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  A veces, cuando duermo, no sueño nada en absoluto. En realidad, sí sueño, eso está científicamente comprobado, pero es como si no lo hiciera, porque todo lo que veo tras mis párpados es oscuridad. Esto no es algo que me suceda muy a menudo, sin embargo, siempre que algo me acongoja por mucho tiempo, no consigo adentrarme a otro mundo que no sea uno en el que soy ciego y ni siquiera consciente del paso de las horas. Y esto me despierta sin previo aviso, como si hubiera un fantasma de pie junto a mi lecho velando mi sueño para no permitirme descansar.

Toda la vida me he dicho que es estrés. Despierto a las cinco de la madrugada porque estoy agotado... qué ironía, ¿no? No me gusta aceptar que muchas veces despierto a altas horas de la noche porque existe una tristeza intermitente en mi interior que debo remediar. Simplemente me desagrada sentarme en la cama y que el escozor en mis ojos brote tan pronto me percato de la soledad que me rodea en la habitación. Ya no puedo ir a la habitación de mamá para decirle que desperté de una horrible pesadilla en la que ella y papá me habían abandonado, y mucho menos tengo a otro ser humano al otro costado del colchón para abrazarme y contenerme. Es por eso que siempre me he dicho que es estrés: detesto resignarme a comprender la realidad de que soy un adulto y debo lidiar con los problemas que eso conlleva... Entre ellos, aceptar mi propia soledad.

Lo detesto tanto como cuando abrí los ojos repentinamente por la mañana, asustado al creer que Thomas no había dormido conmigo realmente. Que quizá lo había soñado todo y nada a la vez, y mi cerebro solo había creado la visión de una masa negra y espesa de inconsciencia de la que yo había escapado porque me decía a mí mismo que era estrés. Estrés, estrés y más estrés.

Observé a mi alrededor, incorporándome al recargar ambas palmas sobre el colchón. Las sábanas cubrían gran parte de mi cuerpo desnudo, a excepción de mi pie izquierdo, que de vez en cuando acaba de esta manera por las noches. Ni una sola lámpara del cuarto estaba encendida como yo recordaba al haberme dormido, pero el sol matutino se encargaba de iluminar cada rincón con sus primeros rayos del día.

Instintivamente, giré la cabeza hacia el balcón a mi izquierda, como si mi cerebro hubiera sabido que debía mirar ahí antes de sacar conclusiones, y me encontré con la figura de quien creía ausente. Una gran bocanada de alivio cruzó mis labios, acompañada por regaños silenciosos en los que me preguntaba a mí mismo por qué entraba en pánico al despertar sin Thomas a mi lado: si yo me encontraba en su habitación, ¿dónde más podía estar él si no era en el mismo lugar que yo?

Estás estresado, pensé. Thomas está aquí. Estás en su habitación. Deja de pensar tanto, Dylan. Thomas te debe amar tanto como tú a él, solo tienes que decírselo.

Él llevaba puestos unos pantalones de chándal gris y una camiseta blanca. Ambas prendas eran holgadas, por lo que, a pesar de que su altura sobrepasaba por muy poco a la mía, su complexión lucía más pequeña al estar oculta bajo toda esa tela. De una de sus manos colgaba un cigarrillo que emitía varias y constantes columnas de humo que seguían la dirección del viento. Cada vez que se lo llevaba a la boca, este se consumía mucho más rápido y se convertía en ceniza que no se molestaba en botar al suelo; no era un hábito de él, mas una que otra vez lo reprendí por haber hecho esto a sabiendas de que había un cenicero al alcance de su mano.

Me levanté de la cama en busca de mi ropa interior y mi visión se tornó ligeramente borrosa al haberme puesto de pie tan deprisa. Froté mis ojos para eliminar la sensación de mareo, aunque también apareció otro dolor en la zona inferior de mi cuerpo, razón por la que fruncí mis labios y cerré los ojos mientras aguardaba a que el malestar aminorara. Continué con mi objetivo intentando ignorar el dolor que se esparcía por la mayoría de los músculos de mi cuerpo, el cual había sido provocado debido a la noche anterior (no obstante, no tenía quejas al respecto). Luego, terminé vestido de manera similar a Thomas, a diferencia de que mucho menos de la mitad de mis piernas estaban cubiertas por mis bóxers y la camiseta, y me dirigí hacia el balcón.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora