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Dylan P.D.V.

Hoy fue un día algo común para mi gusto, sin embargo, pude disfrutar de Thomas al igual que ayer, calculando los momentos exactos para no perder tiempo y tampoco levantar sospechas al desaparecer nuevamente en el segundo descanso que se nos otorga todos los días. A veces pienso que soy demasiado afortunado y que me da igual si debemos hacer esto a espaldas de los demás —a excepción de Kaya, quien sabe todo— porque hay algo en su mirada, en su forma de hablarme o tal vez de acariciarme y besarme, no lo sé, pero hay algo que me dice que todo tiene un fin, que todo tiene un sentido.

En la van nos sentamos juntos y no puedo esconder la sonrisa que se forma en mi cara, ya que no hay tensión, no hay temores ni dudas, solo esas ganas de abrazarlo y besarlo hasta cansarme de ello, aunque es muy poco probable que pase. Y mientras todos ríen, comentan el día, cuentan chistes y hablan sin parar detrás de los dos, nosotros nos miramos y entablamos un montón de conversaciones que duran menos de un minuto, pues siempre acabamos diciendo unas cuántas palabras y después el "silencio" cruza nuestros asientos por un par de segundos, segundos en que los dos permanecemos con los ojos pegados a los del otro como si jugáramos a ver quién corre la mirada primero, incluso siendo conscientes de que podríamos estar así por horas, o al menos lo que resta del viaje. Cuando veo sus comisuras elevándose y sus labios curvándose en una hermosa y ligera sonrisa que no deja sus dientes a la vista, mas hace que la piel alrededor de sus ojos se arrugue y que sus iris cafés ganen algún tipo de brillo que solo él tiene, hallo tan raro que todas las emociones que siento sean causadas por una simple mueca. No obstante, es fascinante, y Dios, no me molestaría admirar por toda una vida sus facciones o verlo esbozar las mil y una distintas sonrisas que posee. Ojalá ese deseo interno pueda cumplirse en un futuro próximo.

La charla habitual en el vestíbulo se llevó a cabo, pero Thomas me jaló del brazo y movió la cabeza, señalando el ascensor que se encontraba a unos tres o cuatro metros de distancia. Con rápidas despedidas nos encaminamos hacia allá, sin prestar atención a algunos rostros que parecían tener un signo de interrogación dibujado sobre ellos. Apenas las puertas cerraron y seleccioné los pisos de cada uno, me volteé a besarlo, acorralándolo contra la pared del fondo, la cual era un gran espejo que cubría más de la mitad de la superficie. Creo que no nos preocupaba tanto el hecho de que el elevador podía detenerse en cualquier momento y alguien entraría, o que quizás todos nuestros actos han sido grabados por la pequeña cámara en una de las esquinas superiores.

—Oye —murmuré sobre sus labios, separándome solo milímetros de él luego de habernos besado—. ¿Qué harás ahora?
—¿Qué crees que haré, Dyl? —respondió en voz baja mientras reía, haciéndome sonreír.
—No lo sé. Creí que podríamos ir a mi habitación y...
—Estoy muy cansado y la verdad solo quiero dormir, ¿acaso tú no? —preguntó, sus ojos mucho más abiertos y cejas arqueadas en un gesto sorprendido.
—La verdad es que sí, pero nunca me canso de ti, entonces...

En sus labios apareció una sonrisa alegre y sus mejillas tomaron un color rosacio. Luego, sus ojos descendieron a mi boca, se inclinó un poco para besarme y mi corazón se aceleró de inmediato al sentir el delicioso tacto que sus besos siempre me brindan. Colocó las manos alrededor de mi cintura y me acercó mucho más a él, agarrándome por los costados con cierta fuerza, como si en cualquier instante yo pudiera desaparecer y él deseaba evitarlo a toda costa.

El ascensor se detuvo y di un saltito al escuchar las puertas abriéndose, por lo que me giré y recargué en la muralla, a un lado de Thomas, dándome cuenta de que dos personas entraron. Un caballero de aproximadamente cincuenta años y una señora, que parecía ser su esposa, de cabello corto, negro y arrugas notorias en su rostro, nos dieron miradas de extrañeza e incluso cuando sus espaldas estaban frente a nosotros y el elevador reanudaba su funcionamiento, la mujer volteaba un par de veces en un fallido intento de disimulo, queriendo descubrir lo que escondíamos. La temperatura de mis mejillas incrementó de manera impresionante, alcanzando mi cuello, orejas y frente, y cada vez que le daba un vistazo a Thomas, él me miraba de vuelta y se mordía el labio inferior para no reír en voz alta. Lo peor es que me contagió su humor al enfrentar la situación. Pero, bueno, era gracioso saber que esos dos desconocidos nos descubrieron, porque no parecían tener alguna idea sobre nuestra existencia y nunca más los veríamos.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora