41. Te amo, pero me haces daño

12 7 0
                                    

— Respira, vamos, respira.

El doctor Stilinski lo sujeto de los hombros, manteniéndolo en una posición en la que le era más fácil respirar. Doblado sobre si mismo Aidan temblaba, la saliva se deslizaba como ríos espesos de su boca y sus ojos se aferraban a sus cuencas con vehemencia, luchando contra los espasmos para no salir disparados. Su pecho se sentía apretado y su respiración se había vuelto errática. Sus ojos estaban abiertos de par en par, mirando fijamente al vacío, como si estuviera viendo un fantasma. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, una hoja sacudida por el viento era menos temblorosa que él.

El doctor Stilinski, observó a Aidan con preocupación. Como psiquiatra conocía bien los signos de un ataque de pánico, pero se preocupo al percatarse de lo violento que era ese, aquél ataque de pánico mantenía a su sobrino retorcido en una posición temblorosa y dolorosa, trato de enderezarlo pero se detuvo cuando aumentaron los espasmos, si seguía así iba a terminar por romperse la cadera o lesionarse la columna. Nunca había visto un ataque de pánico tan violento, al menos no en el dulce adolescente que permanecía doblado frente a él, en otros pacientes era incluso habitual que resultaran heridos, con moratones y esquinces por sus ataques de pánico, su paciente más violento era Maud, un chico mayor que Aidan unos meses, sus ataques de pánico eran tan violentos que ya estaba acostumbrado a inmovilizarlo para inyectarle un sedante, esas eran las ventajas de ser un hombre grande y fornido. Sus manos hormiguearon mientras sostenía una jeringa con un tranquilizante, se preguntaba si al igual que Maud Aidan comenzaría a azotar su cabeza contra el suelo, rasgarse la piel para finalmente encogerse sobre si mismo llorando en histeria. Se mantuvo entre su sobrino y la ventana, una vez Maud tuvo un episodio psicótico que lo hizo saltar por la ventana, rompió la ventana con la cabeza y los cristales le levantaron la capa superior del cuero cabelludo, el hombre ajusto la montura de sus gafas al puente de su nariz, listo para abalanzarse sobre el niño en cualquier momento, no estaba de ánimos de ver a Aidan retorciéndose el dolor tras haber roto una ventana, con los cristales enterrados en su carne. Se acercó a Aidan con pasos lentos y deliberados, su voz era suave y calmada, no era la misma voz que usaba con sus pacientes, era una voz más cordial, casi cantarina, la misma voz con la que le cantaba a las tres de la mañana cuando era un bebé y no podía dormir.

Evangeline lo llamaba en angustia porque los mellizos se negaban a dormir, él como buen tío se ponía unas astas de peluche, un tuto amarillo y bailaba hasta que Haza — quien era la más llorona de los dos — se calmaba, Aidan no solía llorar, pero tampoco dormía, solo miraba a su alrededor como si hasta una simple mosca fuera de especial interés. El doctor Stilinski suponía que la vida era más interesante cuando tan solo se tiene un par de meses de nacido. Mientras Evangeline tomaba una siesta él y Owen danzaban cualquier canción existente, pronto descubrieron que entre más ruidosa y entre más saltarán ambos bebés se quedaban dormidos más rápido. Caían al suelo exhaustos por pasar horas bailando y saltando sin parar, a veces Owen caía primero y era él quien debía seguir con el espectáculo, gracias a eso entendió que para reducir sus noches en vela debía saltar y agitarse para calmar a Haza, pero con Aidan debía arrullarlo mientras saltaba y cantaba. Ya estaba un poquito grandecito para eso, pero si era la única forma de calmarlo el doctor Stilinski estaba dispuesto a saltar con el muchacho en brazos.

— Está bien, Aidan — dijo el doctor Stilinski, su voz era un susurro tranquilizador en la habitación silenciosa—. Estoy aquí contigo.

Extendió su mano y colocó suavemente su palma en el hombro de Aidan. El contacto físico era ligero, pero firme, un abrazo no invasivo para el joven adolorido. El doctor Stilinski mantuvo su mano allí, su presencia constante sirviendo como un ancla para el tembloroso chico en medio de la tormenta. Doblado sobre sí mismo el muchacho sintió una sensación de malestar en el estómago, como si un enemigo invisible lo golpeara repetidamente, una incomodidad que creció hasta convertirse en una urgencia ineludible. Un sabor amargo y ácido comenzó a llenar su boca, no supo porqué lo hizo, pero encorvado apretó los dientes mientras los jugos gástricos se filtraba junto a la saliva por su boca. Con un espasmo que sacudió todo su cuerpo, vomitó. Las lagrimas nublaron su visión, su cuerpo convulsionando mientras expulsaba el contenido de su estómago. El sabor era aún más fuerte ahora, llenando su boca con una mezcla de alimentos parcialmente digeridos y jugos gástricos. Trozos de comida no digerida se podían ver en la mezcla, algo que causo un suspiro de orgullo en el doctor Stilinski, al menos en esa ocasión su vomito era grumoso y no solo liquido como en meses anteriores, estaba comiendo.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora