49. Flores en el pastel

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— Lo siento, solo no quería que te pusieras peor.

— Debiste decirme — murmuro entre sollozos.

— Oh, mi pequeño — Alma intento abrazarlo pero Aidan se encogió aún más sobre si mismo.

Fue su culpa, todo fue su culpa. Su tío, postrado en cama y cada día más enfermo fue su culpa. El aborto de Roxelana y que ella estuviera al borde de la muerte también lo fue. No fue por el estrés que tu tío esta así, lo había envenenado, de forma indirecta pero lo hizo, también con Roxelana, al parecer recogió una planta venenosa que se mezcló con algunas de las flores caramelizadas del pastel, la flor que se comió Roxelana y la flor en la que estaba la crema que coloco en el chocolate. Alma lo supo desde el momento en que escucho los síntomas, intento decirles a los doctores de manera disimulada la causa, no podía decirlo directamente, la mujer no estaba de humor como para provocar que su sobrino fuera acusado de homicidio involuntario. Aidan ya había sufrido demasiado como para agregar algo más.

— Casi lo maté — su voz se quebró, cubrió su rostro sintiendo el palpitar caliente y punzante de la culpa llenarlo.

Alma creyó que cortar toda posible comunicación era lo mejor, aterrorizada de que Aidan se enterase de lo sucedido, escondió el teléfono y vigilaba el correo, eliminando cualquier tipo de carta que Dan, en su desesperación le pudiera mandar. Incluso revisaba el cielo, en busca de alguna pancarta en un avión o señal de humo que pudiera divisar, conociendo a Dan todo era posible.

— Mantenerte aislado fue lo mejor — confeso la mujer, se cubrió la boca tragándose el sollozo que amenazaba con abandonar sus labios. Odiaba verlo así, tan deprimido y se preguntó si al final todo valdría la pena —. No podía arriesgarme a perder a mi niño, a mi dulce sobrino, a penas podías comer y todas esas noticias me asustaron, sabía que entrarías en pánico, protegerte era mi prioridad — Alma movió sus piernas de manera nerviosa, sin entender como un cuerpo tan pequeño podía albergar tanto sufrimiento —. Volvería a hacerlo, lo haría mil veces, por ti estoy dispuesta a todo, a todo Ady, jamás dejaré que sufras en vano, volvería a interceptar cualquier tipo de comunicación para que tu pudieras dormir un poco más.

Sus ojos ardían, picaban y estaba seguro que si se miraba en el espejo encontraría una herida sobre su parpado en su ojo izquierdo, y en su lagrimal en su ojo derecho, una herida abierta con la piel enrojecida pero sin sangre, dos agujeros aparentemente huecos por todas las veces que se froto los ojos intentando limpiar las lágrimas. Le ardía y le dolía la piel, sentía como rechinaba su carne cada vez que tomaba entre sus dedos las infinitas lágrimas que recorrían sus regordetas mejillas, lo único medianamente regordete que le quedaba en su escuálido cuerpo.

Sus ojos estaban rojos, tan rojos que parecía que en cualquier momento lloraría sangre. Le picaba, pero no de forma incomoda, le picaba tan dolorosamente que secretamente llego a la conclusión de que iría a media noche por un cuchillo para rajarse la piel y librarse de la picazón, no pensaba cortarse las venas, aquél método era tan vergonzosamente falible que le sorprendía que alguien realmente hubiera podido quitarse la vida de ese modo. Solo quería tirar, tirar y desgarrar, clavar la punta filosa en cada uno de sus globos oculares, desgarrar sus lagrimales, tomar la piel alrededor de sus dedos y tirar de ella hasta que la carne estuviera expuesta, una vez solo fuera músculos sangrantes y carne palpitante esperaba mirarse al espejo, y no ver las vergonzosas marcas que como larvas de moscas se deslizaban posesivamente dejando un rastro de cicatrices tan hermosas como indeseables.

Desde que intentó suicidarse no quiso volver a visitar a su tío, su tía Alma se encargaba de llevarle comida varias veces al hospital, una horda de postres exquisitos que simulaba que eran hechos por Aidan para que él accediera a comerlos, luego pasaba media hora en silencio, Stilinski no era alguien muy hablador, al menos no con ella pero le prometió a Aidan que cuidaría de él, incluso si el psiquiatra la miraba postrado en cama deseoso de clavarle una jeringa en la garganta Alma no se iría porque tenía una promesa que cumplir. No hablaba con Dan, no es como si se hubiera contactado, pero de haberlo hecho no hubiera podido hablar con él sin sentirse como un monstruo por casi haberlo matado, ¿y si la flor llegaba a él? Recordó como él sonreía y devoraba trozo de pastel tras trozo de pastel, habría sido un lindo ultimo recuerdo que atesorar, pero no sería suficiente arrancarse la piel para sentirse limpio si Dan hubiera resultado herido por su culpa.

— ¿Cómo pudiste? — Aidan se aferró a la silla detrás de él, como si quisiera ser uno con el cojín de terciopelo — ¿Sabes la angustia tan grande que sentí por tu culpa? Pensé que ellos me odiaban — Alma se mordió los labios hasta sentir la parte superior de la piel sucumbir ante sus dientes y sin embargo el sabor de la sangre nunca llego, salió en busca de comida y cuando regreso la casa estaba vacía. No supo cuánto tiempo estuvo gritando histérica por el vecindario, solo recordaba los rostros de los vecinos alterados que le pedían información para ayudarla a encontrar al "niño" que perdió, en medio de aquél torbellino de rostros sus oídos pitaban, miraba para todas partes y sin embargo no veía nada, manchas amorfas se retorcían como sanguijuelas entre sus ojos y entonces lo vio caminando lentamente hacia la casa. Aparto de un empujón a los vecinos que intentaban ayudarla y lo envolvió lo mejor que pudo. Su pecho palpitaba de manera tan dolorosa que estaba segura que su corazón se salió de su órbita y oscilaba tranquilamente clavándose en las puntas de sus costillas. Se llevó la mano al bolsillo del pantalón, consciente de que no tenía opción — ¡Perdí a mis amigos de un día para el otro! Me sentí tan triste y desolado, creí que en realidad nunca fueron mis amigos.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora