44. Vamos a grabar...

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Las piernas de ella estaban ampliamente abiertas por los muslos, tan abiertas como deberían estar las puertas al paraíso, pero allí adentro se encontraba algo más glorioso que cualquier otro placer que la carne pudiera dar. El miembro fue un grueso vástago de acero que apretaba suavemente sus pliegues, rogando permiso para entrar pese a la firme resistencia de la muralla destinada a mantener afuera a los invasores. Ella sonrío y se desplego ante él como las alas de una paloma blanca que bajo sus plumas ocultaba un secreto que podía causar el máximo de los dolores y placeres, su risa lánguida resonó cual silbido del viento, erizándole la piel mientras sus ojos seductores lo devoraban con la mirada. Sus dedos delgados, de uñas tan bien cuidadas surcaron en tímidos círculos que poco a poco tomaron valor sobre su piel, hasta instalarse con vehemencia, dejando marcas a su paso, su pecho lleno tembló, balanceando con gracia la inmensidad fértil de sus toronjas, sus tobillos lentamente supieron más arriba de su cabeza, abriéndose por completo ante el placer, permitiéndole entrar a la calidez de su carne mojada que pedía y rogaba por más. Se inclinó, inhalando el aroma de su feminidad y lentamente sus manos inexpertas se encontraron con su ardiente piel, estaba tan caliente, tan cálida que por un momento Aidan pensó que se iba a desvanecer como vapor candente entre sus dedos. La estrecho en sus brazos y poco a poco llevo su virilidad hasta su mojada carne. Espero pacientemente a que el terrible sufrimiento de la primera vez comenzará, pero no llego, mientras se aventuraba en los resbaladizos pliegues sintió una opresión que lo hizo sentir al borde del abismo. Pudo sentir el arma ofensiva que ella usaba contra él, sus manos expertas acariciaron su virginal cuerpo y de un solo movimiento era él quien había quedado debajo de su hechizo, se alzó orgullosa y triunfal sobre su cuerpo, contorneando las caderas, dejándose caer delicadamente sobre su miembro, permitiendo que lentamente explorara la dulzura de su carne, antes de salir y dejarse caer con firmeza, haciéndolo entrar profundamente en ella, la sonrisa aumento y comenzó a mover las caderas expertas sobre él, y en seguida salió por completo, para volver a entrar más y más hondo. Una y otra vez se dejó caer sobre él, galopando, montándolo como una experta mientras la negrura de su melena se aferraba a las curvas de su cuerpo, salió, regresó rápidamente para sepultarse y él sintió que la liberación estaba cada vez más cerca. ¿Dónde estaba el dolor que Aidan temía por sobre todas las cosas? ¿Y qué era esta extraña sensación que lentamente se extendía por su cuerpo y que lo hacía sentirse flotando, volando en una nube mística que lo llevaba lenta pero con constancia hacia el interior de un abismo del cual nunca querría escapar?

Ella lo siguió montando con la ferocidad propia de una mujer encaprichada. Se dejó llevar lentamente por las sensaciones nuevas que lo llenaban y poco a poco se entregó por completo a ella. Por fin él cerró los ojos y dejo que ella lo hiciera entrar tan hondo que pareció que ambos quedarían unidos por toda la eternidad. Después se quedó quieto. Y la liberación llego. Seguía sobre él, con esa sonrisa traviesa, todavía unidos por la carne, respiraba con dificultad mientras sus regordetes pechos subían y bajaban con cada bocado de aire fresco, la beldad lo miro con altanería, su pelo renegrido acunaba cuidadosamente el milagro de sus senos, a la vez que entornaban la curva de su espalda. Con ojos hambrientos se inclinó y lo beso, saboreando el último vestigio de inocencia carnal que pudiera haber en él.

— Roxelana — gimió Aidan.

Y entonces despertó en la cálida cama con Dan desmayado a su lado, pasaron horas viendo películas y debatiendo quien era mejor para Tessa, si Will o Jem, llegaron a la unánime conclusión de que ella debió quedarse con Cecily y dejar a Will, y Jem quietos con tal de evitar tan doloroso final. La vergüenza lo empezó a corroer con prontitud, misma que no hizo más que aumentar cuando notó un líquido blanco pegajoso entre su ropa interior. Nunca tuvo un sueño húmedo así, claro que los había tenido, era un ser humano, después de todo, pero nunca soñaba con personas de la vida real, de hecho, ni siquiera veía las caras de las doncellas de sus sueños y se sintió tan apenado de que en su mente Roxelana se hubiera vuelto un objeto de deseo que no supo cómo podría enfrentarla en aquella tarde, donde grabarían por fin una de las escenas más anticipadas de Valerio y toda la película en general: la violación. Corrió a bañarse llevándose las sabanas consigo, para su suerte Dan tenía el talento innato de estar en medio de un terremoto y ser incapaz de despertarse.

Desayuno con el sonido de la música clásica y la lluvia como acompañantes, se atraganto con la leche por un chiste de Dan y saboreo lo mejor que pudo los huevos revueltos con espinaca y ajo, aún seguía sin comprender en qué momento un platillo que tanto solía disfrutar comenzó a repugnarle. Repugnancia. Ahora que lo pensaba se sentía así con muchas cosas que antes le gustaban: la comida, la calle, las personas, su cuerpo, su reflejo, su familia, el mundo y Günther. Todavía había cosas que le gustaban, ¿Cuáles? Ni él lo sabía, pero estaban ahí, indómitas, luchando para seguir siendo agradables y no sumarse más a la sensación vomitiva que tantas cosas que alguna vez amo le provocaban. Habían cosas que le gustaban, no sabía cuáles, pero ahí estaban, así fue como llego a la conclusión de que no estaba tan enfermo cómo el doctor Stilinski le quería hacer creer, en el momento en que nada le gustase, en el momento en que comenzará a sentir repugnancia por todo, incluido al Creador del universo, ese sería el momento en el que estaría realmente enfermo. Tan enfermo que nadie más que Dios podría salvarlo.

Hasta cierto punto era triste, que su vida dependiera de algo tan banal: no querer ir al infierno. La mayoría de personas no se quitan la vida por sencillas razones; miedo, el dolor que su perdida podría causarle a su familia entre otras; para Aidan era solo no querer ir al infierno, no lo merecía, después de tanto sufrimiento ir al cielo era sí o sí la única salida. A menudo fantaseaba con suicidarse, pero de una forma en la que hasta Dios tendría que recibirlo en su reino, pensaba que la única manera en que el suicidio sería válido era si lo hacía cuando huía de alguien, de Günther, con más frecuencia de la que deseaba admitir pensaba en lo qué hubiera pasado si la bala no llegase a Katherina.

Si tan solo hubiera tenido las fuerzas suficientes para correr hacia ella, cubrirla con su cuerpo, recibir las balas por ella. Katherina era brillante, habría sido una gran maestra, un aporte incalculable para las futuras generaciones, pero ¿y él? El mundo seguía girando y Aidan no se creía ser capaz de girar con el.

De cierto modo no sería un suicidio, sino un acto heroico, aunque también pensaba que Dios sería capaz de perdonarlo si acababa con su vida en otro tipo de circunstancia.

Si tan solo hubiera tenido la valentía suficiente para protegerla.

Günther le había jurado volver por él, lo susurro en su oído mientras su enorme y grueso pene lo sodomizaba sin piedad.

Eres mío, siempre lo serás, mi pequeño.


Los primeros días espero pacientemente su llegada, aún lo hacía, esperaba que mientras luchaba por escapar encontrara un barranco del que pudiera saltar o un cuchillo que en su corazón pudiera clavar. Suicidio por desesperación, ¿Acaso Dios no podría perdonarlo por quitarse la vida con tal de escapar de las garras de su abusador?

— Dan — Aidan lo miro suplicante y el muchacho supo lo qué debía hacer.

A pasos pesados se levantó, dejando su pan con jamón a medio comer, sirvió un poco de chocolate caliente en una taza blanca, camino con el líquido humeante entre sus manos y finalmente la dejo caer por "accidente" sobre el inmaculado cuadro de acuarelas de unas bailarinas danzando en un bosque.

— ¡Ups! — exclamo con fingido horror al ver el líquido caliente corroer la pintura — ¡Lo siento, doc!

El doctor Stilinski levanto la vista de su libro y su alma cayo a sus pies mientras observaba una más de sus posesiones pereciendo bajo el cruel descuido de Dan.

— ¿Por qué? — el hombre se apresuró a tomar el cuadro, intentando salvarlo — ¿Por qué rompes todo lo que tocas?

Dan mantuvo su mirada en el suelo en un gesto de arrepentimiento. Aidan aprovecho para escabullirse. Se sentía mal por sacrificar a Dan y pedirle que destruyera las cosas de su tío, pero ¿qué más opción tenía? Necesitaba terminar de grabar la película, ahora que sabía que Günther lo estuvo violando desde el primer momento solo tenía una pregunta: ¿Por qué?; y esperaba que su subconsciente se lo aclarará, suponía que alguna vez, aunque fuese solo una tras violarlo le contaría la razón, por ahora solo recordaba a Günther diciéndole sus planes matrimoniales para con él, los ojos oscuros del rubio brillaban cuando hablaba del tema pero él solo podía retorcerse en agonía con su cuerpo cubierto por semen y algo más. Claro que jamás anticipo que para poder recordar mejor tendría que sacrificar gran parte de la valiosa colección de cerámica de su tío. Algún día lo compensaría, a él y a Dan.

Camino presuroso por las calles, tomó el autobús y se sentó en una ventana, observando el día húmedo tras la seguridad de un cristal que de seguro no se lavaba desde que fue hecho. Saco el guion y repaso la escena, pero las letras carecían de sentido y mientras más intentaba leer sus pensamientos danzaban hacia algo más, alguien más.

Sus pensamientos se vieron inundados por la beldad pelinegra de gran altura y jugosa figura.

Se mantuvo callado mientras se preparaba mentalmente para grabar la escena, pero no podía dejar de pensar en ello, en ella. Desde que despertó con ella en sus brazos, siendo cubierta por tan solo una mísera capa de tela, ¿Cómo pudo contenerse? ¿Cómo no pudo lanzarse a los brazos de aquella ninfa de oscura melena? ¿Cómo pudo no fundirse en su carne y saborear sus labios hasta hacerlos sangrar? Estaba tan preocupado por haber vuelto a ser agredido que...no se detuvo a pensar, mucho menos a mirar a su alrededor, ¿Cómo se habrían visto las sombras de la lluvia sobre la piel de Roxelana? Pequeños lunares fantasmales sobre su piel. Apretó los puños, ¿estaba mal sentirse así? La deseaba, maldición, la deseaba, con cada fibra de su ser, pero ¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué de todas las mujeres del mundo, tenía que ser ella? Ella precisamente, ella, que tenía novio, ella, que sabía cosas que él no deseaba que nadie más supiera pero para su desgracia medio mundo sabía, ella, que parecía ver en él lo que Günther vio una vez: un niño; la forma en la que lo consoló, en la que lo enrollo, en la que sus manos acunaron su piel, la forma en la que lo miró, las palabras que le susurro, por un momento, mientras lloraba retorciéndose de agónico dolor mental levanto la mirada y se encontró con aquellos orbes oscuros del color de la madera en plena primavera, nada existió. Nada. Y casi pudo ver que eran de un azul tan oscuro como las profundidades del océano.

No existía Valerio, no existía la película, no existía Coco. No existía Günther o lo que alguna vez hizo. Solo existían esos ojos, esos ojos marrones, esos profundos pozos de chocolate fundido reflejaban algo: comprensión; ella lo entendía, de una manera retorcida, extraña y, de una manera aún más desconcertante, deliciosa lo entendía; entendía lo que era ser encerrado, asfixiado en amor, mantenido en una cajita de cristal donde todo estaba bien y su vida era tan perfecta como una vida podía ser, ser cuidado, amado, protegido, ser mantenido sano y salvo, permanecer en esa cajita de cristal era tan placentero, porque adentro de esa caja no existía nada malo, esa cajita, tan frágil como bonita era una burbuja de exquisito amor, de un amor tan profundo que, aunque sonase feo, Aidan jamás deseo salir de esa cajita. ¿Por qué habría de querer salir? Era amado, protegido, adentro de la caja era feliz, adentro de la caja estaba a salvo, pero entonces la caja se rompió, con la fuerza de una penetración anal no consensuada y una serpenteante lengua follándole la garganta, y quedo expuesto a un mundo que no conocía, a un mundo cruel, desconocido y tan...aterrador. Y cuando quiso volver a la caja no pudo hacerlo porque tal caja ya no existía, ¿Cómo se suponía que viviera feliz? ¿Cómo se suponía que pudiera siquiera vivir? Nadie le enseño a hacerlo, nadie le enseño a vivir fuera de la caja y ahora ¿debía descubrirlo por su cuenta? Rompieron la caja y algo más, la rompieron y ni siquiera pudo percatarse de ello hasta que fue demasiado tarde, y los vidrios se clavaron contra su carne.

Y Roxelana lo sabía. Ella lo sabía. Sabía lo que se sentía crecer en esa cajita y luego aferrarse a los trozos de la caja destruida porque era lo único remotamente bueno en su vida. Sus ojos le dijeron todo lo que debía saber ese día: ella lo sabía, ella lo entendía y eso lo lleno de dicha.

Bajo en la estación indicada y llego hasta lo que parecía ser una bodega desolada, varios autos desfilaban por los alrededores, aparte de ello el lugar parecía abandonado. Un lugar perfecto para grabar una violación.

— Vaya, enserio Valerio se toma esto en serio.

Palpo con los dedos el marco de la entrada y encontró la llave tal, y como le indicaron que lo haría, la puerta dejo escapar un estruendoso chillido cuando la abrió, esperaba ver cámaras en un lado y Valerio teniendo un colapso en el otro, pero para su sorpresa no solo estaba desolado por fuera, también por dentro. Ni una sola ánima se asomaba en aquella bodega.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora