeres regaladas y embusteras.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora