23. Rodrigo

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Consciente del nerviosismo que en estos momentos desearía tragarla en sus temibles fauces, fuerzo un poco más la situación para lograr que se incomode.

Para llevar a cabo mi plan preciso de un estado de ansiedad rozando el límite. Como también necesito que sus sentidos estén dispersos para que no huela la trampa antes de que se sepa ya enjaulada.

—Voy a irme a mi sala, ya sabes —insinuo, esperando que comprenda bien lo que le quiero decir—. Medita bien todo y cuando estés lista y sepas qué puedes ofrecerme, estaré aguardando tu entrada triunfal.

Apostaría que en un vano intento por serenarse, su respiración es más agitada, atropellada y todos los adjetivos posibles que hablen de la dificultad que tiene por parecer que todo le es indiferente. 

Me marcho a la estancia donde tengo la nombrada televisión, con una mesa pequeña para el café y pido que nos sirvan algo, el servicio acude al instante . 

He dispuesto todo para que este día sea inolvidable para ambos, aunque ella solo alcanza a imaginar a qué debe enfrentarse para lograr sus objetivos, que son muy similares a los míos. No hay nada reprobable en un intercambio de intereses, en realidad. No es un chantaje o algo así.

Tengo algo que ella quiere y debe mostrarme cuánto lo quiere. Simple.

Escucho sus zapatos resonar por el suelo de la biblioteca y creo que está preparada para lo que se avecina. 

Se dilata su entrada un minuto, tres minutos, doce minutos..., ¿qué demonios hace esta mujer?

Al fin, media hora después viene a buscarme. Puedo ver en su cara que está dispuesta a todo por su vital entrada y me entretengo en fingir que estoy leyendo la prensa con nervios de acero.

Ella carraspea. Yo me impaciento por saber qué desea.

—Rodrigo —llama mi atención con ímpetu. 

—Uhm —pronuncio tratando de parecer concentrado.

Atrapa el periódico con su mano y lo deja sobre la mesa.

—Escúchame. No volveré a repetir estas palabras, y ¡óyeme bien! si dices que las pronuncié, lo negaré —advierte con tal determinación que siento que me conquista en un segundo, aunque eso no fuera lo que pretendía.

Capta mi atención a tal punto que no quiero perder detalle. Trato de capturar como en una fotografía cada gesto, anhelando también que el instante en mi memoria sea imborrable y perdure toda la eternidad.

»Acompáñame, vamos.

Me guía hasta el exterior de la casa.  Vamos al trote sin soltarnos de la mano, y por el camino ambos nos sonreímos cómplices. Por una milésima de segundo soy capaz de olvidar que tengo planes para nosotros, incluso el hecho de que gracias a mamá somos los peores enemigos. Solo por ser mujer. Solo por haber tenido el atrevimiento de haber cruzado la puerta de mi despacho para revolver mi vida de una forma que no alcanza a imaginar.

 Tras encontrar con gran maestría el punto ciego de cámaras para escondernos, se detiene.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunto confuso.

—¿No pensarías que iba a abandonar mi dignidad delante de tus cámaras para que te regocijes con una grabación, o explotes el saberme con el agua al cuello, verdad? No soy idiota, Rodrigo.

Tuerzo la sonrisa al descubrir que en ningún momento ha decidido sucumbir sin más. Va a darme el gran orgullo de doblegarse, pero no hasta el nivel de arriesgar todo. 

Si hubiéramos sido cortados por el mismo patrón, no nos pareceríamos en el fondo tanto. Ella sigue siendo una abeja y yo la reina, pero al fin y al cabo compartimos especie.

 —Bien. Espero que al menos hayas podido pensar en lo que te dije —la apremio a que se decida al fin y me diga de una vez lo que ha estado pensando en el lapso de tiempo que hemos estado separados.

 —Podría ofrecerte jugosas cuentas con mi esfuerzo y trabajo. Podría lograr que la cuantiosa suma de ganancias de tu empresa aumente en un tiempo considerable. Hasta podría lograr derrocar a la competencia, pero eso no es lo que tú quieres, porque crees que no soy capaz de realizar mejor que tú el trabajo para el que me contrataste, ¿no es así?

Sí, señores, la muchacha que tengo delante de mí en estos instantes, acaba de herir mi orgullo en lo más profundo, lo que hace que me olvide del respeto que se había ganado para desear su fin con más ansias.

—Supongamos que ya tengo a alguien que se encargue de eso, ya que parece que me consideras bastante inútil en los negocios. De hecho, no sé cómo he podido ser el empresario del año tanto tiempo... —ironizo ante sus palabras.

—Fácil, tienes a tu lado personas que hacen el trabajo sucio por ti.

—Debería sentirme bastante ofendido por la visión que tienes de mí, pero voy a esperar a que termines tu discurso. —Me cruzo de brazos.

Sin mediar palabra comienza a tocar los botones de su camisa con los dedos temblorosos. Espero. El tercer botón de la prenda está ya desabrochado, y veo la línea de su abdomen embelesado por la situación. Decido aguardar un poco más. Con gracia desliza la prenda por sus brazos hasta caer al suelo. 

Tal como aguardo, apoyado sobre la pared, se acerca y se posiciona a horcajadas sobre mis piernas. Y he de confesar que no esperaba tal determinación por su parte. 

Prosigue y coloca una de mis manos en sus pechos para que los acaricie. Me veo tentado a aceptar y volver a ser yo, el hombre que toma lo que quiere cuando quiere. ¿Pero acaso ella desea esto? 

Doy besos por su cuello embriagado por el perfume de su piel, y ella no se retira.

Me detengo un instante a mirarla. Está tan hermosa enredada a mi cuerpo, preparada para mí aunque sus deseos estén escondidos. No puedo evitar sentir una culpabilidad incipiente, nunca antes experimentada.

Las mujeres tiemblan por sucumbir a la pasión conmigo, pero ella no. No desea mi contacto y solo está dándome lo que cree que quiero.

—¡Mierda, Éire! Esto no está bien. Vístete y regresa a casa. Será lo mejor.

Su rostro responde a las dudas que está sintiendo ahora mismo en su interior. Le ayudo a levantarse y recojo su ropa como el caballero que no acostumbro a ser. 

—Pero... Yo...

—Soy un tío terrible —me río conteniendo la amargura, a pesar de que reconocerlo no me desagrada—, lo que no soy es un violador. No abuso de mis empleadas, aunque creas lo contrario.

—Solo quería recuperar mi empleo, de verdad lo necesito —se sincera con la naturalidad que siempre ha poseído.

—No debes preocuparte. Te espero mañana a la misma hora de siempre, ¿vale? 

Ella asiente cabizbaja y buscamos el calor de la casa antes de que se enferme por el frío del exterior. 

La abrazo y fricciono sus brazos para que deje de temblar, y corremos a la puerta, que nos abre enseguida mi ama de llaves, sorprendida porque estuviéramos fuera en este tiempo.

—Prepara la comida más sabrosa que seas capaz, Eva, y avisa a Catherine de que necesitamos un estilista para un cambio completo, por favor. Y todo lo que pida la señorita, son órdenes —aviso a la mujer que se limita a sonreír y marcar el teléfono sin demora.

El capullo de mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora