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—Déjame en paz.

La voz de Dylan se oyó enojada, su rabia siendo bastante perceptible, aunque no lo veo por ningún lado.

Tres pestañeos. Caminé por el bosque, ese lugar tan conocido para mí, el patético bosquecito de la hectárea, pero todo es tan diferente: hay humedad, neblina y pareciera no haber gente cerca.

—¿Dyl? —Seguí mi búsqueda, tratando de comprender qué es lo que sucedía.
—Me puedes dejar tranquilo, por favor —replicó segundos más tarde. Aún suena molesto y yo solo deseo entender por qué, como también tengo la urgencia de encontrarlo y pedirle disculpas por algo que desconozco.

No recuerdo nada. Es todo tan ambiguo. Aparecí aquí sin razón, sin embargo, no siento temor, sino que algún tipo de dèjá vu, un recuerdo, y mis sentimientos me dicen que ya sé lo que sucederá, por lo que es indispensable actuar rápido.

—Dylan, sabes que no quise decir eso —hablé. Carraspeé para aliviar mi ronquera y proseguí, entretanto, mis pies me llevaban sin rumbo fijo—. En serio, lo siento.

Silencio absoluto. Las hojas secas en el suelo crujían al ser pisadas por mí y se oían pájaros cantando, sonidos usuales de la naturaleza.

—¿Qué parte de "déjame en paz" no entiendes? Creo que fui bastante claro, Thomas —contestó y ahí fue cuando lo encontré sentado en el piso con la espalda apoyada en un tronco, sin poder ver su cara.
—Dyl, por favor. Sé que cometí mil errores pero... —Siquiera se tomó la molestia de ponerme atención, tan solo se puso de pie y me dio un vistazo. Frialdad, pura frialdad en su mirada—. Lo siento, ¿sí?

Tragué saliva, meditando mis palabras. Él se cruzó de brazos y suspiró. Recargó su espalda en el árbol una vez más, movió el pie derecho de arriba a abajo y me contempló con ojos gélidos.

—¿Qué más tengo que hacer? —pregunté en un tono que se debilitaba segundo tras segundo.

Exhaló aire y rodó los ojos, dejando ver una mueca que se formó en sus lindas facciones. Se encogió de hombros y se encaminó en mi dirección, pasando por mi lado e ignorándome en su totalidad.

—Dyl... ¡Dylan! —Exclamé. Mi visión se hallaba cubierta de lágrimas y mi voz se quebraba de forma considerable, pero él continuó y era como si la niebla se lo hubiera tragado.

Grité su nombre una y otra vez, la desesperación internándose en mi pecho al darme cuenta de que mis cuerdas vocales dejaron de funcionar. Hasta que, de repente, enmudecí.

—Thomas... Tom. Thomas, despierta, es solo un sueño.

Abrí los ojos apenas escuché esa voz femenina tan familiar para mí. Mi corazón retumbaba en mis oídos y mi cuerpo irradiaba calor, pequeñas gotas de sudor corriendo por mi frente. Observé a mi alrededor y parpadeé varias veces seguidas en un intento por ajustar mi visión a la pálida luz de la habitación, el color siendo algo fuerte para mi vista que aún estaba sensible.

Mi mamá me dio una mirada intrigada, sus cejas fruncidas enmarcando aún más las arrugas de su frente. Se cruzó de brazos y yo me pasé una mano por la cara, para luego acomodarme en el sillón negro de cuero y darme cuenta de que quizás dije algo que no debía. Entonces, una ola de pánico me atacó.

—Me parece que estabas teniendo una pesadilla —comentó. Hablaba de forma dulce, al igual que siempre, pero había un toque de severidad en sus palabras que me ponía los nervios de punta.
—Sí, creo que sí... —Ninguno de los prolongó la conversación, por lo que él único ruido en el cuarto eran los pitidos del electrocardiógrafo.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora