32. No tenemos nada de que hablar

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Aidan suspiro meciendo sus piernas al ritmo de la música secular que emitía el tocadiscos de la sala, era todo un vejestorio, pero quedaba a la perfección con el ambiente pulcro de la casa. Por fin había logrado librarse temporalmente de las garras de su madre. Tan solo llevaba un día con ella y para Aidan ya se sentía toda una vida. No recordaba que estar con su progenitora resultara ser tan asfixiante, algo extraño porque los primeros días en su nueva escuela se la pasaba llamándola entre llantos como un niño pequeño buscando su consuelo, a veces pensaba mucho en el aroma de su madre, no era algo fácil de describir, más bien se podría decir que el aroma de Evangeline era el calor, una sensación cálida abrazadora que en el momento en que entra en contacto con la piel embriaga de sensaciones igualmente cálidas: seguridad, paz, amor y tranquilidad; pero si aquella sensación perdura comenzaba a transformarse en un abrazador incendio que carbonizaba la piel, lo hacía tan lentamente que en su mayoría nadie se percataba de ello hasta que ya es demasiado tarde y los montículos de carne comienzaban a desprenderse del hueso. Lastimosamente aquella sensación tranquilizadora de su madre ni siquiera duro una hora desde su llegada.

Tuvo que contenerse de llorar cuando ella empezó a despotricar sobre la forma tan desordenada de su habitación, hablándole por enésima vez sobre lo agradecido que debía ser con Charles por permitirle vivir gratis en su casa y la forma más simple de ser agradecido era mantener las cosas limpias. Algo que sinceramente lo desconcertó, ya que su tío mantenía un servicio de limpieza que se encargaba de todo una vez a la semana, igualmente Aidan no se consideraba sucio en lo más mínimo, si bien su habitación era un caos no se podría decir que fuera sucia, pero le resultaba realmente agotador doblar la ropa de cierta — en vertical y ocho, tal y como su madre le había enseñado, según ella una manera muy eficiente de aprovechar al máximo el espacio — forma en los cajones cuando apenas si podía levantar la cabeza de su cuello sin sentir que estaba a punto de ser decapitado. Miro de reojo a Dan, que de igual manera parecía congelado en el espacio y tiempo, todavía en la posición exacta en la que quedo tras recibir un beso y abrazo de la mujer, justo antes de que ella bromeara sobre su cabello desordenado y cómo debería cortarlo antes de que lo confundieran con un vagabundo.

— ¿Estás bien? — Dan se encogió de hombros, el silencio sepulcral volvió a adueñarse de la habitación.

Aidan suspiro ruidosamente mientras miraba sus dedos, desde su arrebato las cosas entre los dos no habían vuelto a la normalidad. Frente al doctor Stilinski aparentaban normalidad, pero cuando estaban a solas no podían entablar una conversación, algo que mataba a Aidan lentamente. Tener a Dan de regreso lo hacía tan condenadamente feliz, con él no tenía que practicar las sonrisas en el espejo, con él no debía añorar a la próxima vez en la que pudiera quedarse solo para abofetearse hasta el cansancio, con él simplemente podía hundir su rostro en su pecho y dejar que las lágrimas fluyeran, respirar, Aidan se había dado cuenta de que con Dan podía respirar con mayor facilidad. Se acurrucaba a su lado y respiraba, escuchando extrañas anécdotas, pero en especial historias sobre Coco. <<Coco>> ¡Claro! Aidan miro a Dan con sorpresa, aquél recuerdo olvidado por fin tuvo la valentía de manifestarse. Coco era un perro, pero a veces un gato, otras un dinosaurio. Coco era la mascota imaginaria que Dan, él y Haza inventaron ante la negativa de Evangeline por permitirles una mascota. Coco tenía manchas, negras y blancas, su nombre era Cocoyou su segundo nombre Albert y su apellido Cocaína, en ese entonces no sabían cuál era el significado de esa palabra, solo les parecía graciosa, pero como Haza se la pasaba gritando <<¡Cocaína!>> cada vez que la mascota hacía algo mal — restaurar la unión soviética y viajar en el tiempo para intentar acabar con Judas Iscariote, por ejemplo — Owen les sugirió darle un apodo, no era nada agradable ver a tres niños hablando con una pared, un peluche o el césped mientras decían el nombre de aquella droga, los vecinos comenzaban a mirarlos mal, a lo mejor y pensaban que habían vuelto adictos a sus hijos o similar, por ello el apodo Coco fue el mejor.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora