63. Casi primera vez

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Dios...Dios...Dios...¿Sigues ahí? ¿Puedes escucharme? ¿Estás ahí? ¿Me escuchas? ¿Me escuchas? ¿Me escuchas? ¿No...? ¿Sí...? ¿Me escuchas? ¿De verdad? Bien...solo quería agradecerte, darte los gracias por dejarme conocerla, por dejarme amarla, por permitir pasar tiempo con ella, por verla crecer, por verla jugar, por verla ser feliz y sonreír, por sentir sus abrazos, sus golpes, su lengua que a veces era cruel pero otras me hacía sentir el rey del universo con sus palabras, por verla saltar, probarse vestidos, aprender a maquillarse, ¡Ay, Dios, como amé su maquillaje! Eran suaves, como tocar una nube, como sentir el cielo entre los dedos, los perfumes que usaba era como oler algo divino, porque aunque no me quisiera dejar abrazarla ahí estaba, gracias Dios por su mirada tonta, por sus ojos curiosos y sus sonrisas tontas cuando aparecía un muchacho de su edad, gracias por sus canciones, por su forma peculiar de demostrar afecto, por...todo, gracias Dios por habérmela dado, por haberme dada esa hermana caprichosa, tonta, celosa, amargada, dulce, gentil, inteligente, astuta, audaz, graciosa, encantadora y maravillosa. Dios, gracias, gracias, gracias por habérmela dado, por haberme dado a todas mis hermanas, te alabo Jehová por haberme permitido conocerlas, a ellas, a papá, a mamá. Dios, gracias, gracias. Dime que los veré, dime que los volveré a ver.

Sí.

Entonces, me voy a calmar, voy a respirar porque sé que la veré otra vez, los veré, no temo a la muerte, porque sé que lo siguiente que veré seré tu venida en gloría. Sé que no la volveré a ver asustada, sé que no la volveré a ver ensangrentada, sé que no estará herida de bala cuando la vuelva a ver, sé que ella estará feliz, sé que ella estará cantando con su ángel de la guarda a su lado. Lo sé, lo sé, lo sé.

Amén.

Las manos suaves se metieron debajo de su piel, con delicadeza y arrogancia, las yemas de los dedos tocaron todo, desde sus venas hasta sus arterias, parecían querer meterle los ojos hacia adentro y sacárselos por la boca, pero no era doloroso, en lo absoluto. Era más bien una sensación de cosquilleo, de intriga. Aidan se sentía como un trozo de arcilla, de barro, siendo moldeado poco a poco, supuso que así se sintió Adán mientras Dios lo creaba, pero Adán no estaba vivo en ese momento, no podía sentir, pero él sí, podía hacerlo, lo sentía todo. El ardor en sus heridas, sus dedos entumecidos, sus extremidades doliendo como si uno de los animales amaestrados de UML lo hubiera violado mientras masticaba sus extremidades, vio al oso hacerlo, no las comía, no las arrancaba, solo las masticaba, era como si lo hubieran entrenado para infligir el mayor dolor posible, pero sin llegar a matar.

Cuando lo presencio quiso hacer contacto visual con el animal, quería ver sus ojos, ver el reflejo de la creación de Dios en su mirada atormentada, pero sea lo que fuera que le hubieran dado para inducir un celo tan salvaje y desproporcionado provocaba que sus ojos estuvieran sellados, en una capa rojiza de lo que parecía ser sangre, esa clase de heridas oculares que suceden cuando se golpea o estresa demasiado o bien podría no tener ojos, desde donde estaba y entre las arcadas no pudo discernirlo, aunque admitía que le hubiera gustado ver a la jirafa, ¿cómo podía hacer daño una jirafa? Sí, suponía que debía doler ser violado por un animal salvaje —gracias a Dios, para Aidan solo fue un perro, doloroso, pero soportable— debía ser agonizante, pero ¿qué otro daño podía hacer la jirafa? ¿Dar cuellazos? Perfectamente podía vivir el resto de su vida sin saberlo, aunque la curiosidad estaba ahí.

Puede que no hubiera sido mordido, el perro traía bozal, pero, cuando intentaba imaginar cómo sería sino hubiera tenido la boca cubierta y sus colmillos filosos cual cuchillos se clavaran en su carne mientras se adentraba rítmicamente en su interior imaginaba justo esa misma sensación. Una oleada de agujas circulando por su cuerpo, pequeñas agujas, diminutas, tan pequeñas que cabían dentro de la vena y se movían junto con la sangre a través de ella, rasgando, rompiendo, saliendo de las venas y esparciéndose por el resto de su cuerpo hasta que el dolor era tan grande que venía el entumecimiento. Era extraño. Podía sentirlo todo, pero a la vez nada. Era como si su cerebro decidiera que todo era demasiado para él y simplemente saliera de su cabeza, abandonando su cuerpo y entonces comenzaba a flotar lejos, pero si se concentraba lo suficiente podía volver a sentirlo todo para luego comenzar a flotar de nuevo.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora