Rodrigo es capaz de evocar los peores sentimientos desde lo más profundo de mí. Asco, rabia y un sentimiento de amor propio elevado a la máxima potencia.
Arrastro los pies con desgana hasta la cocina; pronto tendré que ponerme a cocinar y hacer las tareas de la casa. En algo tengo que ocupar mi tiempo libre, ahora que estoy desempleada y las ingratas de mis amigas decidieron marcharse de viaje para celebrar el Fin de Año al Caribe, justo cuando mi economía no me permite pagar un todo incluido en la parte más exótica de México.
Mamá refunfuña apartándose el cabello de la cara, agita los papeles con diversas notas con bolígrafo rojo.
Parece inmersa en preocupaciones y me aproximo. Acaricio su hombro en señal de apoyo y ella, muy enfurecida y llevada por el desánimo, rehuye mi aliento.
—Mamá —le reclamo espantada por el nivel de su estrés.
—Lo siento, hija —responde levantándose de la silla y corriendo hasta la cocina para obrar algún milagro.
Y es que resulta casi inverosímil lograr comer algo con los alimentos del frigorífico y las reservas de los armarios.
Aprovecho para consultar las hojas que a mamá tanto le preocupan y veo que estamos en números rojos en el banco, y este nos reclama que procedamos al pago en la mayor brevedad. Dudo que el finiquito o lo que vaya a cobrar cada mes sea suficiente para saldar lo que se adeuda.
La miro de reojo. Está llorando en silencio, cada vez más frustrada por no ser capaz de cocinar un plato que alivie el hambre.
Pensaba que mamá tenía ahorros para sufragar gastos, pero supongo que el dinero no puede estirarse tanto.
Decido esconderme en el baño. Apoyo la espalda en la pared y me voy deslizando en cuclillas hasta dejarme vencer hasta el suelo. El desasosiego se ha convertido en mi único confidente, y el auxilio de Rodrigo cada vez retumba más en mi cabeza.
¿Por qué me puse tan digna y rechacé su dinero? ¿En qué momento me negué a recuperar mi puesto?
Con el pensamiento puesto en que tal vez todavía puedo hacer algo al respecto decido llamarlo con la esperanza de que quede algo de bondad en su alma, o la necesidad de recuperarme por algún motivo oculto. No puede ser peor que terminar viviendo en la calle y comer en un comedor social, al menos tendremos dónde cobijarnos con el sueldo que todos los meses me paga como secretaria. El que tras el periodo de prueba aumenta considerablemente.
—Ro... ¿Rodrigo? —hablo tras reconocer su voz respondiendo mi llamada.
—Éire, no esperaba que me llamaras —responde con una clara sorpresa en la voz.
—Señor Salas —adopto un tono formal ahora que tal vez vuelva a ser su secretaria, si es que me admite—, me preguntaba si sería posible que recuperara... ya sabe...
—¿Recuperar el qué?
Me lo imagino con una sonrisa en los labios, disfrutando al escucharme implorar lo que precisamente me ofrecía. Queriendo humillarme ahora que la situación ha cambiado a su favor. Y siento que todo lo que sentí con el beso se lo lleva la corriente. Es un jefe odioso y vuelve a demostrarlo.
—Mi empleo —digo al fin, engullendo saliva que parece pasar con dificultad.
—No sé, Éire, ya he ordenando varias entrevistas y... como comprenderás, no puedo anular todo solo porque hayas cambiado de opinión —me explica con calma e incluso culpa en sus palabras.
Algo, que por supuesto, no suena genuino. No creo nada de lo que me dice, pero decido fingir que es verdad. No arreglaría nada llamarle mentiroso.
—Lo entiendo, señor. Considérelo un favor —incluso el tono que uso suena a súplica, aunque me sienta como un gusano arrastrándose en la tierra.
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El capullo de mi jefe
HumorRodrigo cree que las mujeres son objetos. Éire no está dispuesta a ser uno de ellos. Él comenzará una lucha para despedir a una secretaria eficiente, si antes no acaba ella con él. O el amor se interpone en sus caminos. Portada obra de @cabushtak