Pronto

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Los meses lejos de su pequeño le resultaron menos agonizantes de lo que Günther hubiese esperado. Al principio se sintió tan destrozado, como un adicto separado de su droga predilecta. No le era algo sencillo de aceptar, suponía que para toda persona enamorada era así, pero al menos ellos habían tenido el chance de despedirse, por su parte su pequeño le había sido arrancado de su vida. Fue incapaz de dormir los primeros días, imaginaba a su niño yendo a su casa, como siempre hacía, para hallarla sola, vacía, lo imagino sentado frente a su casa, jugueteando con sus deditos mientras esperaba que llegara. No pensó mucho en Katherina, se imagino que estaría destrozada, pero poco o nada le importaba, en cambio imaginar a su pequeño creyendo que lo había abandonado le destrozaba el corazón. 

Logró llamar a Katherina y le explico lo que estaba sucediendo: una verdad embellecida en la que debía volver de improvisto a su país natal para cuidar de su padre tras la muerte de su tía Willa; ella pareció satisfecha con la explicación pero a su niño le costo un poco más entenderlo; Günther tuvo que pausar la llamada un par de veces porque las lagrimas lo ahogaban y necesitaba unos minutos para recomponerse, pero finalmente su pequeño pudo entenderlo.

Dejar a Aidan fue la cosa más difícil que Günther tuvo que afrontar en su vida. Físicamente, se sentía débil y agotado. Su cuerpo anhelaba la presencia de Aidan, como un adicto anhela su droga. Sentía un vacío en su pecho, una sensación de frío que no podía ser aliviada. Cada fibra de su ser clamaba por su niño, y la ausencia de esas mejillas redondas, rojizas y suaves, de esos ojos celestes llenos de asombro le causaba un dolor físico insoportable.
Estaba en un estado de tormento constante: su niño estaba entrando en la temida preadolescencia, en la época en la que los días se convierten en años y los años en horas: se imagino regresando y en lugar de encontrar a su pequeño se encontraba con un muchacho alto, con una frondosa barba que a penas si podía recordarlo. Su mente estaba llena de recuerdos de Aidan, y cada pensamiento de él era como una punzada de dolor. La ausencia de Aidan le hacía sentirse ansioso y deprimido, y luchaba por mantener a raya los pensamientos oscuros y desesperados. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y una sensación de frío intenso recorría su piel, un frío tan abrazador que solo podía ser contrarrestado por la calidez de los bracitos de su niño. Sentía náuseas y dolores de cabeza intensos, y su estómago estaba en constante revuelo. Cada músculo de su cuerpo parecía doler, y se sentía como si estuviera atrapado en una pesadilla interminable de malestar físico.

Mentalmente la situación no era mejor. Se sentía ansioso y deprimido, y su mente estaba llena de pensamientos oscuros y desesperados. La falta de su pequeño hacía que se sintiera inquieto e incapaz de concentrarse. Sentía una necesidad constante y abrumadora de tenerlo en sus brazos, besarlo y hacerle el amor como era debido.

A pesar de su dolor, Günther sabía que tenía que resistir. Su niño lo esperaba y día tras día contaba los segundos para volver a su lado. Sino fuera por las fotos que recibía todos los días de su niño habría enloquecido por estar lejos de él.

La separación de Aidan fue como una abstinencia forzada para Günther. Pero a pesar del dolor y la desesperación, se aferraba a la esperanza de que algún día podría volver a estar con Aidan y para su fortuna ese día parecía haber llegado, después de pasar unos meses siendo el hijo perfecto que siempre fue parecía ser que el corazón de su padre se había ablandado lo suficiente como para dejarlo regresar, esta vez con la seguridad necesaria y todo lo propio para iniciar un cortejo cuya conclusión sí o sí debía ser una fiesta nupcial. 

Su padre había insistido en hacerle una fiesta de despedida antes de regresar, el rubio hubiera preferido simplemente irse con un abrazo y un "hasta pronto" pero no estaba en condiciones de volver a desafiar a Wallace, por ello acepto todo con una sonrisa y superviso los preparativos.

Se miró en el espejo, admirando su reflejo. Su cabello dorado, brillante como el sol, estaba peinado a la perfección. Sus ojos, de un azul oscuro como el fondo del océano, brillaban con una mezcla de emoción y melancolía. Su piel pálida contrastaba maravillosamente con su traje elegante, y su musculatura considerable se marcaba a través de la tela.

Era De Noche (Novela Cristiana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora