62

2.7K 195 276
                                    

Thomas

Vacío. Un vacío pesado tomó su lugar en mi cuerpo, y yo tragué saliva, observando con emociones difusas la puerta que acababa de cerrarse. Mi corazón latía muy fuerte, lo que me asustaba un poco porque podía sentir su palpitar golpeteando el interior de mi tórax. Mi cuerpo estaba frío, mis manos comenzaron a sudar y yo, a pesar de que creía no poder pensar en nada, solo reproducía continuamente en mi cabeza cada imagen de lo que acababa de pasar mientras intentaba convencerme de que todo lo que hice fue por el bien de Dylan. Mi decisión se basó fundamentalmente en él, en su felicidad y bienestar. Eso quería creer.

Pero ¿a quién quería engañar? Era consciente de mi visión egoísta. Había arruinado una de las mejores cosas que tenía por mi propio bien. Claro que también lo hice por querer hacer feliz al resto y tener miedo. Lo peor es que sabía que era un acto sumamente mezquino y cobarde: si hubiera podido mirarme desde la distancia, habría visto en mí una réplica exacta de la cobardía que desde siempre abundó en mi vida y había jurado por años no imitar.

Cualquier otra persona que decide tomar tribuna en vez de estar en mis zapatos podría haberme dicho que no era tan complicado como yo lo hacía parecer. No es el fin del mundo o ya lo superarás; tú elegiste esto, asume las consecuencias y sigue adelante. Y es cierto: técnicamente, era sencillo. Lo planeé y me preparé, procurando que sería sencillo. También era sencillo llevar a cabo mi decisión: solo requería de un par de palabras que realmente no sentía ni pensaba para dejar ir al hombre que inesperadamente llegué a querer tanto. Tenía que ser sencillo, porque era lo correcto. Sin embargo, la fuerza de voluntad que me ví obligado a reunir para conseguir verosimilitud en mi voz y gestos lo convirtió en algo casi imposible.

Fue un suplicio que, por decisión propia, decidí vivir. En todo momento estuvo presente la voz de mi madre, la idea de ganarme el odio de mi familia y la posibilidad de que aparecería en mi vida una soledad absoluta a pesar de la compañía duradera que obtendría al quedarme con Dylan. Luego pensaba que quizás tendría más amor que nunca, mas las relaciones suelen tener una fecha de vencimiento y si lo arriesgaba todo, podía terminar perdiendo. Cuando estuve a punto de concretar la mentira, me di cuenta de que mirar a Dylan nunca había dolido tanto. Por una significativa parte del tiempo evité sus ojos miel sumergidos en lágrimas e inyectados en sangre. No quería ser descubierto, mucho menos deseaba terminar retractándome de mis palabras y sucumbiendo a los ruegos silenciosos que oía a gritos saliendo de su mirada suplicante. Sabía que si contemplaba sus ojos durante más tiempo del necesario, me rendiría; así que, para ganar la pelea en mi cabeza, recordaba los temores y diversos desenlaces que podrían suceder si no hacía lo correcto. Y eso fue lo último que quedó en mi mente antes de seguir adelante con lo planeado, especialmente esa oración que repetía en silencio como un mantra: debes hacer lo correcto.

Toda decisión siempre acaba causando daños colaterales, ¿no? O al menos buscaba tranquilidad al pensar que así era, puesto que odiaba la idea de haber dañado a Dylan a consciencia. Pero lo había hecho, y de solo saberlo un lado de mi cabeza no podía eliminar la culpa ni el dolor, mucho menos los infinitos reproches hacia el egocentrismo imparable que envolvía cada centímetro de mi vida y ser. La mayoría de estos reproches se debían a la ira que sentía hacia mí. Era esa discusión interna en la que me preguntaba cientos de veces que cómo tenía la desvergüenza de estar dolido y pasmado ante el daño provocado a Dylan, como si jamás hubiese sabido que a él le dolería tanto; como si de pronto hubiera olvidado que iba a pretender no sentir nada por el hombre que, borracho y bastante inconsciente de sus actos, me había confesado su amor con una sonrisa que cualquiera pagaría por ver, pero él me privilegiaba al regalarmela cada vez que se cruzaba en mi camino.

Me prometiste algo que siempre supiste que no cumplirías...

Dylan me había entregado su confianza, una pistola que él creía plenamente que yo nunca usaría para atacarlo. Y yo le disparé, claramente sin la intención de que las consecuencias fueran mortales (aunque era algo completamente absurdo de mí creer que las probabilidades de no causar daño permanente eran mínimas). Mi propósito era demostrarle que lo que él sentía por mí era diminuto en comparación al resentimiento y dolor que yo podía producirle, ambos sentimientos necesarios para que él lograra percatarse de que yo no era capaz de entregarle todo lo que él merecía.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora