1 (editado)

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Thomas

  Podía meditarlo por horas y buscar defectos. No había nada en absoluto. Nada que pudiera deprimirme o que consiguiera arruinar mi buen humor. Mi vida marchaba a la perfección, casi como una utopía.

  No había ni un solo detalle que hubiera querido cambiar. Al fin era feliz. Me había costado un montón de trabajo alcanzar esa felicidad que en algún momento se vió tan lejana, pero aquí estaba, y todo se debía a mi carrera como actor y a la gente que me rodeaba. Por supuesto que una de las razones principales era mi novia... mejor dicho, mi prometida.

  Bella era mi novia hace más de dos años. La amaba demasiado y el amor que sentía por ella creció a través del tiempo hasta convertirse en lo que sentía ahora. No sé si el amor es capaz de evolucionar más allá de lo que ya es. Tal vez obtiene poder a través del tiempo y te abre los ojos otra vez. Entonces te das cuenta de que no quieres vivir ni un día más sin ver cómo esa persona ríe al escuchar algo gracioso o cómo te mira de una forma distinta, una forma en la que no observa al resto del mundo. O cómo arruga la nariz y frunce los labios cuando algo le disgusta, o las muecas que hace cuando algo le enoja. O, simplemente, no quieres pasar ni un día más sin tenerla entre tus brazos, porque el tiempo se vuelve lento y tortuoso sin ella a tu lado. Así que me pareció ridículo prolongar nuestra relación hasta alcanzar la etapa dónde estaríamos listos para dar el siguiente paso, porque esa etapa no existía.

   Le pedí matrimonio un día sábado. Planeé minuciosamente cada cosa que haríamos ese día, pero nada salió según mi planificación. Ella cogió un resfrío el jueves de esa semana y estuvo en cama hasta el sábado por la mañana. Aún así, su semblante me decía que lo único que necesitaba era descansar, así que taché de la lista cada lugar al que la llevaría antes de decir un discurso que terminaría en la pregunta importante y le pedí a mi mamá y hermana si nos podían dar un poco de privacidad en la noche. Preparé una cena para los dos que la sorprendió, y también la hizo llorar, algo que no comprendí del todo. Me dijo que lloraba porque, según ella, estaba sensible, se sentía pésimo y odiaba estar mal cuando yo había hecho algo así para ella. Me repetía una y otra vez que la disculpara porque yo no merecía verla llorar así después de mi esmero para arreglar una cena como esa. Ni siquiera esperé a que cenáramos, solo creí que ese era el momento indicado para que ella se diera cuenta de cuánto la amaba. Sequé sus lágrimas, le dije que me daba igual si lloraba, se enojaba conmigo, me gritaba o reía como una loca de felicidad, porque de todas formas querría pasar mi vida entera con ella. Y acabé mi improvisado discurso arrodillándome frente a ella con el corazón desaforado y un anillo en mi mano. Finalmente, cuando supe que Isabella Melling sería la mujer con la que compartiría el resto de mis días, no pude dejar de sonreír por semanas.

  Escuché una melodía bastante familiar y me senté en la cama, mirando a mi alrededor en busca de mi celular. No recordaba dónde lo había dejado la noche anterior, así que me puse de pie mientras tarareaba la canción de Eminem que sonaba por toda la habitación y recordé que, debido al cansancio, había dejado el teléfono dentro del bolsillo de mi chaqueta que se encontraba al pie de la cama.

—¿Hola?

—Hola, Tom —me saludó una voz dulce. Esbocé una sonrisa de inmediato.

—¡Bella! ¿Cómo está mi futura esposa? —ella rió y yo pude imaginar sus mejillas sonrosadas. Luego respondió. 

—Bien, ¿y tú?

—Bien...—bostecé—. Acabo de despertar.

—Así veo —contestó con una risita y guardó silencio unos segundos, en los que yo intenté ordenar algo del desastre que había en mi cuarto—. Thomas, te llamaba para recordarte que tenemos que terminar los preparativos de la boda.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora