54. Motivos Crueles +

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Capítulo dedicado a @ass_krn. Gracias por tu apoyo y tus teorías tan locas como Haza, una vez me preguntaste si lo que le sucedió a Aidan podría haberse evitado, en este capítulo sabrás si es así o no. 

Aidan fue agradecido, demasiado. Logró contener su asco y halago lo "tierna" que era Olivia, dulce, exquisita y con un tenue sabor a ajo, no esperaba que Willa le trajera otro plato, esta vez era el estómago relleno de que lo alguna vez fue una pequeña. Lo comió todo, no dejando de halagar y agradecer entre cada bocado, casi besando los pies de la mujer por haberle permitido tal privilegio y por preocuparse tanto por él, pero ella no le creyó y se enfadó, haciéndolo comer más carne hasta casi desmayar. Comió sus manos rostizadas, sus diminutos dedos estaban tan crujientes, también su lengua que estaba marinada, creía también haberse comido su hígado, pero no podía estar seguro. Ella no estaba satisfecha, exigió que demostrara su agradecimiento pero él no podía agradecer por contener las ganas de vomitar y merecer un castigo por su desobediencia.

Aidan nunca vio algo semejante con anterioridad. Cuerdas escurriendo del techo, correas que se enredaban entre sí como serpientes. Ajustaron las correas en cada una de sus extremidades, incluso en su cuello, dejándolo suspendido en el aire, le colocaron un extraño collar, quizás un bozal, que mantenía su boca abierta y entonces entraron los cocineros, junto a las reces: hombres, mujeres y algunos niños entraron en cuatro patas, desnudos siendo arrastrados como si fueran perros, una de las mujeres estaba embarazada y le faltaban ambas piernas por lo que se arrastraba como podía. Ninguno tenía ojos. Sus bocas estaban selladas con algo que Aidan no quiso ni saber. Los cocinaron frente a él, primero al hombre más grande, con él fueron piadosos hasta cierto punto, fueron directo a la yugular y dejaron que la sangre marinara los ingredientes, al segundo hombre tan solo le cortaron un brazo, luego se lo llevaron. A las mujeres y los niños los ataron al techo, igual que él, pero en lugar de correas sujetando incomoda pero no dolorosamente su cuerpo estaban ganchos, filosos ganchos y garfios retorcidos que se clavaron en sus carnes, solo podían retorcerse haciendo que se clavaran aún más en su cuerpo. No podían gritar, tampoco saber qué estaba pasando.

No tenían oídos, parecía que fueron cortados y la herida sellada, cocidos cerrando los orificios. Una cierra eléctrica partió a la primera mujer a la mitad, a los niños les quitaron los dedos de los pies y los dejaron ir, pero a la mujer embarazada la abrieron de canal. El cocinero sostuvo al recién nacido entre sus manos, ofreciéndolo a Willa como si fuera un prototipo de algún producto que ella debía aprobar, ella no hizo nada más que escudriñar con sus ojos el cuerpo de la criatura, Aidan suspiro aliviado cuando se dio cuenta de que estaba muerto, era demasiado pequeño y algunas partes de su cuerpo no estaban bien desarrolladas, al menos no tendría que ver cómo masacraban a un bebé porque ya estaba muerto. Sin titubear el cocinero lo lanzó a una hoya con agua hirviendo. Con movimientos precisos tomaron cada parte y la transformaron en una obra de arte culinaria. Platillos hermosamente organizados y los aromas celestiales danzaban coquetamente por el lugar al ritmo de las llamas, pero Aidan no pareció notarlo, sus ojos estaban empañados de tanto llorar, algo bueno porque no tuvo que mirar más. Y luego lo hicieron comerlo, se desmayaba y le inyectaban un estimulante que lo hacia despertar con el corazón a punto de explotar, y más carne lo hacían tragar. Embutieron en su garganta lo que él sintió fueron cinco personas. Sabía bien, un sabor casi celestial, podía sentir las cientos de especias y condimentos danzando entre sus papilas gustativas, podía sentir la sangre y el vino entremezclarse en algo aún más glorioso que lo hizo sentir mareado, casi pleno...

Como si hubiera alcanzado la cúspide de su vida y los años venideros no serían más que capítulos de su vida. Suponía que así se debían sentir todas las personas que sabían que iban a morir. Tranquilos. Casi agradecidos. Logro disociar un par de veces y ya no estaba ahí, volvía a ser un niño que comía cubitos de gelatina, que hizo una mascota imaginaria solo porque no le dejaban tener un dinosaurio, que se deseaba meter en los cuadros y pasaba horas mirando el papel tapiz del baño buscando formas, y rostros que contaran una historia pero si llegaba a olvidar una parte de la historia tendría que empezar de cero porque nunca eran los mismos rostros o formas.

Estoy tan feliz de estar vivo.


¿Qué era eso? ¿El sabor de la muerte? Su alma flotaba, de regreso a su legítimo dueño, lejos de su cuerpo, el alma siempre era de Dios, Él solo la prestaba. El alma no se puede vender o intercambiar. No era suya, jamás fue suya, pero se moría de ganas de volver a casa y podía sentirlo, podía sentir su casa cada vez más cercana, casi podía verlo, entre las luces estridentes de los bombillos que colgaban como él del techo.

No podía ver nada. Solo cientos de hermosos colores danzando a su alrededor, cientos de manchas y líneas que salían de las bombillas del techo cayendo suavemente por la habitación hasta caer sobre todos ellos como lenguas de fuego, veía sus caras, todas tan serenas y hasta cierto punto hermosas, y se preguntó qué tendría que hacer para lucir así, como si nada valiera la pena pero poder vivir con ello. Dejo de retorcerse cerca de la quinta vez que se desmayó, solo siguió tragando y observando las figuras danzarinas que salían de la cegadora luz.

Y de repente no hubo luz, solo silencio y su alma flotando cada vez más lejos de su cuerpo, ¿Dónde estaba la luz? ¿El túnel? ¿Los canticos celestiales? ¿Dónde estaba él...? Quizás...no, imposible, prácticamente era un mártir, Dios no sería lo suficientemente cruel como para enviarlo al infierno por dudar un par de veces de él, ¿O sí? Dios estaba en todas partes, ¿Verdad? ¿También en un lugar así? Sí, Él estaba ahí, no lo veía, en realidad no veía nada, pero podía sentirlo, sentir su amor en cada desmayo ocasionado. Estaba ahí, lo estaba. Imagino a Jesús llorando en un rincón presenciando lo que estaba pasando y eso lo hizo sentir aún peor, no por él, sino por Jesús, nadie quiere ver llorar a Jesús, ni siquiera en su imaginación. Y entonces Él se acercaba, tomaba su mano y le permitía desvanecerse en la seguridad de la inconciencia otra vez.

Todo estará bien.
Hasta la muerte tiene solución.
Todo estará bien.


Cuando tuvo fuerzas suficientes para despertar hundió sus dedos hasta tocar sus amígdalas y lo vacío todo en el inodoro, pero eso le pareció algo irrespetuoso. Sostuvo entre sus dedos las partículas de carne mezcladas con jugos gástricos intentando saber a quién le pertenecía. No pudo hacerlo.

Se escondió debajo de las cobijas, orando para que lo dejaran en paz cuando escucho el chirrido de la puerta, luego el inconfundible tintineo de los tacones de Willa. Ni siquiera intento aferrarse a nada, estaba demasiado cansado como para hacerlo.

— Pequeño — dijo Willa con voz cantarina —, aquí está tu regalo.

Una nube de humo escapo de sus labios en el momento en que sintió a alguien sentarse a su lado, escucho un suave sonido de pulseras chocando y el aroma inconfundible a césped fresco, bajo lentamente la cobija, descubriendo su cabeza y se giró para encontrarse con la mirada amorosa de Alma.

— Mi pequeño — dijo la mujer acariciando su mejilla.

Si pudiera llorar lo haría pero estaba tan deshidratado, cansado y destrozado que no tuvo fuerzas para hacerlo, se arrastró como pudo dejándose caer sobre el regazo de la mujer. Si pudiera vivir en ese momento lo haría feliz porque moriría en brazos de una de las personas cuyo amor puro le había ofrendado.

— T-tía — esperaba que fuera todo una ilusión, pero pudo sentir su calor, su cabello castaño le hizo cosquillas en el rostro y sus pulseras que hacían juego con las suyas tintinearon como alegres campanillas — ¡P-p-pensé que estabas muerta! — no podía hablar, su garganta ardía y solo quería volver a dormir o incluso mejor, morir porque lo haría feliz sabiendo que ella estaba viva — Y-yo pensé...pensé...— murmuró, las palabras atrapadas en su garganta, su mente luchando por procesar que ella estaba ahí, de verdad estaba allí — l-lo sient-o, debí haberte protegido...

— Tranquilo, cariño, ahora todo está bien — Alma intentó tranquilizarlo, pero sus palabras resonaron huecas en la mente agitada del muchacho. Se aferró aún más ella, incapaz de aceptar que ella estaba sana y salva, llevando un hermoso vestido purpura, tan bien peinada y cuidada.

Willa sonrió encantada, aplaudiendo como si estuviera viendo algo que le causaba mucha gracia.

— Que hermoso es ver a la familia reunida, pero ahora — la mujer coloco sus manos en los hombros de Alma, se inclinó y le susurró al oído: — hay algo que debes confesar — Aidan abrazo con más fuerza a su tía, queriendo mantenerla sana y salva, lejos de la perversa Willa.

— Willa, por favor — Aidan la miro consternado, la mujer no permitía que nadie le hablara tan impúdicamente a no ser que fuera un miembro de su mismo rango. Willa abrió sus ojos, asintiendo con la cabeza como cuando daba la orden de matar a alguien, Alma se giró y miró al suelo, su agarre se apretó alrededor de los brazos del niño —. Eres un muchacho maravilloso, Aidan — una tímida sonrisa se formó en su pálido rostro, parecía a punto de vomitar y Aidan temió lo peor —, pero escuché que estás siendo algo rebelde, debemos mejorar eso, ¿no crees?

— ¿Rebelde...?— Willa coloco sus manos en los hombros de Alma y ella se encogió aún más en su lugar.

— Escucha a tu tía, Aidan — Willa ladeo la cabeza, su larga trenza rubia era como una serpiente o una soga lista para lanzarse a su cuello, así era incluso más parecida a Günther.

— Es lo mejor, cabrita, aquí todo estará bien — la sonrisa triunfal de Willa, la forma en la que acariciaba el cabello de Alma, de la misma manera en la que se lo acariciaba a él, su tía bien cuidada y sin marcas aparentes de tortura, eso pudo significar cualquier cosa, pero la mirada desconsolada de la mujer solo podía tener una interpretación, una agonizante interpretación.

— ¿Tía? — su voz apenas fue un susurro, pero no se percató de ello, no pensaba en nada, en nada más que en saber el significado de esa mirada — ¿Qué está pasando? — quería, no, necesitaba que hubiera una explicación, la que fuera, menos la que estaba pensando.

— Tu tía te ha vendido, Aidan — la mano de Willa seguía jugueteando con la cabellera castaña de Alma, como si de un gato se tratara.

Aidan cerro los ojos y al abrirlos ya no pudo ver a Jesús llorando en un rincón, busco por la habitación pero a donde fuera que mirara ni veía nada, no había nadie, nada, nada más que los ojos azules oscuros de Willa mirándolo con gracia, casi con burla, pero sin importar a donde mirará no veía señal alguna de Dios ahí.

— ¡Eso no es cierto! — se defendió la mujer, tomando las delicadas manos de Aidan entre las suyas, sus palabras resonaron en el aire tenso, y Aidan luchó por contener la tristeza que bullía en su interior — ¡Cabrita! ¡Mi niño! — ella frotaba sus manos desesperada, no podía permitirse perderlo a él también —. No hice nada malo — insistió ella, besando sus manos —, todo fue por tu bien.

Willa se inclinó y beso la parte trasera de la cabeza de Alma, jugueteando con su cabello, la mujer no pareció incomoda, ni siquiera pareció algo anormal para ella. Willa lentamente se retiró, sin dejar de sonreír gozosa ni cuando abandono la habitación. La situación parecía serle de gran diversión.

— No me mires así, te lo ruego — ahora era ella la que no podía mantenerse de pie, temblaba y sus dedos estaban demasiado fríos aferrándose a los de él como si vida dependiera de ello —. Lo hice por ti — acuno su regordeta mejilla con una de sus manos, sus dedos gélidos fueron como agujas clavándose en su piel —, todo por ti.

— ¿Por mí?

— Günther te ama y te dará una vida esplendorosa por la cual cualquiera mataría — ella bajo la cabeza, ligeramente avergonzada —, sé que no piensas así, pero te lo juro, por el amor que le tuve a Edan, te juro que serás feliz a su lado — volvió a abrazarlo, él quiso apartarla pero no podía ni pensar, menos luchar.

— ¿Esplendorosa? — se encogió sobre si mismo, logrando doblarse lo suficiente como para deslizarse entre los brazos de la mujer y caer al suelo —. Por favor no, tía — rogó de rodillas frente a ella —, por favor, no me digas lo que estoy pensando, te lo ruego.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora